
I
“Trabajar cansa”, dijo Cesare Pavese (¿quién podría contradecirlo?), pero la risa y la alegría son derechos universales. A Juan Carlos Castagnino le interesaba retratar en su pintura a los trabajadores humildes, a los explotados que se negaban a perder la dignidad. En La mujer del páramo, por ejemplo, se ve a una trabajadora que, mientras realiza la pesada labor diaria, sonríe con heroísmo.
De fondo, el páramo: tierras ocres, geografía serrana, cielo oscuro y otros personajes, también trabajadores, completando el paisaje pictórico. Es una postal extraña: triste, dura y gloriosa. El artista argentino la pintó en 1944, año en que realizó su primera muestra individual, en julio, en la galería Sagitario de Buenos Aires. La mujer del páramo, ganó el segundo premio del Salón Nacional de Bellas Artes.
Cuando Castagnino la pintó tenía 36 años. ¿Y qué pasó antes? Empecemos por el principio: nació en Camet, una pequeña localidad en el partido bonaerense de General Pueyrredón a 5 kilómetros de Mar del Plata. Estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova y luego estudió en el taller de Ramón Gómez Cornet y de Lino Enea Spilimbergo, su gran maestro.
De muy joven le interesó la política. No era mayor de edad cuando se afilió al Partido Comunista. Luego, en 1933, formó parte del grupo que fundó el primer sindicato argentino de artistas plásticos. Para Constagnino, el arte no estaba escindido de la política, no eran dos esferas separadas que, para funcionar, debían mantenerse distantes. Por el contrario: se retroalimentan.
II
“Castagnino transita los años treinta y cuarenta aquilatando experiencias que vuelca productivamente en trabajos como La mujer del páramo”, cuenta la historiadora del arte Diana B. Wechsler. ¿A qué se refiere? Ese mismo año, 1933, formó parte de otro grupo, el de los pintores que crearon un mural en el sótano de la quinta en Don Torcuato de Natalio Botana, quien fuera el director del diario Crítica.
No era un mural cualquiera, se trataba del momento ideal para explorar técnicas. Lo acompañaban nada más y nada menos que David Alfaro Siqueiros, Lino Enea Spilimbergo y Antonio Berni. “Era la oportunidad extraordinaria de seguir, escuchar y vivir las experiencias y opiniones de estos realizadores", contó Canstagnino en una entrevista.
En 1939 viajó a París, asistió al taller de André Lhote, y recorrió Europa donde conoció a George Braque, Fernand Léger y Pablo Picasso. Al regresar a la Argentina, en 1941, se sentía lleno de un aire nuevo. Se casó con Nina Haeberle —también artista y más bohemia todavía, famosa por sus boinas— y se recibió de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires. Aún le quedaba mucho por pintar.
III
Siguió acumulando experiencia, relacionándose con artistas vanguardistas, entonces en 1944 pintó La mujer del páramo. ¿Es su mejor obra? Para muchos sí, aunque están los que prefieren Quemazón, Chico y perro o Los quinteros, pinturas más evolucionadas: el tratamiento del color y de la técnica responde a su maduración.
En cambio, La mujer del páramo tiene la frescura de la juventud no tan joven: 36 años de vida con mucho camino recorrido y con mucho camino por recorrer. Hay un detalle que marca Diana B. Wechsler: “El cráneo de vacuno, abandonado al pie de la figura, subraya otro aspecto de esa cotidianidad y se presenta como memento mori relocalizado en tiempo y espacio”.
Luego llegarían más pinturas, la evolución de su estilo y los galardones, como el Gran Premio de Honor Salón Nacional (1961), la Medalla de Honor en Pintura de la Feria Internacional de Bruselas (1958) y el Premio Especial de Dibujo II Bienal de México (1962). También fue nombrado miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes.
Juan Carlos Castagnino murió a los 64 años en Buenos Aires, el 21 de abril de 1972. Los titulares de la época decían “Murió el pintor social”, así lo llamaban por su compromiso político. Dejó obras grandiosas, alegóricas, fascinantes, como La mujer en el páramo, ese óleo sobre tela que hoy está en el Museo de Bellas Artes. Una obra extraña: triste, dura y gloriosa.
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