
Cuando el 30 de abril 1789, el recién ascendido al trono español Carlos IV nombra a Francisco Goya como pintor de Cámara, el aragonés sentía que finalmente sus servicios a la corona y, sobre todo, su talento eran reconocidos.
Y así fue con el primer encargo que recibió de parte del Rey Cazador, una serie de retratos monarcales y a eso se dedicó a lo largo de un año. La siguiente tarea asignada, en cambio, solo le produjo malestar: una serie de cartones para tapices destinados para el palacio de El Escorial.
Se las ingenió por varios meses para evitar esa tarea tan poco digna, pero ante la amenaza de perder su estipendio mensual, comienza a trabajar. Sin embargo, avanza poco ya que debe partir hacia Valencia, donde se encuentra su mujer, Josefa Bayeu, que no goza de buena salud. La del pintor tampoco era la mejor, a los pocos meses su sordera avanzaría de manera casi arrasadora.
Para aquella época, Goya tenía un nombre, pero estaba lejos aún de realizar sus obras cumbre. Siendo joven, el nacido en Fuendetodos en 1746 había decorado el relicario de la parroquia, aunque solo quedan registros fotográficos de aquel edificio destruido durante la Guerra Civil española.
No le fue fácil el acceso a la monarquía, sus obras fueron rechazadas por años por parte de la Academia en favor de artistas que desaparecieron en el tiempo o que éste los colocó en un lugar menor. Recién, tras su matrimonio con Josefa, en 1773, quien era hermana de los pintores Ramón y Francisco -un artista de reputación y con contactos-, pudo comenzar un laborioso ascenso.
En 1774 ingresa finalmente a los máximos círculos y comienza con tapices, tarea que todo novato debía aceptar con honor. Produce los conocidos como Temas de caza, por años atribuidos a su cuñado Ramón, después seguiría con los Bíblicos, los realizados para el comedor de El Pardo con Temas Populares y los confeccionados para los dormitorios. Así, obra a obra, fue escalando hacia el poder, hasta que comenzó a pintar retratos familiares de los borbones.
El pelele, que se encuentra en el Museo del Prado, es una pequeña pieza (267 x 160 cm) realizada entre 1791 y 1792 (tiempo en que se cree que en secreto comenzó a trabajar en su emblemática Maja Desnuda) y es una de sus últimas obras como pintor de cartones para tapices.
La obra reproduce una festividad, en la que un muñeco de paja se manteaba. En este caso, por cuatro jóvenes vestidas de majas, con un paisaje frondoso. De colores luminosos, la obra presenta una atmósfera plena de ingenuidad, alegre, en contraposición a muchas de las obras de gran formato que realizaría luego.
Existen dos versiones de la pieza, lo que varía una de otra es el tamaño de la edificación del fondo. En ésta, la torreta apenas surge en el horizonte, dejando toda la atención en la acción, en los rostros angelicales plenos de algarabía.
Goya fue un artista de una gran producción y una notable evolución técnica. Pasó del rococó, al neoclasicismo y el prerromanticismo, aunque su estilo es inconfundible, personal, crudo. Con sus obras de los Los desastres de la guerra, piezas con valor documental y artístico, influenció a muchos pintores con respecto a las piezas centradas en eventos violentos, y con sus Pinturas negras, con las que decoró su casa de campo, la Quinta del Sordo, marcó el camino de los movimientos de vanguardia del siglo xx.
El pelele es una muestra del camino realizado por el genio, de como con una obra rápida, que siquiera quería pintar, podía convertir algo tan sencillo, tan trivial, en una obra de arte preciosa.
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