¿Qué convierte a una persona no solo en exponente del espíritu de una ciudad, sino en una constructora de ese espíritu y su contemporaneidad? ¿Qué más sucede si esa ciudad es Nueva York, la capital del mundo, y ese representante es un escritora que con su personalidad aporta a la neoyorquino? El gran director de cine Martin Scorsese -realizador de Taxi driver, El lobo de Wall Street, Toro salvaje, El irlandés, La última tentación de Cristo, entre otras genialidades- encontró cómo resolver las preguntas y acaba de estrenar en Netflix la miniserie Supongamos que Nueva York es una ciudad, donde a través de una serie de entrevistas da cuenta del zeitgeist de este lado del mundo, es decir, del espíritu de esta época. ¿Pero a qué refiere este experimento social, si es que puede llamarse así?
Unas mesas elegantes de un bar vacío, una mujer que ingresa después de caminar varias cuadras observando las láminas que homenajean los edificios de una ciudad, la conversación que empieza y Scorsese que no puede evitar cada cierto tiempo la carcajada. La interlocutora es Fran Lebowitz, la mujer que escribe esa Nueva York y que hace de su propia vida un arte.

Lebowitz nació en Nueva Jersey en 1950 y con 18 años llegó a Nueva York, esa cima del mundo, meca de artistas e intelectuales, con la intención de ser una escritora. Se desempeñó en varios oficios, que no excluyeron el trabajo doméstico de limpieza o la conducción de un taxi, con tal de no ser mesera -y estar, en sus palabras, a la merced sexual de los patrones-.
Sin embargo, su inteligencia e ingenio hacían que resalte en una ciudad llena de inteligentes e ingeniosos. A los 21 años empezó a colaborar con la revista Changes y pronto fue fichada por Andy Warhol como columnista de Interview, su mítica revista y producto directamente relacionado con The Factory, la usina de arte que Warhol comandaba.
Lebowitz publicó dos libros, Metropolitan life y Social studies y luego el bloqueo libresco la ganó. Era entonces una animadora de la agitada noche neoyorquina y con su estilo que evitaba la estética femenina (siempre vistió pantalones, sobretodo, camisa y a veces corbata) era un centro de anención en Studio 54 y de la vida lésbica abierta, visible y feliz. Nunca tuvo computadora ni celular, lo cual ayudó a engrosar su biblioteca. Al principio de esta nota se dijo que expresaba el espíritu de época, quizás sea más apropiado señalar su postura en contra y, a la vez, tan contemporánea.

Se la compara con Dorothy Parker, ¿pero por qué? Al contrario del famoso bloqueo de Lebowitz -es un decir: sus presentaciones en clubes y escenarios suplantan la ausencia de un libro-, Parker fue cuentista, dramaturga, crítica teatral, humorista, guionista y poeta. Pero el witt -esa forma del ingenio, la inteligencia y la personalidad- las unió en una forma de ser new yorker, ya que Parker hizo de la Gran Manzana el campo geográfico de su vida.
Parker había sido la principal animadora de la tertulia de escritores, críticos, dramaturgos, actores y periodistas conocido como “círculo vicioso del Algonquín” porque se realizaba en el hotel homónimo, un espacio consagrado a acuñar maldades, chistes y epigramas cáusticos sobre estrenos y temas de actualidad durante sus comidas y partidas de póker.
Su sociabilidad mundana que realizaba en bares de hoteles y cenas de la alta sociedad no impedían que fuera una activista por los derechos civiles, investigada por el FBI como sospechosa de ser miembro del Partido Comunista. Viajó incluso como brigadista a la España en la que se decidía una guerra civil entre republicanos y franquistas -y que ganó Franco-. En esos Estados Unidos de la democracia sus ideas la llevaron a la dificultad de escribir guiones, a la vez que incrementaba su alcoholismo.

Dorothy Parker murió de un ataque cardíaco en 1967, a los 73 años, en Nueva York, en una habitación de hotel con su perro y una botella de alcohol. Donó sus bienes a la Asociación Nacional para el Desarrollo de las Personas de Raza Negra, fundada por Martin Luther King. Es un símbolo hoy mismo de Nueva York.
Parker dejó como legado frases como la siguiente, de una verdad y un humor irrefutables:
“Me gusta tomarme un Martini. Dos como mucho. Después del tercero estoy debajo de la mesa. Después del cuarto estoy debajo del anfitrión.”
También dijo esto:
“Hay cuatro cosas sin las cuales habría vivido mejor: algunos amores, chismes, pecas y dudas.”
“A un hombre sólo le pido tres cosas: que sea guapo, implacable y estúpido.”
“Las dos palabras más importantes del idioma ingles son: cheque adjunto.”
“Tres son las cosas que nunca lograré: Envidia, profundidad y suficiente champagne.”
“Si quieres saber lo que dios piensa del dinero, sólo mira a la gente a la que se lo ha dado.”
“El aburrimiento se cura con curiosidad. La curiosidad no se cura con nada.”
“Es un departamento pequeño; apenas tengo lugar donde dejar mi sombrero y un puñado de amantes.”
“La mejor forma de mantener un hijo en casa es hacer el ambiente agradable y desinflar las llantas del automóvil.”
“Lastime a un amante y encontrará un enemigo.”

Fran Lebowitz nos deja estas frases dichas en el documental de Scorsese:
“No importa quién seas, solo tienes tu vida. Pero en los libros tienes millones de vidas y cosas. Para mí, es una forma de ser inmensamente rico. Quizá por eso nunca me importó el dinero. Porque si sabes leer, eres increíblemente rico. Eres tan rico que, si lees todo el tiempo, no alcanzas a pensar en el dinero, que es una minucia comparado con leer”.
“Ninguna persona en edad escolar está al tanto de que perderá su belleza. No te percatas de eso hasta que te sucede”.
“Odio profundamente el dinero. Pero mi problema respecto a ese tema, que no es mi único problema, es que amo las cosas. Así que odio el dinero, pero amo los muebles, amo los autos. Odiar el dinero está bien si también odias las cosas, porque entonces eres el Dalai Lama”.
“Todo en Nueva York es algo operístico, todo es un problema increíble. Entonces te das cuentas de que es tan difícil vivir aquí, que cuando te preguntan por qué vives en Nueva York, no puedes responderles, pero sabes que desprecias a quienes no tienen las agallas para hacerlo”.
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