
Nabokov advierte irónicamente y con cierta desconfianza sobre cualquier encuentro espontáneo. Al revés de William Wilson, el personaje de Poe, Hermann, el protagonista de la novela de Nabokov, busca su doble.
En su búsqueda, encuentra una senda que lo desvía. De pronto, algo lo detiene y se proyecta sobre él. Es el hechizo que ejerce un cuerpo inmóvil. El magnetismo lo irradia un vagabundo que está durmiendo en un camino lateral al borde de la ruta.
El hombre está vestido con una chaqueta oscura y pantalones de pana gastada. Lleva puesta una americana con violetas en la solapa. Hermann duda si está ante un cadáver, pero deduce que simplemente está dormido. En el primer instante queda paralizado. Es común en aquel que se encuentra con su doble.
Hermann hace saltar la gorra que cubre el rostro del vagabundo y se encuentra con un portento. En la literatura gótica, el portento es una de las figuras de lo extraordinario. El prodigio del portento reside en que se sitúa en una zona ambigua entre lo cotidiano y lo excepcional. No pertenece a la vida, pero tampoco definitivamente a la muerte.
Lo encuentra en un lugar donde las violetas se Hermann le ofrece un cigarrillo. Los dos hombres son alemanes. Hermann espera que Félix se reconozca como su doble, que se dé cuenta del parecido. Ante el fracaso se le acerca, están cara a cara. La respuesta necia de Félix hunde a Hermann en la desesperación: «Un rico jamás podrá parecerse a un pobre».

Para Félix, lo parecido es gemelar. Le cuenta a Hermann que vio a dos gemelos en la feria. Eso es un parecido. Hermann insiste en un encuentro y todo el tiempo Félix le habla de un desencuentro. Hermann habla de que un vínculo masónico es el que daría el parecido. Es decir, un pacto de fraternidad entre los dos.
La cosa se invierte, como si él fuese el imitador y Félix el original. Hermann dice: «Nuestro parecido me sonaba a monstruosidad que casi rozaba lo milagroso». Pero no logra que Félix tenga el deseo de encontrar algún parecido con él. Para Félix, según Hermann, él mismo es solo un imitador sospechoso.
Se despiden sin que Félix reconozca nada del parecido. Los parecidos solo provienen de los pensamientos tumultuosos de Hermann y responden a sus intenciones ocultas. Desconocemos si Félix las tiene.
Cuando se estrechan la mano y se despiden para Hermann es una verdadera separación. El encuentro y la separación lo dejan sumido en cierta desesperación. Busca símiles para calmarse. Necesita parecerse a alguien. Es que el fuera de sí lo deja afuera de cierta escala humana. Necesita un semejante: «Alguien me dijo una vez que me parezco a Amundsen. Pero no todo el mundo recuerda la cara de Amundsen. Yo mismo la recuerdo muy vagamente...».
Entonces Hermann convoca al lector: «Somos dos, pero con una misma cara». Y tiene una reflexión: «Esto es todo lo que, en relación con las peculiaridades distintivas, llegué a discernir en nuestro primer encuentro».
El imitador y el modelo fallido. En el parecido, Hermann recuerda la escena en que se sorprendió porque creyó encontrarse con un cadáver, aunque era solo un hombre dormido. De alguna manera, ese primer encuentro anticipaba el final. Hermann logra triunfar sobre el doble. Casi nunca sucede, más bien es al revés, pero en esta novela todo se invierte.
Según la literatura rusa (Crimen y castigo), el asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Aquí también sucede, solo que antes de que el hecho criminal se produzca: «¿Por qué regresé a estas cuestas, a ese camino, a la mañana siguiente? No tuve dificultades cuando traté de localizar el punto exacto donde él estuvo tumbado el día anterior. Descubrí allí una colilla dorada, una violeta muerta, un pedazo de periódico checo y... esa huella patéticamente impersonal que el caminante más tosco suele dejar bajo un matorral, grande y recta, viril la una y más delgada la otra, enroscada sobre la anterior. Varias moscas esmeralda completaban el cuadro. ¿Adónde podía haberse ido? ¿En qué lugar había pasado la noche? Enigmas vacíos».
La posibilidad de Nabokov de invertir siempre lo verosímil es lo que le permite la audacia de que puedan existir: «Enigmas vacíos».
Hermann vuelve a su hotel en busca de su maleta. De allí sale de manera apresurada a la estación de ferrocarril, y al entrar en el andén ve un par de filas de bancos donde están sentados posibles pasajeros, algunos dormitando: «Se me ocurrió que iba a encontrármelo de repente, allí completamente dormido, con las palmas abiertas, y una última violeta colgándole del ojal».
El tiempo real, transcurrido entre el encuentro del día anterior y el día posterior, está dado por la violeta muerta y la última violeta en el ojal.
También es posible que la vida anodina de Hermann responda a esa afirmación de Pascal que está citada en la novela: «...Dos personas que se parecen mutuamente no ofrecen ningún interés por separado, pero provocan toda una conmoción cuando se presentan simultáneamente».
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