
“Soy un pedazo de atmósfera”, canta Federico Manuel Peralta Ramos mientras una guitarra criolla suena con una inquietud regular, persistente, psicodélica. “Soy un pedazo de atmósfera”, repite y de tu cabeza ese estribillo, ese coro, ese verso no se irá por un largo tiempo. Así comienza la película Mal de Plata de Juan Carlos Capurro que se estrena hoy a las ocho de la noche en la Biblioteca Nacional. Son 27 minutos que funcionan como un safari al torbellino delirante que significó este actor, pintor, poeta y performer nacido en 1939 y muerto en 1992.
“En el peor momento de la cuarentena tomé la iniciativa de ponerme a preparar algo que tenía hace mucho tiempo pensado: hacer una película sobre Federico“, cuenta Capurro en diálogo telefónico con Infobae Cultura. “No es un documental, es una obra en la cual yo hago una mirada personal sobre la obra de Federico. Al investigar los archivos y al hablar con sus amigos fui armando un itinerario en el cual descubrí que Federico ha sido un sismógrafo de la vida de nuestro país entre los años sesenta y los noventa”.
“Toda su obra refiere de una u otra manera al país que tanto amó. Y esto, creo yo, es una nueva mirada sobre Federico, porque siempre fue colocado en un lugar excéntrico, pintoresco, lo que a mi juicio es no haber entendido el sentido profundo de su obra y el carácter excepcional de la manera en al que él lograba a través de sus expresiones artísticas referirse a lo que iba pasando en nuestro país. Él atravesó desde el gobierno de Onganía, los difíciles años setenta, la dictadura de Videla y después incluso tuvo una mirada muy aguda sobre los años del menemismo”.
“Creo que en el último período de su vida, porque lamentablemente murió joven, Tato Bores fue uno de los primeros en darse cuenta hasta qué punto era un gran artista y logró fundir su estilo con el de Federico logrando escenas muy recordadas”, agrega Capurro del otro lado del teléfono. La película sigue con una entrevista que le hace el periodista y poeta Tom Lupo —fallecido a principios de este año— que funcionará como un eje que aparece a lo largo de todo el cortometraje:
—Vos sos el tataranieto de quien fundó Mar del Plata —pregunta Lupo.
—Sí. Don Patricio Peralta Ramos —responde el artista.
—¿Y vos qué fundaste?
—Una ciudad que se llama Mal de Plata. Ahí vamos todos. La fundé en el año 81. Es una ciudad que agarra todo el país porque ¿quién no anda mal de plata?
En el film los artistas Pancho Muñoz, Pedro Roth, Roberto Plate y Carlos Cantini cuentan anécdotas. También aparecen frases de Jacques Lacan y Novalis, solos de guitarra de Jimmy Hendrix, una manifestación y la policía montada que llega para reprimir, una selva que se incendia, postales de Google Map, flyers de eventos, papeles, fotos de Peralta Ramos y de ese modo, pieza a pieza, minuto a minuto, se construye una biopic delirante del “gran artista que aún no ha sido debidamente comprendido en su totalidad”, como dice Capurro.
En la película, dice Peralta Ramos afirma: “Enrique Pichon-Rivière, el famoso psicoanalista, descubrió que en todos los grupos familiares hay un emergente que se llama el chivo emisario. Es el emergente depositante que hace las locuras que la familia no puede hacer y la familia deposita toda la neurosis del grupo familiar en el emergente, en el loco de la familia”. “¿Y a vos te pasó eso?”, pregunta Lupo. El artista se ríe —una risa breve, casi imperceptible— y dice: “Yo soy el emergente, el patito feo de mi familia”.

Las anécdotas van y vienen como ráfagas. Desde las participaciones en el programa de Tato Bores con los ojos enormes mirando fijo al horizonte de la locura hasta la vez que recibió la prestigiosa Beca Guggenheim para “lanzar al mar un inflable gigante que desparramaría buena voluntad por el mundo” y cambió de planes: la usó para cenar en el Hotel Alvear con 25 amigos. “Ustedes me dieron esa plata para que yo hiciera una obra de arte, y mi obra de arte fue esa cena. Leonardo pintó La última cena, yo la organicé”, les escribió a la fundación.
“Si hay algo que caracteriza a Federico es la defensa más absoluta de la libertad creativa. Y todos los ejemplos de su obra remiten a su compromiso. Cuando a él le otorgan la Beca Guggenheim lo que hace es esquivar el canon, lo previsible, hacer cualquier otra cosa. La fundación lo entendió y tuvo que cambiar su reglamento. Ese soplo de libertad que él ejerce es a su vez renovador de la propia mirada del mundo del arte respecto de la labor del artista”, sostiene Juan Carlos Capurro.
Sagaz lector del ruido de época, en su cabeza aparecían ideas delirantes y casi sin tamizarlas las convertía en una expresión artística disruptiva. Tenía la fuerza de un surrealismo cínico y a la vez rabioso. Al Ministerio de Economía de Álvaro Alsogaray le hizo un cuadro que decía “Misterio de Economía”. En 1965 ganó el Premio Di Tella con una escultura de yeso y madera, un huevo gigante titulado Nosotros afuera. El último día de la exhibición, con el galardón ya en su poder, tomó un hacha y destruyó su propia obra.
A la actriz Egle Martin le vendió un buzón. Literal. Lo hizo construir y fue y se lo dio. Cuenta la hija de la actriz que estuvo en su casa durante muchos años. “Soy el único que pudo vender un buzón”, decía. Y tenía razón. Dice Capurro: “Su obra, inclasificable, rindió cuentas, de manera extraordinaria, sobre las contradicciones de su época”. Hay redención en Peralta Ramos: según sus palabras, todo lo que hacía se lo dedicaba a “los patitos feos, los emergentes, los depositantes, los chivos emisarios, los psicodiferentes que nunca se someterán”.
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