
Amédée Van Loo ( 1719 – 1795) fue un destacado pintor francés, pero no tanto como su padre Jean-Baptiste, su tío Charles o su hermano Louis-Michel. Realizó una obra centrada en los retratos y alegorías, pero ese no es el tópico de nos aúna: vamos a hablar de pompas de jabón.
¿Por qué nos fascinan las burbujas?, ¿qué las hace tan atractivas, mágicas? Y no es que sea algo de otras épocas. En eras de niños sobre-estimulados, de lecturas multiplataforma, una suelta de burbujas en un parque sigue generando un encanto que reúne multitudes.
Sus inicios pictóricos se encuentran en el siglo XVI, de la mano de los holandeses y se simbología era relativa la fugacidad de la vida, a la velocidad con que la materia deja de existir. En ese sentido, el hecho de que Van Loo eligiera a las burbujas no es casual, ya que en sus orígenes está relacionado al vanitas, el género que justamente resalta la vacuidad de la vida y la importancia de la muerte y que, a su vez, puede encontrarse dentro de las alegorías. Pero en él hay una vuelta de tuerca, donde lo místico, deja lugar a lo científico.
Para que algo sea carne primero debe ser verbo, y se atribuye que la primera reflexión sobre el tema a Marco Terencio Varrón, o simplemente Varrón (116 - 27 AC), director de las primeras bibliotecas públicas de Roma bajo el ala de Julio César. En De Re Rustica escribe Quod, ut dictur, si est homo bulla, eo magis senex (como se dice, si el hombre es una burbuja, lo es más en su vejez), convirtiendo a la expresión casi en un lugar común de la antigüedad, siendo utilizada por otros autores.
Pero el que le da el empujón para convertirse en tema digno de ser pintado fue el filósofo humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536), quien escribió Homo bulla est (El hombre no es más que una burbuja) y allí nace su relación con el vanitas, que tan popular fue en Holanda y Europa Central a mediados del XVI.

Sus primeras representaciones en grabados tenían una simbología fuerte. Eran querubines que jugaban con ellas, por lo que ahí de lo que se está hablando es de muerte de niños. Quizá porque eran la mejor manera de representar la brevedad en épocas en que la esperanza de vida era más esperar a la muerte, o ese tándem permitía reforzar el concepto, algo que hoy interpretaríamos como una redundancia. Una de las obras más conocidas del estilo es Quis evadet de Agostino Carracci (1557 - 1602). La imagen fue grabada por Hendrik Goltzius y se convertiría en un modelo.
Por otro lado, los angelitos tienen una tradición aún más antigua, que se remonta al siglo II, cuando surgieron en las tumbas de los niños. Luego desaparecieron hasta volver con fuerza en el Quattrocento en la figura de Donatello (1386-1466) para extender su dominio durante el Renacimiento en muchas obras religiosas. La caracterización del putto, los querubines, regordetes y agradables a la vista permanece hasta la actualidad.

Regresando. Los putto y sus burbujas, o solo ellas, luego se suman a la clásica imagen del memento mori: la calavera. Si antes había una redundancia, ahora el estímulo va por partida triple. Jacob de Gheyn II (1565-1629), Jan Brueghel el joven (1601 - 1678) y Nicolaes van Verendael (1640-1691) -que hace una obra solo integrada por la burbuja, la calavera y una vela gastada- son solo algunos de los que juegan con esta simbología.
Con el tiempo, la burbuja ingresó a lo cotidiano. La cuestión de la fugacidad está ahí, con autores como Ignazio Stern, Fra Galgario, Ahora ya no son los puttos los que juegan, sino los niños, como sucede La pareja de baile (1663) del holandés Jan Steen o en la del francés Jean Chardin que en La lavandera la introduce en una obra de género. Chardin realizó varias obras del tópico, donde lo metafórico se mezcla con es esparcimiento.

Y Chardin es de donde Van Loo sacó la idea para su obra Pompa de jabón, propiedad de la National Gallery, de Washington, EE.UU. En ambas piezas puede notarse que las pompas de jabón reflectan la luz y en la composición puede verse que las figuras parecen romper el marco. En el caso de Chardin el ventanal propone el centro y las figuras un triángulo, mientras que el elemento sale de ese encuadre clásico, dando la sensación de escapar. Mientras que Van Loo recurre al mismo efecto, aunque esta vez sobre un óvalo, y es el vestido de la niña el que quiebra la tercera dimensión preparándose para captar en él a la burbuja.
El detalle de la luz no es menor, ya que estaba relacionado con el giro copernicano de Isaac Newton, que a inicios de 1700 revela en su Óptica: o un tratado de las reflexiones, refracciones, inflexiones y colores de la luz, que contradecía a Aristóteles. En ese sentido, Van Loo coloca a su pompa de jabón como la protagonista de la obra, ya que los niños no pueden verla -justamente- porque desde esa perspectiva el efecto de reflexión no se produce. Entonces, ya no se trata solo sobre la velocidad de la existencia, sobre lo filosófico e intangible, sino también sobre lo real y comprobable.

Las burbujas siguieron atrayendo a los artistas con el paso del tiempo: John Everett Millais, Filippo Carcano, Joseph Ranvier y Eduard Manet, por nombrar algunos, también las representaron en su obra, más acá en el tiempo Man Ray la llevó a la fotografía y el concepto tiene una tradición incluso en la arquitectura.
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