
20 de junio de 2020
Día de solsticio. El verano comenzó este sábado a las 22:44.
Día y biología cronometrados con este falso rigor.
Podemos hablar así del despegue de un cohete de la NASA, pero no de las cosas vivas.
Noventa días, hoy. Diario de la peste, fin.
2020, año suspendido, nube. Ni cae, ni asciende.
El ritmo de estos diarios, una corriente eléctrica por debajo del texto.
A veces, en la mañana; otras veces, en la noche: una excitación ante la noticia; la noticia como cortocircuito.
Una energía, primero, encerrada en casa. Pero, si la energía no sale en forma de texto, esa debilita y enloquece a quien la posee.
Necesidad absoluta, diario.
Ante el acontecimiento, permanecer atento y de pie.
Fuerza contra lo mucho más fuerte.
O estás presente en los días fuertes, o huyes. O con la boca abierta haces un ohh, a manera de sonido, respuesta y pasmo.
El diario de la peste como compañero en los días duros y en los días hechos para ver. Necesidad y tensión.
E intento de documento para que la memoria endeble deje un vestigio más claro.
Guattari, ese filósofo que no se está quieto, siempre de viaje.
¿Qué haces?
¿Y qué buscas? Le preguntan.
Guattari responde:
Ando en busca del "pueblo que falta".
Podría hacerse la revolución, dice Guattari, pero no hay un pueblo para hacerla.
Cabeza: asociaciones, saltos, cortes; me interesa lo que está a un lado y del lado opuesto.
Cualquier tangente entre el pensamiento y lo visible.
Mujer de noventa años se recupera después de 81 días en el hospital, leo.
Su nieto de 9 años y un papel donde está escrito: 81 días.
Los días empiezan a ser contados por dedos más lúcidos.
Cada día se ha convertido en un recorrido. Desde las ocho de la mañana hasta las dos de la madrugada, como quien va por un camino que no conoce.
En las películas de Herzog "hay paisajes que llevan a los personajes a la locura".
Sobre un monte, muchos pierden el raciocinio para siempre.
En 2020, ciudades desiertas produjeron locos como una fábrica llena de urgencia.
Y ya están ahí, en la calle, y no saben cuál es el camino a casa.
"Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos", escribía Lorca.
Pero hasta los grillos se han vuelto locos con tanto espacio y cambio.
Un rabí ortodoxo sobre la pandemia. Hace unos días.
"Cuando los acontecimientos están ocurriendo en nuestro mundo, somos ciegos".
La pandemia y sus efectos continúan y por ahí andan.
Una ceguera de tres meses, seis, tal vez año y medio.
En la cama, insomnios. Muchos se quebraron, viejos y jóvenes.
Una tabla puede quebrarse por todos lados; no hay material que no tenga su locura incluida y una muerte que apunta hacia el reloj.
Los mareos se pasaron un poco; pero, allá atrás, estable, está esa amenaza en la cabeza, ese maelström privado que me gustaría olvidar en la silla cuando me levanto.
Escribió también el estudioso de la Biblia:
"Nuestro entendimiento de Dios empieza después de sucedido el acontecimiento.
Solamente vemos la espalda de Dios", dijo.
La espalda de Dios es nuestra ceguera.
Aquí vamos. A buscar el pueblo que falta para hacer la revolución.
A viajar, levantar piedras, mirar las nubes, hacer preguntas, observar de lejos la multitud.
A encontrar al pueblo que falta.
O tal vez al ser humano que falta, al animal que falta, al virus que falta para hacer la revolución.
Pero no es éste aún.
"Mas a nosotros nos es dado
No reposar en ninguna parte", escribió Hölderlin, uno de los oráculos de este diario.
Allí vienen nuevas comunidades y nuevas marchas; el desasosiego ha salido de casa y quiere fundar una nueva ciudad.
El 2021 será un año raro.
"Todos los días salgo, siempre en busca de otro camino".
Pero el segundo camino es siempre peor que el primero; cada vez que te pierdes más lejos, encuentras una salida más peligrosa.
Por muchas partes, el colapso; toda excepción durará el tiempo del miedo.
Con miedo individual tiemblan el suelo y las leyes que siempre han sido sus límites.
El centro lo ocupa todo; en la urgencia, El estado se convierte en el búnker paterno.
Y nos dimos cuenta en las primeras semanas de marzo y abril: casa búnker; la comida entra por un lado y los desechos salen por otro.
Y eso basta.
Cuando el ser humano entiende esto se convierte en un lobo y ya no hay vuelta atrás.
Ni al amigo necesitas. Muchos humanos van a salir de 2020 predadores y carnívoros.
En Stonehenge, "debido a la pandemia, no hay festejos por la llegada del verano".
Los aeropuertos están vacíos y las tiendas de los aeropuertos tienen hojas A4 pegadas en los vidrios que, a falta de uso, se han convertido en espejos.
Roma, la intempestiva, está curada; la melancólica Jeri, feliz de nuevo con el mar. Casi se mete, pero el miedo nos mantiene vivos o, a veces, empuja a los seres vivos a dar un salto sin espalda. Mejor la primera opción.
Tomar la parte del miedo que no quema ni la mano ni la resistencia.
En Gotinga, en Alemania, hoy. 700 personas están en cuarentena obligatoria y arrojan desde las ventanas objetos contra la policía.
Norte y sur, economías en estado de obesa señora desmayada.
En los aeropuertos y en otras partes, nos miden la temperatura sin que lo sepamos.
La vigilancia ha pasado de los gestos al organismo.
Muchos jóvenes húngaros desempleados se alistaron la semana pasada en el ejército. Éste asegura disciplina y comida.
En hebreo, hambre se dice raàv, palabra que significa "gruñido en boca vacía".
No sólo va a haber un después de esto, sino un gran después.
Trágico, leve, pesado, terrible, efusivo, hambriento, burlón, perverso, egoísta, incierto, tembloroso, temible: un después que será todo esto y más.
Un después ambiguo, brutal y alegre.
En una película de Herzog, aquel pensador y lógico que, cuando le ponen un recién nacido en los brazos, dice: "¡Esto me destruye!"
Ser destruido por lo simple. Una destrucción benigna. Pero no siempre es así.
"Me dices que, más inmortal que el cuidado y la cólera, es la alegría", escribió Hölderlin, y este verso es suficiente para terminar lo que sea.
Estoy cansado, cierro la ventana y el diario; quiero hacer otra cosa.
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