
Karl Karger nació en Viena en uno de los años más tumultuosos de la historia: 1848. Una revolución transversal rechazó a los Habsburgo y Fernando I tuvo que abdicar como rey de Bohemia, de Hungría y como segundo emperador de Austria. Este gran caos terminó en represión y ejecución de los sublevados, pero ya nada sería igual. Con el surgimiento de los nacionalismos y la coyuntura exterior, nació en 1867 el Imperio austrohúngaro unificándose los reinos de Austria y Hungría.
Mientras todo eso ocurría, Karger crecía y se formaba en la Academia de Bellas Artes de Viena, donde ingresó en 1864. De pronto los distintos países de Europa estaban conectados política y socialmente y el mundo se volvía un lugar digo de recorrer. Visto en perspectiva la Segunda Revolución Industrial ya estaba corriendo. El ferrocarril era el emblema del cambio de época y el capitalismo ofrecía el rostro de un progreso jamás visto hasta entonces.
En 1871 Karger se fue a Múnich. Juntó el dinero necesario y emprendió el viaje. Siguió por Italia donde se fascinó con la vida popular veneciana. El mundo era más grande que su casa, que su barrio, que su ciudad. Todo eso lo trasladó al lienzo: rostros, posturas, vestimentas, culturas, tradiciones. Al volver a Viena, se sentó durante horas en la estación de tren Nordwestbahnhof y comenzó a bocetar lo que sería su gran obra.
Llegada de un tren a la Nordwestbahnhof de Viena es un óleo sobre lienzo de 1875 de 91 centímetros de alto por 171 centímetros de ancho. Lo terminó en Múnich, en otro viaje que realizó hacia la capital alemana. Lo referencia su firma: en el vértice de abajo a la derecha del cuadro se lee “Carl Karger / Munich 1875″. Está colgado en una pared de la Galería Belvedere, un importante museo de arte situado en el Palacio Belvedere en Viena, Austria.
El cuadro se destaca entre obras de excelentísimo nivel como Judit I y El beso de Gustav Klimt, Después del baño de Auguste Renoir, Sendero en el jardín de Claude Monet, Los cinco sentidos de Hans Makart, Dama de piel de Édouard Manet, y Autorretrato con la cabeza baja de Egon Schiele o Napoleón en el Gran San Bernardo de Jacques-Louis David.
Karger se dedicó a la “pintura social”, pero también a los retratos de las coronas europeas del siglo XIX y diversas escenas aristocráticas. Los críticos de entonces pero también los actuales han alabado las sofisticación de los detalles en sus pinturas, sobre todo teniendo en cuenta que sus cuadros no están realizados en grandes dimensiones. En ese sentido, este pintor austríaco es un maestro de las minucias. Basta con acercar la mirada a la obra y comprobarlo.
También ilustró libros como El flautista de Hamelín de los Hermanos Grimm o Clavigo de Johann Wolfgang von Goethe y fue profesor de la Escuela de Pintura. Murió en 1913 a los 64 años. Sus restos están enterrados en el cementerio de Hietzingen de Viena, Austria, y sus cuadros permanecen como verdaderas joyas del detalle en varios museos y colecciones privadas de distintos países del mundo.
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