
En una conversación que ha generado diversas impresiones, Juan Sebastián Marroquín Santos —Juan Pablo Escobar Henao, por el nombre de su nacimiento—, hijo del reconocido narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, compartió aspectos íntimos y poco conocidos de la relación que sostuvo con su padre, en una charla con Ignacio “Nacho” Llantada, vocalista de la banda mexicana Los Claxons, donde el descendiente del líder del cartel de Medellín habló de su vida personal, su perspectiva sobre la familia y, especialmente, del vínculo con “El Patrón”.
Juan Sebastián, que actualmente se desempeña como arquitecto, diseñador industrial, escritor, pacifista y conferencista, se ha dedicado durante años a construir un discurso enfocado en la reconciliación, la memoria y la paz, marcando una fuerte distancia con el legado violento de su padre; sin embargo, en esta reciente conversación reveló detalles personales que pintan un retrato complejo del temido narcotraficante en los años 80 y 90, no desde el lente criminal, sino desde el íntimo papel de padre.
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Durante la entrevista, Marroquín relató una escena que, según él, se repitió en múltiples ocasiones y que ilustra cómo Escobar priorizaba el vínculo con su hijo, incluso en medio de operaciones millonarias: “Yo llegaba a la oficina de mi papá. Y estoy seguro de que ese hombre no tenía una reunión donde no estuviera discutiendo temas de 50, 100, 200, 500 millones de dólares. O sea, algo muy importante para un ser humano. El dinero, el poder y todo eso, pero yo he llegado a la oficina y mi papá decía ‘a ver, espérate. Llegó mi hijo, llegó lo más importante que yo tengo’”.

Esa atención, según explicó, generó una huella emocional significativa. Aunque reconoce sin ambigüedades la dualidad de Escobar —como un hombre que ordenaba asesinatos sin vacilación—, también destacó la coherencia de los consejos que le daba en el ámbito familiar.
“Ese amor, ese cariño, ese afecto y un papá que nunca me aconsejó mal. O sea, paradójicamente, él era muy mal ejemplo por fuera de casa, pero dentro él me decía, ‘elige bien, estudia, no te drogues, esfuérzate, respeto para todo el mundo’”.
En sus palabras, también se destaca una crítica cultural implícita sobre la masculinidad de la época y los estigmas sociales que rodeaban las muestras de afecto paterno: “Increíblemente, tipo que mandaban matar personas como nada, y decía, ‘tienes que respetar a las mujeres, no les puedes ni decir ni un insulto, ni con el pétalo de una rosa se tocó con una mujer, tienes que ser superrespetuoso, siempre decir gracias, siempre por favor, siempre buenos días, buenas tardes’”.

El relato toma un tono aún más íntimo cuando Marroquín recuerda las demostraciones de afecto que su padre tenía con él, en un contexto en el que, según describió, esos gestos eran mal vistos. “Él estaba presente conmigo, me abrazaba y me daba besos, estaba muy mal visto en Colombia en esa época, un país hipermachista. Agarrar a tu hijo, darle un beso. Va a sonar absurdo lo que voy a decir, pero eso era lo que pasaba y cómo veía la sociedad ese momento, decía, ‘¿Qué pasa con ese padre? ¿Por qué le está dando besos a ese niño, no? Como que el padre fuera tuvo alguna enfermedad sexual, ¿no?‘”.
Para el hijo de Escobar, esa actitud del narcotraficante —quien no temía ir en contra de los mandatos culturales de su entorno inmediato en cuanto a la expresión de cariño— fue determinante en su formación como ser humano: “Eso es cariño, es un afecto, es un abrazo, o sea, es amor. Y entonces entre machos, entre bandidos, eso que no, o sea, el hijo, ‘Hola, mijito, ¿cómo está?’ Como muy de lejos, ¿no? Hola, mijito, ¿cómo está usted? Pero muy de lejos y eso que mi papá los bandidos los veía a las caras, ¿no? Que yo llegaba, ’Hola, papá, ¿cómo estás?‘, y me daba un beso en la mejilla, me abrazaba, ‘te quiero mucho, hijo’ (...) no, no le importa, no, ¿cómo no le vas a decir que lo quieres?”
El testimonio también alude a los conceptos de masculinidad que prevalecían en los años 80, una década marcada por estructuras sociales rígidas. “Eso no se dice. Eso es, perdona, pues así se decía, eso es de maricones, así se decía en los 80’s, hermano. Ven, vengo de esa cultura, pero a mi papá no le importó esa cultura y, sin embargo, me crio con amor, con respeto, con cariño y yo también creo que soy el resultado de ese amor y ese cariño”.

Como parte de su mensaje final, Marroquín hizo un llamado enfático a la unión familiar, al destacar su valor como núcleo restaurador de la sociedad: “Por eso soy un defensor de la familia. Independientemente del entorno, de lo que hagan tus padres, es importante que invitemos a las familias mexicanas a reunirse, pero devolverse a unir. No reunirse porque aquí estamos reunidos. No juntarse, es volverse a unir, ¿no? Eso es tan importante, eso no sabes la paz que le trae a la sociedad”.
Este testimonio, más allá de las controversias que inevitablemente genera el nombre de Pablo Escobar, pone de relieve una faceta poco explorada del narcotraficante. No busca reivindicar su accionar criminal ni justificar su papel dentro del conflicto colombiano, sino mostrar cómo, en medio de un contexto violento y de ilegalidad, coexistía una figura paterna que, al menos en el espacio íntimo, priorizaba valores distintos.
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