
El país no olvida el peso de la que es, hasta el momento, la peor tragedia natural de su historia: la vivida el 13 de noviembre de 1985, cuando Armero, ciudad que sostenía la economía del norte del Tolima, quedó sepultada bajo el lodo, llevándose consigo la vida de más de 25.000 personas. A 40 años del suceso que marcó un doloroso punto de inflexión, continúan rindiéndose toda clase de homenajes a los ausentes y a los que le ganaron la partida a la muerte.
La erupción del volcán Nevado del Ruiz, sumada a la represa natural que se formó en la desembocadura del río Lagunilla, provocaron la avalancha que aplastó los sueños de grandes y pequeños y dejó con imborrables huellas a los que lograron huir de esta especie de infierno en la tierra. El deshielo de los glaciares provocó corrientes incontrolables de lahar que descendieron en cuestión de minutos y acabaron con la villa que se erigió a finales del silo XIX en tierra fértil.
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El desastre, sobre el cual hubo una serie de advertencias sistemáticamente ignoradas, puso en evidencia la falta de preparación para emergencias y la insuficiencia de alertas tempranas y evacuación: aspectos que obligaron a una profunda restructuración de los organismos de socorro y la creación de entidades para monitorear la actividad sísmica y volcánica. Las imágenes y testimonios de decenas de sobrevivientes continúan conmoviendo a los colombianos.
Y es que, cuarenta años después, el recuerdo de la tragedia sigue presente en la memoria colectiva. Armero se convirtió en un símbolo de la desgracia, pero aún permite conocer registros que dan muestra de la resiliencia de sus habitantes y de cómo se aferraron a un territorio que los vio nacer y en el que, lejos de los ecos del infortunio, querían pasar sus últimos días. Así dejaron de manifiesto un deseo colectivo que se materializó en el papel.

El documento que estableció el futuro administrativo de Armero en el mapa
En la ordenanza 15 del 13 de noviembre de 1986, un año después de la avalancha, la Asamblea del Tolima fijó la cabecera municipal de Armero en lo que hoy se conoce como Armero Guayabal. En el documento, firmado por el presidente de la corporación, Enrique González Cuervo, y su secretario general, José Orlando Arias, se confirmó dicha decisión, con un aparte que no pasó desapercibido y que en redes sociales los sobrevivientes rememoraron.
Un aparte emotivo quedó plasmado en la referida ordenanza, como parte del sentir de los que no se resignaron a forjar un futuro lejos de sus raíces, como se lo reiteraron a los delegados de la duma departamental que los visitaron y que, luego de tres debates, hicieron realidad el proyecto. Con el que se empezó a configurar un nuevo orden administrativo, como parte de los 45 municipios que por aquella época hacían parte del Tolima

“Saben los armeritas que Guayabal no está fuera de peligro y que quedaría expuesta la nueva cabecera municipal a desaparecer en caso de una eventual erupción, pero han manifestado estar dispuestos a correr su propia suerte, antes que abandonar lo que les ha sido tan caro: el amor por la tierra natal”, se leyó en el documento, como lo detalló Héctor Ossa Alarcón, que fue el que rescató lo que podría denominarse un testamento colectivo frente a su devenir.
No obstante, en un apartado anterior, se dejó claro que la conveniencia de establecer allí la cabecera municipal estaba conminada al concepto técnico de los vulcanólogos y científicos de Ingeominas y si “en el futuro podría desaparecer, ante la eventualidad de una real erupción y no de un deshielo como aconteció al día 13 de noviembre de 1985″. Un deseo que, por lo visto, no encontró oposición, por más de que el temor persista entre los moradores.
En la actualidad, Armero Guayabal se soporta como el municipio en donde se llevaron a cabo algunos de los proyectos de reconstrucción para el beneficio de los sobrevivientes, y cuenta con más de 14.000 habitantes. Sin embargo, pese a la cercanía geográfica, no ha logrado el progreso que caracterizó al viejo municipio, que se convirtió en despensa agrícola de la región, por sus extensos cultivos de algodón, maíz, arroz y café.
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