
El incendio de un rascacielos en una de las zonas más exclusivas de Dubái dejó al descubierto las condiciones precarias en las que vivían decenas de estudiantes latinoamericanos, en su mayoría colombianos, que llegaron al país con la ilusión de aprender inglés y trabajar. Aunque las autoridades emiratíes informaron que no hubo víctimas fatales ni personas heridas, la emergencia puso en evidencia situaciones de hacinamiento, informalidad laboral y desprotección diplomática.
El incidente se registró en la noche del 13 de junio, en la Tiger Tower, un edificio de 67 pisos y 764 unidades habitacionales ubicado en la zona de La Marina, uno de los sectores más lujosos del emirato.
De acuerdo con información oficial, más de 3.800 personas residían en la torre, entre ellos cerca de 50 ciudadanos colombianos que habían llegado recientemente como parte de programas de estudio promovidos por academias de idiomas de propiedad colombiana, tal como lo consigna El Colombiano, que tuvo comunicación con algunos de los estudiantes.
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Muchos de estos jóvenes vendieron pertenencias personales o contrajeron deudas en Colombia para costear el pasaje y el primer semestre de estudios en Dubái, ciudad que se ha posicionado como un destino alternativo frente a países como Estados Unidos y Australia, donde las políticas migratorias se han endurecido. La facilidad para obtener visado estudiantil, sumada a la posibilidad de trabajar medio tiempo, ha convertido a Dubái en un destino cada vez más popular para jóvenes latinoamericanos que buscan mejorar su nivel de inglés.
Sin embargo, la realidad que enfrentan al llegar es distinta a la expectativa. Debido a los altos costos de vida en el emirato y a las barreras idiomáticas, muchos de estos estudiantes no logran conseguir empleo durante los primeros meses y se ven obligados a compartir habitaciones con hasta 20 personas.

Según testimonios de los afectados, es común encontrar apartamentos con divisiones internas improvisadas, en las que se alquilan camas por un valor aproximado de 400 dólares mensuales. En total, una habitación puede alcanzar los 1.400 dólares mensuales, lo que obliga a los estudiantes a agruparse para compartir gastos.
Los trabajos disponibles para extranjeros sin dominio del inglés son escasos y mal remunerados, en un contexto donde la competencia laboral es alta y donde miles de trabajadores del sur de Asia aceptan sueldos por debajo de los 200 dólares mensuales, a cambio de alimentación y hospedaje. Aunque la tasa de desempleo en Dubái se mantiene oficialmente por debajo del 3%, los niveles de informalidad y subempleo son altos entre los migrantes, que además se enfrentan a una jerarquización laboral determinada por la nacionalidad.
La mayoría de los estudiantes afectados por el incendio se encontraban en sus habitaciones o en actividades cotidianas al momento del siniestro. De acuerdo con residentes, el fuego se inició en los pisos superiores del edificio y se propagó rápidamente. Pese a la magnitud del incendio, no se habrían activado los sistemas de alarma ni los rociadores automáticos, situación que generó desconcierto entre los inquilinos. Durante varias horas, los ocupantes del rascacielos descendieron decenas de pisos por las escaleras en medio del humo, sin contar con asistencia inmediata.

Las autoridades emiratíes indicaron que los residentes fueron reubicados temporalmente en hoteles de la ciudad y que se inició una investigación para determinar las causas del incendio. Mientras tanto, los colombianos afectados se organizaron en grupos de ayuda mutua, activaron redes de solidaridad entre la diáspora en Dubái y comenzaron a recibir donaciones en especie por parte de otros compatriotas residentes en el país, en especial miembros de comunidades de policías y militares retirados que trabajan en el sector privado de seguridad.
Durante las casi dos semanas que permanecieron en hoteles, los jóvenes recibieron ropa y alimentos gracias a estas iniciativas ciudadanas. La asistencia de la embajada colombiana fue limitada, según narran los estudiantes. Más allá de un comunicado oficial en el que se lamentaba el incidente y se ofrecía apoyo legal e institucional, los afectados aseguran haber gestionado por su cuenta las acciones de emergencia, incluyendo la reposición de documentos personales, cuyos costos fueron asumidos directamente por los interesados.

El edificio incendiado fue construido entre 2005 y 2010 por la empresa Emaar Properties, también responsable de obras icónicas como el Burj Khalifa. A pesar del lujo aparente de la zona y de la fachada del inmueble, las condiciones internas contrastaban con la imagen de opulencia. Según versiones de residentes, es común que propietarios modifiquen los apartamentos para convertirlos en dormitorios colectivos, con divisiones de materiales livianos y sin cumplir con normas de seguridad.
Actualmente, los colombianos afectados se encuentran reubicados en nuevas residencias compartidas, donde continúan con sus estudios de inglés en academias gestionadas por compatriotas en zonas céntricas de Dubái. La mayoría de ellos sigue buscando oportunidades laborales que les permitan sostenerse durante su estadía en el país. Aunque el episodio fue superado sin víctimas, ha dejado al descubierto una realidad poco visible sobre la migración estudiantil y las condiciones habitacionales en una de las ciudades más ricas del mundo.
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