
El hallazgo de nuevas evidencias arqueológicas en el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete ha transformado la comprensión sobre el poblamiento de América.
Un equipo multidisciplinario de científicos colombianos ha identificado rastros de ocupación humana en la Amazonía colombiana que superan los 21.000 años de antigüedad, una cifra que desafía el consenso académico que situaba la llegada del Homo sapiens al continente en torno a los 13.000 o 14.000 años.
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Según informó Semana, este descubrimiento, resultado de una expedición realizada en 2023, abre un escenario inédito sobre la antigüedad, movilidad y sofisticación de las primeras sociedades suramericanas.
La investigación, liderada por expertos del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh), el Instituto Humboldt, la Universidad Pontificia Bolivariana, el ITM de Medellín y el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, ha contado con la participación de figuras como Fernando Montejo Gaitán, Claudia Patricia Peña Venegas, July Galeano, Juan Humberto Serna y Paula Andrea Zapata.
Montejo Gaitán, antropólogo y arqueólogo del Icanh, estuvo presente en algunos de los murales más imponentes de Chiribiquete, en una de las zonas más remotas de la Amazonía colombiana.

En diálogo con el medio mencionado, Montejo subrayó la trascendencia de las fechas obtenidas: “Son fechas muy importantes porque problematizan la ocupación humana del bosque húmedo tropical. No solo en la Amazonía, sino en toda la parte norte del continente. Las fechas propuestas por Castaño y Thomas van der Hammen ya habían abierto esa discusión, pero ahora la evidencia la refuerza”.
El proceso que condujo a este hallazgo fue el resultado de años de recolección de muestras, análisis de carbono 14 y un enfoque multidisciplinario.
Durante la expedición de 2023, el equipo documentó 15 paneles de arte rupestre, una fracción de los cerca de 65 identificados formalmente en la región. Cada panel alberga cientos o miles de figuras, que ofrecen fragmentos de la vida de las comunidades que habitaron la zona.
Los equipos del Icanh y del Instituto Humboldt han detectado patrones recurrentes en estas representaciones, destacando la presencia dominante del jaguar y el venado.
Montejo explicó que la abundancia de estas figuras sugiere una relación simbólica profunda con la fauna amazónica y la existencia de sistemas complejos de representación.

Para descifrar los secretos de los murales, el equipo recurrió a técnicas avanzadas de imagenología multiespectral, trasladando equipos habitualmente empleados en laboratorio a la agreste serranía de La Lindosa, situada a unos 100 kilómetros de Chiribiquete.
July Galeano, Juan Humberto Serna y Paula Andrea Zapata, de la Universidad Pontificia Bolivariana y el ITM de Medellín, lideraron esta fase tecnológica. Zapata relató:
“Las cámaras que utilizamos pueden ver cosas que el ojo humano no percibe. Comenzamos a detectar pinturas detrás de las pinturas visibles. Hay capas superpuestas hechas por diferentes grupos humanos en distintos momentos”.
Este hallazgo evidenció que el arte rupestre no corresponde a una ocupación esporádica, sino a múltiples sociedades que regresaron al mismo lugar durante milenios.
Además, la imagenología permitió evaluar el estado de conservación de los murales y detectar posibles alteraciones, información clave para su preservación. Una de las imágenes obtenidas reveló incluso indicios de un cultivo representado en uno de los murales, lo que llevó la investigación hacia nuevas hipótesis sobre la vida agrícola en la región.
La interpretación de los murales rupestres ha sido fundamental para comprender la cosmovisión y la organización social de las comunidades prehispánicas.
Los patrones identificados por el Icanh y el Instituto Humboldt muestran que la representación masiva de jaguares y venados no es casual, sino que responde a una relación simbólica y posiblemente ritual con la fauna local. La superposición de capas pictóricas indica, además, una continuidad de ocupación y transmisión de saberes a lo largo de milenios.

El hallazgo de terra preta en la zona de Cerro Azul, detectado por la microbióloga Claudia Patricia Peña Venegas del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas, aporta una dimensión adicional al descubrimiento.
La terra preta es un suelo enriquecido artificialmente por comunidades prehispánicas para posibilitar el cultivo en la Amazonía.
Peña explicó a Semana que la presencia de este suelo implica un nivel de organización social avanzado: “Para formar estos suelos se necesitaban muchas personas”. La existencia de terra preta sugiere prácticas agrícolas complejas y una estructura social capaz de coordinar el trabajo de numerosos individuos.
Estos hallazgos no solo obligan a reconsiderar la cronología del poblamiento de América, sino que también ponen en evidencia la sofisticación de las primeras sociedades amazónicas.
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