
El exsacerdote, comunicador, conferencista y escritor samario Alberto Linero acaba de publicar un nuevo libro, que busca ofrecer una mirada esperanzadora desde la experiencia de la ruptura. El texto, impregnado de confesiones personales, indaga en las razones que lo llevaron a dejar el sacerdocio y en el proceso de reconstrucción posterior.
En diálogo con Infobae, Linero repasa los momentos decisivos de su cambio de vida y los dilemas espirituales, emocionales y sociales que lo acompañaron.
Durante años, Linero fue una figura destacada del catolicismo colombiano. Su estilo directo, su capacidad de conectar con públicos diversos y su presencia constante en medios de comunicación lo convirtieron en una voz familiar para millones de creyentes. A la pregunta sobre cuál era el símbolo de su éxito, Linero recuerda una conversación con el periodista Ernesto McCausland. “Tú nos enseñaste a mamarle gallo a lo que no nos atrevíamos”, le dijo. Hoy, Linero resume su éxito en tres elementos: autenticidad, cercanía con la gente y sentido del humor. “Mi tono de voz no cambiaba, mis expresiones no cambiaban, mis movimientos no cambiaban. Trabajé en todos los barrios de Barranquilla y de Cartagena. Yo creo que el éxito estaba ahí”.

Sin embargo, con el tiempo esa imagen pública empezó a desentonar con lo que ocurría en su interior. El momento de quiebre lo resume con una frase: “Me mamé de la soledad”. Lejos de tratarse de una experiencia mística o una crisis de fe, lo que expresa es haber tenido la sensación de no importarle a nadie. “Tenía millones de seguidores, predicaba en muchos países, salía en la radio y en la televisión. Pero sentí que no le importaba a nadie”, confiesa. La soledad no era la ausencia de compañía, sino la ausencia de cuidado. “No hay como la soledad de una parroquia”, afirma, en alusión al aislamiento que vivía incluso dentro de la comunidad religiosa.
Linero sostiene que su problema nunca fue con Dios. Afirma mantener una relación íntima con la fe, incluso durante el proceso de discernimiento que lo llevó a dejar el ministerio. “Siento que Él me acompañó en el proceso y me confirmó que mi decisión era lo mejor”. Pero también aclara que su alejamiento fue producto de un desgaste con ciertas dinámicas institucionales. “Comencé a tener problemas con las lógicas institucionales. Algunas rutinas eclesiales ya no eran mías. Yo no voy a presidir una comunidad si no estoy de acuerdo con la institución en tantas cosas”.

Aunque nunca fue párroco ni tuvo su propia parroquia, Linero vivía rodeado de feligreses. Jugaba dominó, fútbol, tenis. Tenía amigos. Pero hubo momentos en los que esa red falló. Relata un episodio de salud —una hipoglucemia que lo llevó a una clínica— como uno de los instantes más reveladores de su situación. “No había quien me cuidara. Llamaban a Sergio, estaba ocupado. A Carlos, también. ¿Y quién te acompaña? Llamé a mi madre para que viniera a cuidar a un tipo de 49 años”. Ese hecho, que figura en su nuevo libro como una metáfora de “romperse”, lo llevó a comprender que no quería seguir viviendo así.
Decidir dejar la vida sacerdotal no fue sencillo. “Uf, fue difícil”, admite. “Se me estalló la vida”. Reconoce que tuvo miedo, sobre todo al futuro laboral, pues no estaba acostumbrado a valerse por fuera de la congregación, a pesar de que recuerda que desde los 13 años trabajaba —fue cobrador en el bus que manejaba su padre— y siempre tuvo jornadas de más de 12 horas. Aun así, el salto al mundo secular le generó incertidumbre. “Sabía que iba a ser criticado. No hay gente más violenta que los fanáticos religiosos. En eso han sido fieles a su odio”.
La fe, asegura, no se perdió. “Yo siento que todo va a salir bien. No es una decisión, es una certeza”. Fue esa convicción la que lo impulsó a escribir este nuevo libro, cuyo eje es la esperanza. “Nos están llenando el corazón de pesimismo”, dice, aludiendo a la polarización y al discurso simplista que domina muchos escenarios. “Nos están haciendo creer que el país no sirve, que el mundo no sirve, que pronto será la Tercera Guerra Mundial. Y no podemos seguir así”.

Asegura que el texto que presentó recientemente en la Feria Internacional del Libro de Bogotá no propone una esperanza ingenua ni está escrito desde el privilegio. No promete bienestar como resultado de la fe. Por el contrario, parte del reconocimiento de la fragilidad humana. “Yo no creo en ese discurso de que todo va a estar bien solo por tener fe. Creo que, a pesar de perder, de caerme, de doblarme, puedo seguir adelante”.
Linero también reflexiona sobre la dificultad de adaptarse a ciertas reglas del mundo civil. Habla del dinero —“yo no sabía que el dinero tenía valor”— y de la desconfianza como rasgo dominante en las relaciones actuales. “Me impresiona la violencia de la sociedad colombiana. No es a lo que yo estaba acostumbrado, yo vivía en un mundo donde se intentaba vivir desde el amor”.

Sobre su vocación, recuerda que fue a los 15 años, durante un retiro espiritual, cuando sintió un llamado. “Tuve una experiencia mística, una alegría de Dios en el corazón. Y eso no se ha ido”. Pero con el tiempo comprendió que también debía cuidarse a sí mismo. “Había estado pendiente de todo el mundo y me había descuidado”.
Aunque afirma que en el momento de su retiro no pensaba en tener pareja, sí buscaba una vida distinta. “No rompí con la Iglesia. La Iglesia se ha portado muy bien conmigo. Pero sí rompí con el rol que cumplía dentro de ella”.
Con esta nueva publicación, Linero apuesta por un mensaje que abraza la vulnerabilidad como punto de partida para reconstruir sentido. “Hay que restaurarse. Hay que hacer la vida de nuevo. Y eso también es tener fe”.
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