
En el testimonio ofrecido por el exsargento del Ejército Alexander Muñoz Orozco ante la Jurisdicción Especial para la Paz, sobresalieron expresiones de desesperación y fractura personal en su relato sobre las presiones sufridas durante su paso por el Batallón La Popa de Valledupar en 2008.
Este sargento viceprimero ofreció detalles de la presión sistemática ejercida sobre los suboficiales y soldados bajo el mando del mayor Rubén Briam Blanco Bonilla. Las tácticas incluían largos desplazamientos a pie por caminos rurales, aislamiento, vigilancia implacable de los horarios de reporte y una constante degradación verbal.
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Al recordar uno de los episodios críticos, el sargento expresó: “Yo abrí a los soldados para todos lados porque eso era un basurero y, bueno, yo soy una basura… Cogí el fusil y me lo puse acá, yo lo iba a hacer, sino que siempre ha estado mi mamá. ¡Carajo! Imagínese que le digan que ese hijo suyo se suicidó, porque supuestamente en el Ejército los que se suicidan son unos cobardes…”.
Este momento marcó uno de los puntos más oscuros de su experiencia, donde contempló el suicidio ante la presión y la constante desvalorización de sus superiores, al parecer, por no conseguir resultados contundentes (asesinatos extrajudiciales), según su declaración ante la JEP obtenida por la revista Cambio.

El sistema de “lograr resultados” predominaba: en un tablero dentro del batallón quedaba en evidencia la presión cuando, según relató, “se marcaban con bolitas los resultados de cada una (compañías). Como ‘Flecha 1’ no tenía nada, el mayor Rubén Blanco Bonilla cambió su estrategia” y comenzó a enviarlo a misiones cada vez más demandantes.
La estrategia de presión incluía marchas de hasta 22 kilómetros con equipos pesados y víveres a cuestas, seguidas de sanciones inmediatas ante cualquier incumplimiento.
Para Muñoz, el rigor de las órdenes, el escarnio público y las amenazas de cárcel por evasión forjaron un clima opresivo que afectó gravemente su estabilidad emocional y la de sus subalternos.

“Lo que me dolía más era que tocaba caminar. No le importaba que fueran 10 o 15 kilómetros, se tenía que caminar uno eso. De puente La Mina hasta allá había casi como 12 kilómetros, y pues eso estaba lejos y en carretera eso duele, y claro, los soldados pues con el equipo encima y con los víveres encima. Eso es pesado”, expuso en su comparecencia conocida por Cambio.
A lo largo de la narración, Muñoz detalló cómo la presión por “los resultados” y el temor a sanciones propiciaron una escalada de acciones ilícitas, incluso la posibilidad de presentar cuerpos de fosas comunes o de indigentes como bajas en combate.
“Fue tan así que me dijo que si podía mostrar como resultado, o sea, que si yo podía matar a mi mamá y mostrarla como resultado. Le dije: ‘Mi mayor, ¿usted cómo va a decir eso?’”, relató sobre una conversación con el mayor Blanco, describiendo el nivel de deshumanización alcanzado.

El relato incluyó también la incomprensión de sus superiores, ejemplificada en discusiones directas: “—Lanza, ¿usted por qué no salió al QSO? —Mi mayor, pero es que usted me está mandando a caminar casi como 22 kilómetros y de allá hasta acá eso es lejos. Venimos tras de eso caminando desde puente La Mina hasta la finca y de la finca hasta allá. Eso no lo corre nadie, ni corriendo llego yo, ni en bicicleta”. Ante la imposibilidad de cumplir con los horarios impuestos, la respuesta fue: “—Lanza, la orden es que usted me tenía que llegar a tales horas, entonces la sanción”.
Cuando finalmente logró obtener los “resultados” que sus superiores exigían mediante la ejecución extrajudicial de civiles, la reacción, según su testimonio, fue inmediata: “¿Si ve que usted si puede llenarse de gloria?”, aseguró que le dijo el mayor Blanco tras el hecho.
En la versión recabada por CAMBIO, Muñoz puso en evidencia cómo el temor, la deshumanización y las órdenes sin escrúpulos facilitaron un ambiente donde, en sus propias palabras, “cuatro meses fueron suficientes para que matar a alguien bajo engaños y en estado de indefensión fuera posible. Injustificable”.
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