
En las calles de Bogotá, los agentes de tránsito vestidos de azul se volvieron parte del paisaje cotidiano. Desde 2021, cuando comenzaron a operar bajo el nombre oficial de Agentes Civiles de Tránsito, estos funcionarios públicos asumieron un rol clave en la movilidad urbana de la ciudad. Su presencia buscó aliviar la carga de la Policía de Tránsito y permitir que esta última se concentre en temas de seguridad ciudadana. Pero no todo ha fluido.
Tres años después de su implementación, el balance no es del todo favorable. Las quejas de los ciudadanos, las dudas sobre sus procedimientos y el control político ejercido desde el Concejo de Bogotá llevaron a un ajuste necesario. La Secretaría Distrital de Movilidad acaba de establecer nuevas reglas obligatorias que estos agentes deberán cumplir sin excepción.
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La actualización normativa llega tras una evaluación que identificó vacíos en la forma como los agentes interactúan con los ciudadanos y aplican las normas. No se trata solo de corregir errores, también de fortalecer un enfoque preventivo y transparente que, al menos en papel, fue el espíritu con el que nacieron los “agentes azules”.
Entre los cinco compromisos que ahora rigen su labor, hay uno que apunta directo a la legitimidad del procedimiento, cada agente deberá portar en su comparendera un enlace digital que confirme si se encuentra en servicio activo. “La información deberá ser mostrada de manera inmediata y cuantas veces sea solicitada por el ciudadano”. Esta verificación en tiempo real es un paso clave para evitar abusos o malentendidos, sobre todo en una ciudad donde la desconfianza institucional está latente.
Otro punto fundamental es el uso obligatorio y continuo de la body cam, la pequeña cámara alojada en el uniforme del agente. Ya no basta con tenerla, debe estar encendida durante todo el servicio. “Si usted considera que hubo un procedimiento indebido, podrá solicitar el video registrado por la cámara y la Secretaría de Movilidad deberá entregarle la grabación”. Esta medida no solo protege al ciudadano, también respalda al agente ante falsas denuncias.
La norma también dejó claro que ningún procedimiento podrá hacerse sin el uniforme reglamentario. Esto no es menor. Impide intervenciones informales o fuera del marco legal, y frena de tajo los casos de suplantación o exceso de autoridad.
Además, los agentes tienen ahora el deber de asistir a todas las audiencias en las que un ciudadano impugne un comparendo. Es decir, no basta con imponer la sanción; deben responder por ella frente a un juez. Este punto refuerza la dimensión judicial del proceso y protege el derecho del ciudadano a una defensa efectiva.
Y hay un compromiso que atraviesa a todos los demás, la conducta de los agentes debe ser respetuosa y transparente. Aunque suene básico, este principio ético se convierte en norma escrita como respuesta a los múltiples casos de trato inadecuado que se registraron desde 2021.
El desafío, claro, es que estas medidas no queden en el papel. La ciudadanía necesita garantías de que estas reglas se aplicarán con rigor y continuidad. Mientras tanto, Bogotá sigue moviéndose, entre semáforos, trancones y controles, bajo la mirada de los agentes civiles, que ahora están más vigilados que nunca.

Más que una actualización técnica, estas nuevas obligaciones para los agentes civiles de tránsito revelan una tensión de fondo, el intento del Estado por recuperar la confianza ciudadana en la gestión pública. No se trata solo de vigilar a quienes vigilan, sino de responder a una demanda creciente por transparencia, legalidad y trato digno en el espacio público. En una ciudad donde la movilidad ya es un reto, la legitimidad de quienes la regulan es crucial. Si estos cambios logran traducirse en prácticas reales, Bogotá podría estar dando un paso, modesto pero necesario, hacia una convivencia más justa en sus calles.
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