
El coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo Kill Bill, que podría conducir a la reinvención del comunismo. Así titula Slavoj Zizek el texto de su autoría incluido en Sopa de Wuhan, el libro de descarga gratuita que reúne artículos en tiempos de pandemia escritos por filósofos y otros pensadores contemporáneos, recopilados por Pablo Amadeo, profesor de Comunicación Social.
Unas páginas después, en La emergencia viral y el mundo del mañana, Byung-Chul Han replica: “Zizek se equivoca, nada de eso sucederá (…). El virus no vencerá al capitalismo (…). Ningún virus es capaz de hacer la revolución (…) Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana”. ¿Se contradicen el filósofo esloveno y el nacido en Corea del Sur? ¿Quién de los dos tiene razón? ¿O están, finalmente, diciendo lo mismo? Si ellos tuvieran que escribir esos textos hoy, apenas unas semanas después, ¿plantearían las mismas cuestiones?, ¿llegarían a similares conclusiones? Al recorrer los demás textos incluidos en el mencionado compendio del pensamiento contemporáneo, me hice estas preguntas en varias ocasiones más. Pasaba de la lectura de un pensador a otro, con la sensación de que no sólo tenían distintas respuestas frente a iguales cuestionamientos, sino, incluso, respuestas contrarias.

Me pasa lo mismo cuando escucho opinar sobre las consecuencias que derivarán de esta pandemia a periodistas, referentes o amigos. A partir de la extraordinaria situación en que nos colocó el Covid-19, tratamos de responder -con voz propia o ajena- preguntas que todavía no tienen respuesta. Algunas, tal vez, no la tengan nunca. Aún más que antes y por la irrupción de lo real absoluto, en tiempos de coronavirus nos resulta imposible soportar el estado de incertidumbre. Tiene que haber una respuesta para todo, para lo que pasa y para lo que está por venir. Nos repartimos roles: están los encargados de dar esas respuestas, están los encargados de exigirlas. Cualquiera sea la pregunta. Algunas originadas por una inquietud de tipo existencial: ¿Cómo serán las relaciones humanas después de la pandemia?, ¿por qué mueren unos y no otros? Algunas derivan de inquietudes concretas, específicas o personales: ¿Cuál será el régimen económico para salvar a las pymes?, ¿cuándo se reanudarán las clases?, ¿cuándo podré ir al oculista y recuperar los anteojos que perdí?, ¿podré viajar en un futuro cercano a esa ciudad para la que ya tenía sacado un pasaje? Necesitamos que se nos responda. Y si eso no sucede, nos incomodamos y recorremos un arco que va de la queja a la angustia, eligiendo pararnos más cerca de un extremo o del otro de acuerdo con las características personales de cada una o cada uno de nosotros. Hacemos lo mejor que podemos, cumplimos o no con lo que se nos pide, pero que alguien nos diga qué va a pasar.
Desde hace días, en este aislamiento que compartimos con gran parte de la humanidad, pienso en Ricardo Piglia. Evoco con dolor el confinamiento que por su enfermedad – esclerosis lateral amiotrófica- tuvo que soportar dentro del propio cuerpo los últimos días de su vida. Y pensar en él, en aquel doloroso encierro, me llevó a recordar lo que el escritor definió como “ficción paranoica”. Me pregunto si puede ser ésa una herramienta narrativa adecuada para explicar el estado de las cosas a partir de esta pandemia. A pesar de que, a la hora de buscar referencias literarias muchos asocian lo que estamos transitando con la ciencia ficción, sospecho que el género más indicado para describir el mundo replegado, en alerta y aterrado por el coronavirus es, justamente, esa ficción paranoica que enunció Piglia en un seminario de 1991. La ciencia ficción parte de una mirada sobre el presente tecnológico que lleva hacia el futuro. La ficción paranoica, además, suma contenido político, extrapola alguna característica “negativa” de la sociedad del presente en que vivimos -o en que vivíamos- para llevarla al escenario de un mañana. “Todo relato va del no saber al saber. Toda narración supone ese paso”, dijo Piglia en aquel seminario donde definió esta suerte de género que deriva del policial, para una sociedad contemporánea en la que no siempre se puede dar respuesta a la pregunta clave que formula el género original: quién lo o la mató y por qué.

Eso sí, no confundamos los conceptos “literarios” sobre los que quiero reflexionar con el uso común de esos términos. No me refiero la utilización que le dieron algunos jefes de estado a las palabras “ficción”, “complot”, “paranoia”, o equivalentes, para desestimar la gravedad de esta pandemia, que es enorme, más que enorme, o para buscar responsables. Ej: “el virus chino”, de Donald Trump, o “la gripecita” de Jair Bolsonaro.
Traigamos entonces aquel concepto literario de ficción paranoica de Piglia a la situación pandémica actual. Los elementos son:
1. Una subjetividad amenazada: nosotros, los hombres y mujeres que habitamos el planeta Tierra en 2020.
2. El enemigo o el perseguidor: el virus Covid-19.
3. El complot que acecha la conciencia de quien narra: todos nosotros intentando dar respuestas que no tenemos, respondiendo como sea; nuestra conciencia paranoica. Hay certezas: sabemos que hay un virus que ataca, que puede matar, que puede hacer colapsar los sistemas de salud, y que se distribuye de manera vertiginosa por el mundo entero. Eso sabemos. Y algunas otras cuestiones que fuimos aprendiendo en estos meses. El narrador completa lo demás para honrar la ficción paranoica.
4. El delirio interpretativo: una interpretación que intenta borrar el azar, que busca decodoficar el mensaje cifrado porque sentimos que tenemos la obligación de descifrarlo.
Metidos por el coronavirus en una novela de Piglia, nos convertimos en una máquina paranoica de producir sentido. Aún donde todavía no lo hay. Si no lo encontramos, pretendemos que alguien nos dé las explicaciones necesarias para entender, para saber qué va a suceder, para poder planear, prever, anticipar, hasta soñar. Y las queremos ya. Respuestas, exigimos que respondan a riesgo de forzar una mentira. “Por un lado tenemos el enigma, como borde entre la sociedad de los hombres y de los dioses. Por otro lado, el monstruo es el otro límite: aquello que es lo inhumano, lo que pertenece a la naturaleza”, dice Piglia. Y lo que dijo, resuena hoy.

A veces imagino que escribo el guion de una serie en la que un jefe de estado tiene que responder a una rueda de periodistas, luego de una conferencia de prensa donde informa la situación de su país en medio de la pandemia ocasionada por el coronavirus. Cualquier jefe de estado, en cualquier país. En mi escena, frente a esa pregunta, que puede ser una entre miles, luego de una leve vacilación, mi personaje, el jefe de estado, en un arranque de sinceridad brutal, mira al periodista, suspira y responde: “No tengo la menor idea”. Y el auditorio en lugar de vapulearlo lo aplaude, primero tímidamente, hasta que el aplauso crece y lo terminan aplaudiendo de pie. Pero claro, esa escena sería rechazada por el productor o el “show runer”, porque no resistiría el verosímil de nuestra ficción paranoica: aún en una situación extraordinaria y sin precedentes como la que estamos viviendo, en el mundo real, exigimos respuesta. Además de luchar contra el avance de la pandemia, cuidar la salud de la gente y sostener lo países que gobiernan, los jefes de estado tienen la carga de llevar tranquilidad a una población que no tolera la incertidumbre. Y en pos de alcanzar esa tranquilidad, nosotros resignamos la verdad de un “no sé”, que nos dejaría sumidos en la angustia de aceptar que hay preguntas que, mal que nos pese, hoy no tienen respuesta.
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