
El libro más inesperado del año fue uno de los últimos que leí. Se trata de un ensayo breve, de menos de cien páginas, sobre un personaje inclasificable: Darío Canton. Me interesaba especialmente, confieso, porque Canton fue amigo de mi padre, Torcuato Di Tella, y en la década de 1960 trabajó como investigador en lo que mi padre llamaba “el instituto homónimo”. Canton, que tiene 93 años, se define a sí mismo como “sociólogo por oficio, poeta por vocación”. Después de décadas de publicar libros en ambos rubros bajo cierto anonimato, en los últimos tiempos ha obtenido algún reconocimiento como poeta. Se valora especialmente una iniciativa de lo que hoy llamaríamos arte-correo: entre 1975 y 1979 publicó veinte ediciones de Asemal, una hoja de poesía que contenía nada más que textos propios y circulaba exclusivamente por correo. Quizás fuera un modo de esquivar la censura en tiempos de dictadura, quizás simplemente una manera directa de llegar a sus lectores y exigir una respuesta.
Pero lo que Sergio Chejfec destaca en el ensayo No hablen de mí: Una vida y su museo es otra faceta de Canton. Y es que Canton es el autor de una singular autobiografía, De la misma llama, que integran al momento 9 volúmenes (uno de ellos, titulado La yapa, de casi mil páginas). Los títulos de los distintos tomos hablan de una vida argentina del siglo XX: Los años del Di Tella (1963-1971), De plomo y poesía (1972-1979), La historia de Asemal y sus lectores (1975-1979), Malvinas y después (1980-1989), etc.
Lo que tiene de excepcional es que, más que una autobiografía tradicional, se trata de un archivo. Canton es una especie de hoarder, que ha conservado todo tipo de pruebas documentales de su existencia. La sustancia de su autobiografía no la constituye tanto la escritura de sus memorias sino la reproducción literal de testimonios y documentos: fotografías de personas, eventos, lugares u objetos; transcripciones de entrevistas, minutas de reuniones e informes científicos; facsímiles de facturas comerciales, manuscritos, planos, cuadros, artículos de prensa, contratos, revistas, cartas… En la extrema materialidad del proyecto autobiográfico de Canton, Chejfec ve el gesto de un artista conceptual. De la misma llama es un museo de la vida de Canton; el mismo Canton es el curador. Chejfec se pregunta si los volúmenes de Canton invitan a la lectura o, más bien, al recorrido y a la contemplación, como las sucesivas salas de un extraño museo.
El ensayo vincula a Canton, en una red conceptual, con obras de Jorge Luis Borges, Gustave Flaubert y Orhan Pamuk. De ese modo, dibuja el mapa de una literatura que no opera según las reglas del relato sino, más bien, de acuerdo con los protocolos de un museo. Es decir, la insólita autobiografía de Canton nos permite descubrir una placa tectónica invisible, que yacía debajo de un universo que creíamos conocer. Por cierto, el libro de Chejfec se presenta abiertamente como un mapa o, mejor dicho, como la guía de una ciudad. Los títulos de los capítulos son: “Cortada Borges”, “Avenida Flaubert”, “Bulevar Pamuk”; y luego: “Paseo Canton”, “Mirador Canton”, “Diagonal Canton”, “Rambla Canton”, “Viaducto Canton”, “Peatonal Canton”. Se podría decir que, normalmente, la existencia del territorio precede a la posibilidad del mapa. Lo extraordinario de la cartografía de Chejfec es que, sin el mapa, ese territorio no existiría.
* Andrés Di Tella es un cineasta, periodista y director de cine argentino. Escribió el libro Cuadernos (Entropía, 2021; Caballo de Troya 2021). Como documentalista recibió el Premio Konex Diploma al Mérito en 2011 como uno de los cinco mejores de la década, y el Konex de Platino 2021 al mejor de la década.
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