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En 1900, cuando Pierre Bonnard pintó La tarde burguesa, tenía 33 años. No era una etapa más en su vida (en 1899 se había casado con Marthe de Méligny, con quien tendría dos hijos); se encontraba en un momento crucial en su carrera artística.
Había estudiado en la Academia Julian y en la Escuela de Bellas Artes de París todo lo que necesitaba saber sobre historia de la pintura. Había experimentado la creación colectiva con los Nabis (el grupo artístico que formó junto a Félix Vallotton, Édouard Vuillard, Charles Cottet y Ker-Xavier Roussel). Se había consagrado en el mundo de la publicidad con un popular anuncio de champán. Y ya se había alejado de las tendencias japonistas y el Art Nouveau, característicos de su primer estilo.
Era un hombre en la cumbre de la inspiración, el talento y la experiencia. Y sólo tenía 33 años.
2
Una día de ese 1900, su cuñado, el compositor Claude Terrasse, lo invitó a pasar el día en su casa de Isère. Era una tarde soleada, maravillosa, ideal para dejarse llevar por el arte de la conversación. De repente, al músico se le ocurre una idea: un retrato familiar. Le pide que pinte a todos los presentes en un gran cuadro.
A Pierre Bonnard le gustaban los desafíos, entonces aceptó. El pedido fue muy en serio, su trabajo también debía serlo. Se alejó unos metros y observó detalladamente la escena mientras hacía anotaciones en su libreta. Tal vez nadie de los presentes se enteró de que pronto sería inmortalizado por el artista.
Luego, cuando llegó a su casa, se puso a trabajar. Su método siempre fue pintar sin modelo a la vista. No había ante sus ojos más que un lienzo y, sobre todo, una memoria: la de un cuerpo, una escena, un paisaje. Registraba el objeto de su deseo dibujando aquello que creía que iba a pintar y más tarde los recuerdos jugaban como espejo con el pincel.
“Antes de añadir color hay que mirar las cosas una o mil veces”, dijo alguna vez.
3
El cuadro es, como el título lo indica, una tarde burguesa: una familia opulenta descansando al sol entre manjares y conversaciones. Los personajes están en poses petrificadas que rozan lo caricaturesco evocando un fresco primitivo. Los colores elegidos y los arrebatos impresionistas prefiguran muchas de sus obras posteriores y más recordadas como El camino encajonado y Ventana abierta.
“Esta sorprendente tarde burguesa en la que Bonnard comienza verdaderamente a parecerse”, escribió Thadée Natanson, en 1951, en El Bonnard que propongo. Podría decirse que este cuadro, que originalmente se llamó La familia Terrasse, es el origen del mejor Bonnard.
Hoy, esta obra engalana una de las paredes del Museo de Orsay en París, Francia.
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