
La narrativa tradicional que domina los libros de texto y la conmemoración pública en Colombia presenta el 20 de julio de 1810 como el momento decisivo en el que un desencuentro entre criollos y autoridades coloniales españolas, motivado por la petición de un florero, desencadenó una revuelta.
Ese episodio, conocido como el Florero de Llorente, se convirtió en el punto de partida simbólico del proceso de independencia, culminando en la victoria militar sobre los realistas el 7 de agosto de 1819.
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Esta versión fue institucionalizada como el mito fundacional que cimentó el nacimiento de la República de Colombia, aunque más de dos siglos después el país todavía arrastra problemas estructurales como la violencia, la desigualdad y las disputas sobre la identidad nacional.
En la actualidad, los aniversarios del 20 de julio suelen transcurrir como un feriado más en el calendario de uno de los países con mayor cantidad de días festivos en el mundo. La diferencia la marca el desfile militar que recorre las principales avenidas y el acto protocolario en el que el presidente inaugura la nueva legislatura del Congreso, en el que pronuncia un discurso que refleja prioridades coyunturales y desafíos del momento.
Un día sin significado para algunos ciudadanos

Pese al despliegue oficial, muchos ciudadanos perciben el día como una fecha sin un significado claro o profundamente interiorizado. De acuerdo con la BBC, que citó al historiador Marcos González, las formas de la conmemoración cambian con el tiempo, desde celebraciones religiosas y fiestas de la bandera hasta el actual énfasis en el poder militar, sin que nunca terminara de consolidarse una identidad colectiva en torno a la fecha.
En ese sentido, Sebastián Vargas, especialista en celebraciones cívicas, explicó para el medio citado, que las conmemoraciones patrias son en el fondo rituales diseñados para impartir una pedagogía nacional que refuerza ciertos símbolos y, por lo general, son monopolizadas por instituciones como el Estado, la Iglesia y las Fuerzas Armadas. Esta concentración de la narrativa oficial deja fuera otras voces y perspectivas, a pesar del trabajo de entidades como la Academia de Historia, el Ministerio de Cultura o el Banco de la República, que intentan diversificar el relato nacional.
El 20 de julio no fue el primer grito de Independencia

En primer lugar, y según los expertos en historia citados por la BBC, el 20 de julio no constituye ni el único ni el primer grito de independencia en el territorio que hoy compone a Colombia. Muchos especialistas cuestionan la centralidad que se le atribuye a este evento, considerándolo una visión centrada en Bogotá que refuerza tendencias regionalistas y excluye otras versiones de la historia nacional.
Tal como reconoce González, ciudades como Cartagena celebran su independencia el 11 de noviembre de 1811, y diversas poblaciones como Cali, Buga y Socorro protagonizaron sus propios levantamientos antes de la fecha consagrada oficialmente en la capital. Esta centralidad política fue una decisión de la élite bogotana en el siglo XIX, cuando en 1873 se estableció el 20 de julio como fiesta nacional.
Independencia social y militar
El proceso de independencia fue, además, tan social como militar. Si bien la narrativa predominante enaltece el triunfo del ejército de Simón Bolívar, el trasfondo social y los contextos culturales resultan igual o más relevantes para entender las causas y los alcances de la independencia.
Según Vargas, no solo se trató de una insurrección contra la Corona española, sino de una búsqueda sostenida de igualdad de derechos inspirada por las ideas ilustradas de la Revolución Francesa y la traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre por Antonio Nariño en 1795.

En este proceso participaron amplios sectores sociales, incluyendo indígenas, afrodescendientes y mujeres, cuyas reivindicaciones fueron parcialmente reconocidas en la Constitución de Cúcuta de 1821, aunque la promesa de igualdad y ciudadanía plena permanece inconclusa más de dos siglos después.
La Independencia no acabó con el conflicto armado
Por otro lado, la independencia no significó la erradicación de los conflictos armados ni el logro de una autonomía política completa. La emancipación no fue un hecho aislado, sino un proceso moldeado también por factores externos, como el debilitamiento del Imperio español a raíz de la intervención napoleónica y las crisis de salud pública que afectaron a la población española en el continente americano.
Para muchos historiadores, la violencia que siguió a la independencia es evidencia de que Colombia nunca ha resuelto del todo los desafíos del pluralismo político, la inclusión y el control territorial. A lo largo de los siglos XIX y XX, el país experimentó múltiples guerras civiles, y en el siglo XXI aún enfrenta el reto de consolidar la paz en un escenario marcado por la influencia internacional, especialmente de Estados Unidos, en temas de seguridad y lucha antidrogas.
Una Independencia aparte de criollos y españoles

Finalmente, la reducción del proceso independentista a un simple conflicto entre criollos y españoles resulta insuficiente. La realidad histórica demuestra que ambos bandos estaban compuestos por una variedad de actores:
- Indígenas
- Blancos
- Afrodescendientes
- Mestizos
- Élites
- Sectores populares
Existieron criollos que defendieron la causa realista, españoles que apoyaron la independencia, e indígenas que, ante la amenaza de nuevos tributos, preferían la continuidad del dominio español. Incluso regiones como Nariño mantienen históricamente posiciones críticas o distantes respecto a la figura emblemática de Simón Bolívar.
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