
Cinco meses. Ese fue el tiempo que Laura Sarabia ocupó la jefatura del Ministerio de Relaciones Exteriores antes de presentar su renuncia. Una cifra que, más allá del contexto político que la rodea, la posiciona como la canciller con menor duración en el cargo desde 1998.
Pero, Sarabia no es la única. Si se analiza el promedio de permanencia de un ministro en la Cancillería desde el cambio de siglo, el resultado es revelador, 26,8 meses. Poco más de dos años, en un país donde la estabilidad diplomática parece ser más una excepción que una norma.
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Desde 1998, catorce personas pasaron por ese despacho. Entre ellas, solo una ha superado holgadamente la barrera de los cuatro años, María Ángela Holguín, que ocupó el cargo entre 2010 y 2018, durante dos mandatos consecutivos, acumulando 96 meses. Su gestión, por ahora, es la más extensa de este siglo.
En el otro extremo está Sarabia, con apenas cinco meses. Le sigue Fernando Araújo, que en 2007 fue canciller durante seis meses, en un periodo particularmente convulso. Más recientemente, Luis Gilberto Murillo (2024–2025) estuvo ocho meses y Álvaro Leyva, su antecesor inmediato, duró 21 meses.
Con el Gobierno actual, la rotación se intensificó. Desde que Gustavo Petro llegó al poder en agosto de 2022, ya pasaron tres personas por la Cancillería. Ni una alcanzó el promedio de duración registrado desde el año 2000. Leyva estuvo menos de dos años, Murillo apenas ocho meses y Sarabia, cinco. La diplomacia colombiana, al menos en esta administración, parece no tener un timonel fijo.
Esta alta rotación plantea interrogantes no solo sobre la continuidad de la política exterior, también sobre la estabilidad institucional de uno de los cargos más sensibles del gabinete. ¿Qué tan viable es proyectar una visión diplomática de largo plazo si los cancilleres no alcanzan ni siquiera los dos años en el puesto?

Aunque el perfil de cada ministro varía, la constante es clara, la Cancillería se convirtió en un despacho de paso. Con la salida de Sarabia, queda por ver quién tomará el relevo y, sobre todo, cuánto durará.
Así fue la salida de Sarabia
La renuncia de Laura Sarabia como ministra de Relaciones Exteriores no fue una sorpresa total, pero sí una señal clara de las fisuras internas en el Gobierno de Gustavo Petro. Lo que parecía una gestión breve —cinco meses al frente de la Cancillería— terminó con una carta directa, cargada de razones políticas y personales, que expuso una ruptura profunda con el rumbo que ha tomado el Ejecutivo.
“No se trata de diferencias menores ni de quién tiene la razón. Se trata de un rumbo que, con todo el afecto y respeto que le tengo, ya no me es posible ejecutar”, escribió Sarabia al presidente. Una frase que resume el punto de no retorno al que había llegado su relación con el mandatario.
En ese mismo mensaje, que publicó en sus redes sociales, la politóloga expresó que su decisión fue fruto de una reflexión honesta, guiada por el respeto institucional y su propia conciencia: “Me retiro con la tranquilidad de haber entregado lo mejor de mí y con la certeza de que hay momentos en los que decir adiós es también una forma de cuidar”.

Aunque Sarabia fue una figura cercana a Petro desde los inicios de su Gobierno, su paso por la Cancillería estuvo marcado por episodios de desconfianza. El último fue el intento de declarar una nueva urgencia para extender el contrato de pasaportes con la empresa Thomas Greg & Sons. La exministra defendía esa alternativa, pero días después, el presidente la contradijo públicamente, tildando a la empresa de “fraudulenta” y dejando sin efecto cualquier posibilidad de prórroga.
No era la primera vez que el jefe de Estado la desautorizaba. Durante las negociaciones sobre la entrada de Colombia a la Ruta de la Seda, Petro le retiró al Ministerio de Relaciones Exteriores la responsabilidad del proceso y asumió el liderazgo directo del asunto.
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