
A simple vista, esta obra del francés Jules-Émile Saintin (1829-1894) parece remitir al japonismo, esa fiebre por la estética o los elementos del país asiático que inundó, sobre todo, al arte francés a finales del siglo XIX y siguió en el XX. Pero no, no es el caso de Dos oráculos. Es más, si bien es una pieza realizada en aquel contexto histórico, no buscaba sobresaltar el encandilamiento por aquel fenómeno, sino realizar una crítica, lo que de alguna manera la convierte en una rareza.
Por cuestiones temporales, Saintin no perteneció a vanguardias, y tuvo una vida más cercana al esquema del pintor que vende para vivir que para realizar una diferencia en el lenguaje pictórico. Durante su formación en la Bellas Artes parisina tuvo a Michel Martin Drolling o François-Édouard Picot como maestros, dos referentes del neoclacisismo galo, así que su estilo se mantuvo en esos parámetros.
Pero hacerse un nombre en la Francia de aquellos tiempos no era tarea sencilla para un pintor. La abundancia de oferta, se sabe desde que el mundo es mundo, complica las posibilidades de ingresar al mercado laboral. Así que para mediados de 1850, tomó sus bártulos y cruzó el océano, con dirección a Estados Unidos, país donde la competencia era menor y en el que también había más posibilidades con el establecimiento de toda una clase social adinerada y empresarial que buscaba refinarse à la française.
Allí, se dedicó a realizar retratos, en su enorme mayoría de mujeres, e incursionó en el paisajismo, como también realizó una interesante serie de dibujos sobre los pobladores originarios, que hoy se cita en cualquier análisis sobre la representación del nativismo norteamericano. En términos comerciales y de contactos, su obra más “exitosa” fue el retrato del vicepresidente, John C. Breckinridge. Con una buen red de contactos, regresó a París, donde instaló su taller para continuar realizando y vendiendo pinturas con temas y géneros estadounidenses.
En ese sentido, Saintin fue un artista prolífico -al día de hoy sus obras salen en numerosas subastas-, que tuvo una gran amplitud para llevar diferentes temas al lienzo, lo que a la vez lo llevó a abrir su paleta de colores. No hay un estilo Saintin, salvo que se observe una gama de obras en conjunto, ya que esa capacidad por la excelencia estética en piezas que nada tienen que ver una con la otra es su gran legado.
Por ejemplo, en Dos oráculos, el pintor crea una escena de boutique que a siemple vista parece colorida, simpática, el momento en que una mujer observa una estatúa asiática y sonríe, entre asombrada y complacida, por la rareza. Sin embargo, la pieza tiene otra lectura que va más allá de la calidad de los detalles (que son muchos, desde el biombo del fondo a las pequeñas estatuillas de la parte inferior, por nombrar algunas).
Dos oráculos es una pieza de 1872, en la que realiza una fuerte crítica sobre cómo en los Estados Unidos cohabitaba una doble moral con respecto a lo asiático. Por un lado, la sociedad de consumo que anhelaba sus productos (para 1830 el comercio entre Estados Unidos y China estaba firmemente establecido) y por otro, la discriminación que enfrentaban los inmigrantes.
El detalle revelador de la obra, que se encuentra en el Museo de Arte Arnot, Nueva York, EEUU, se centra en la expresión y la daga agarrada con rigidez en la mano de la muñeca de porcelana, en contraste con la candidez de la mujer, que parece disfrutar de lo que observa pero sin relacionarse con lo que el objeto expresa. Hay allí una tensión violenta, que se refuerza con el marcado contraste de colores que el artista realizó entre el fondo y las dos protagonistas.
Saintin debutó en el Salón de París de 1848, pero fue recién tras convertirse en un artista respetado que recibió medallas allí (1866, 1870 y 1886), incluido tuvo el más alto honor de Francia, Chevalier de la Lgion d’honneur, y fue miembro de la Asociación de Arte de Brooklyn y miembro electo de la Academia Nacional de Diseño, ambos en EE.UU. En 1876, fue nombrado Comisionado de la Exposición del Centenario en Filadelfia.
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