
Hace ochenta años, un 16 de julio de 1940 en la Ciudad de México, nació Francisco Toledo, justo en el medio de la sucesión de siete hermanos: cuarto hijo de Francisco López Orozco y de Florencia Toledo Nolasco. Aunque también aseguró, alguna que otra vez, haber nacido en Juchitán, al sur de México, casi al límite con Guatemala. Era su deseo: amaba esa ciudad.
Se crió en el sur de Veracruz, pero solía ir a Juchitán a visitar a sus abuelos donde aprendió el oficio de zapatero. A los once finalmente emigró allí junto con su familia y al año siguiente lo enviaron a la escuela secundaria de Oaxaca de Juárez. Estando allí aprovechó también para estudiar arte en el taller de grabado de Arturo García Bustos.
Sus padres lo veían inteligente, entonces le dijeron: “ve a estudiar al D. F., debes convertirte en el próximo Benito Juárez”. Pero se sabe que la presión de los padres siempre resulta mal: él prefería dedicarse a visitar museos, galerías y bibliotecas que a estudiar. No le fue tan mal: se comprometió con la pintura y estudió con los mejores.
Su primera exposición fue en 1959 en la Galería Antonio Souza; tenía 19 años. Ese mismo año expuso también en el Fort Worth Center de Texas, Estados Unidos. Tenía el talento necesario, sólo debía complementarlo con la experiencia. Decidió viajar. Llegó a París en 1960, se hizo amigos —Stanley William Hayter, Rufino Tamayo, Octavio Paz—, expuso en la Galería Karl Flinker y observó con fascinación las obras de Francisco de Goya, Paul Klee, Antoni Tàpies y Jean Dubuffet.
En 1965 volvió a México renovado. Su estilo latinoamericanista estaba nutrido de todo lo que vio en Europa. Su perspectiva, tanto ideológica como estética, se volvió mucho más sólida. Siguió trabajando, cada tanto viajaba por el mundo para alguna exposición, pero rápidamente volvía a su taller a crear y a experimentar con el dibujo, con la pintura, con la escultura, con la cerámica. De esa época es Tamazul, pintado en 1977.
Es una obra de 57 x 76.5 centímetros trabajada con acuarela sobre papel. Hoy forma parte de la Colección Blaisten y está en la Ciudad de México. Es una pintura muy peculiar por los colores utilizados y las formas que se entrelazan y dispersan. La sexualidad y los animales son dos temas recurrentes en sus obras.
Pero decir que Francisco Toledo fue solamente un artista es decir poco. Fue, además, un gran activista de izquierda, un luchador social y ambientalista, promotor y difusor cultural. Apoyó numerosas causas enfocadas tanto a la promoción y conservación del patrimonio mexicano como al libre acceso a la formación artística y el cuidado del medio ambiente.
“Yo, para no sentirme tan mal de ser un capitalista, de ser un hacedor de dinero, lo gasto en instituciones que se abren a los jóvenes que no tienen posibilidades de viajar para ver exposiciones o tener libros. Esto que usted ve aquí, el cine, el centro fotográfico, todo está hecho un poco para pagar culpas, por el interés que tengo por la difusión”, dijo en una entrevista.
Le interesaba todo lo que no esté catalogado como bello. Solía dibujar monos, murciélagos, iguanas, sapos, insectos. También lo oscuro, lo escatológico y la sexualidad bestial. En Tamazul, por ejemplo, se puede observar una suerte de apareamiento entre humanos y animales a niveles simbólicos. En ese sentido, su obra es moderna y vanguardista.
Murió hace muy poco, el 5 de septiembre de 2019, en la Ciudad de Oaxaca. Un cáncer de pulmón que padecía desde hacía mucho tiempo lo arrebató del mundo. Tenía 79 años. Hoy cumpliría 80.
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