
Considerado el primer arquitecto funcionalista en México, Juan O’Gorman (1905-1982) no solo es reconocido como el creador de algunas obras emblemáticas que hoy pueden visitarse en la capital del país, sino que también fue el sucesor de los grandes muralistas mexicanos y un pintor singular de paisajes y autorretratos.
Desde temprana edad tuvo contacto con el dibujo y la composición a través de su padre, un ingeniero químico metalúrgico y pintor aficionado proveniente de Irlanda. Por la profesión del padre, la familia de O’Gorman se mudó por un tiempo a las afueras de Guanajuato, y ese paisaje rural quedaría grabado en la retina del pintor, que mucho tiempo después atribuyó a aquellos colores y formas una influencia principal en su obra que lo llevó a reflexionar acerca de la importancia del medio físico y geográfico en su pintura. Con los años, el multifacético creador se sintió más pintor de paisajes que de cualquier otra cosa.
Sus primeros pasos sin embargo los dio en la arquitectura. La Universidad Nacional Autónoma de México de donde se graduó ostenta hoy en día una biblioteca colosal que fue construida por O’Gorman, y que hacia fuera destaca por un imponente mural de más de 4 mil metros cuadrados en el que el arquitecto-muralista-pintor dejó grabado con mosaicos una representación simbólica de la historia de la cultura mexicana. Aunque antes de eso O’Gorman diseñó casas y edificios sobrios de líneas rectas al estilo de Le Corbusier. Entre esos diseños se encuentran, nada menos, la casa-estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo.
De su contacto con Rivera, O´Gorman aprendió los principios básicos del muralismo, como la geometría dinámica y la composición pictórica a gran escala. Su influencia se extendió además a la política: por él se acercó al trotskismo y al comunismo mexicano, del que luego terminaría alejándose ante el autoritarismo del régimen estalinista. De su relación con Rivera surgiría también su entrañable relación con Frida Kahlo, a quien había conocido en sus años de escuela.

Alrededor de 1932, como jefe del Departamento de Construcción de Edificios de Ciudad de México y profesor de arquitectura en el Instituto Politécnico Nacional, O’Gorman fundó un grupo de estudio para la vivienda obrera y fue responsable del diseño funcionalista y la construcción de unas 30 escuelas. Pese al importante rol que tenía como arquitecto, no se sintió muy cómodo como contratista ni se sentía a gusto con el perfil comercial de su profesión, por eso decidió cerrar su estudio para dedicarse de lleno al desarrollo de su vocación como artista plástico.
Como pintor de caballete y de murales, O’Gorman plasmó narrativas históricas y nacionalistas influidas por Rivera. Entre sus principales murales, con los que el pintor quería conseguir una comunicación directa con el pueblo de México, se destacaron los que hizo para el aeropuerto del DF en 1937-38, que luego fueron retirados por su carácter anticlerical y antifascista. En su pintura también plasmó paisajes como el Recuerdo de los Remedios (1943) y La Ciudad de México (1949), donde confluyen la precisión en el dibujo que como arquitecto dominaba, con los símbolos de la identidad nacional y el desarrollo moderno.

En Autorretrato múltiple (temple sobre masonite, 68 x 52 cm., perteneciente al Museo de Arte Moderno de CDMX) dispone una representación compleja con un alto grado de detalles y de color, en la que se intercalan elementos realistas y fantásticos. O’Gorman aparece en el cuadro bajo cinco facetas que lo definen en el acto de creación artística. Vemos su mano pintando el cuadro desde un fuera de campo, un plano dentro del cuadro en el que lo observamos desde atrás pintando, su reflejo en un espejo, su rostro en el autorretrato que está pintando y finalmente de cuerpo entero al lado del caballete.
Cada una de estas representaciones señala además distintas etapas de su vida: la del O’Gorman arquitecto, la de pintor más maduro y un O’Gorman modelo más joven. Si este juego de espejos ya crea un espacio barroco, el pequeño demonio con alas y la aureola en el hombro del arquitecto terminan de definir el aspecto onírico y fantástico del cuadro. Si se pone más atención en los detalles, un contraste parecido hay entre la luna enfadada y el sol sonriente. O’Gorman no ha ocultado la influencia del surrealismo mexicano, a través de Frida Kahlo, Leonora Carrington o Remedios Varo. Otro detalle curioso es que todos los animales representados en el cuadro, característicos de México, llevan una nota.
En la década de los 50 regresó a la arquitectura adoptando un enfoque más orgánico. Además de la Biblioteca de la UNAM, la propia casa de O’Gorman en la zona del Pedregal fue considerada su obra más extraordinaria. Con clara influencia de Frank Lloyd Wright, fue diseñada para armonizar con las formaciones de lava del paisaje e integraba en su interior una cueva natural. Su decoración con símbolos de mosaico e imágenes de la mitología azteca señalaba un alejamiento del funcionalismo en favor de un enfoque que unía los diseños estructurales modernos con los motivos decorativos indígenas mexicanos.
La muerte de Frida Kahlo y la demolición de su casa orgánica lo sumieron en una fuerte depresión de la que nunca logró salir del todo. En los últimos años de su vida no volvió a pintar ningún mural ni a realizar trabajos de arquitectura, lo que daba cuenta de su ánimo. El 18 de enero de 1982 se quitó la vida de un modo trágico y a la vez múltiple como su arte: ingirió un pigmento venenoso que usaba para preparar los colores con los que pintaba, se colgó de la rama de un árbol y se pegó un disparo.
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