
Los entusiastas logran llegar lejos. Tal vez deban partir de sus lugares de origen para alcanzar sus sueños –y un poco más, también–, y cuando miran en retrospectiva, han transitado mil y una aventuras, han sido premiados, reconocidos, han dirigido y producido sin parar. Así pasó con Franco Vaccarini.
Franco se instaló en la Ciudad de Buenos Aires desde su Lincoln natal apenas cumplidos los veinte años, y desde ese momento comenzó un camino que seguramente ni él mismo imaginaba. Escribió más de ochenta títulos, entre los que se destacan cuarenta novelas juveniles que abordan múltiples géneros: realismo, fantástico, ciencia ficción, policial. Mientras eso pasaba tomó talleres de escritura y fue subdirector de la revista mil mamuts, de cuento latinoamericano.
Su obra Doce pescadores fue reconocido por el Banco del Libro, la Fundación Cuatro Gatos y la Cámara Argentina de Publicaciones. En el año 2006 obtuvo el premio El Barco de Vapor con La noche del meteorito, editado por SM. En 2019 se reeditó Nunca estuve en la guerra, que aborda el conflicto entre Argentina y Gran Bretaña en 1982 por la Islas Malvinas, y ese mismo año fue premiada por la Fundación Cuatro Gatos, de Miami.
Cómo bañar a un marciano se lee en Latinoamérica, España y ha sido traducido al catalán y al euskera; y varios de sus títulos circulan por España, Colombia, Brasil, México y otros tantos países hispanoparlantes. Dirigió la colección Galerna Infantil de la editorial Galerna.
Si bien su amplia obra, entre la que se incluyen cuentos, novelas, poesías, participaciones en antologías y adaptaciones literarias, tiene como destinatarios a niños y jóvenes, ha escrito, también, dos novelas y varios cuentos para el público adulto. Y hoy nos responde cómo cree él que se construye un lector.

—¿Cómo se construye la identidad lectora?
—Es un torrente de influencias que arranca con aquella voz querida que te contó el primer cuento, los amigos, las revistas literarias, una profesora, la buena fortuna en una librería de viejo. Desde los trece años, como mis padres vivían en el campo, me mudé a la ciudad para estudiar. Las horas de soledad o de nostalgia se amansaban con un libro. Un buen día descubrimos que tenemos opiniones propias, un gusto personal. Como empezar a usar ropa a medida después de un tiempo de vestirse en ferias americanas. Leer es, también, usar la ropa de los muertos.
—Siendo lector, si tuvieras que explicarle a alguien lo que eso significa, ¿cómo lo harías?
—Un juego donde ganás si te dejás atrapar. Abrís el libro, te abrís, mordés el anzuelo, te pescan. La paradoja es que al ser atrapado, también te liberás. Y al entrar en la ficción, y ver que las palabras crean realidades, podés cuestionar si realidad y ficción no se contaminan mutuamente. En esa incerteza salta la chispa de la vida.

—¿Creés que un libro podría despertar el interés por leer?
—Hay un libro para cada uno, pero se requiere de un poco de voluntad. Yo veía el gesto apacible de mi padre con un libro frente a sus ojos y eso fue la mejor promoción de la lectura. Los lectores siempre fueron minoría, no existió nunca jamás una edad dorada de la lectura. Entretanto buscamos el truco perfecto para generar lectores, leé y vas a contagiar a alguien. Es probable que nada supere una acción tan sencilla.
—De un hogar sin madre ni padre ni familiares lectores ¿puede surgir un ávido lector?
—Hay gente que parece venir con el don, pero no provoquemos a los dioses: es más fácil cuando estás en un ambiente donde hay libros a mano. Pero el que desde la intemperie entra a los libros, sabe que le cambiaron la vida. Y da escalofríos, porque con qué poco se puede cambiar un destino. A veces por puro azar.

—¿Te acordás de tu primer encuentro con libros?
—Me acuerdo de un libro ilustrado. El protagonista era el lobo de Caperucita, que, ofendido por la mala prensa, nos mostraba que llenaba su panza con queso, bananas y chocolate, y no con abuelitas. Mi hambre de lobo se la debo a un libro y mi apetito lector empezó por los cuentos clásicos. La base para Camus, Bioy o Bradbury, que llegaron en la adolescencia, y la constelación que vino después.
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