
En una región marcada por la violencia y el control de grupos armados, Miguel Ángel López Rojas, un reconocido embalsamador de la zona, falleció junto a su esposa y su bebé en un ataque armado ocurrido el miércoles 15 de enero. El hecho tuvo lugar en la vereda La Valera, en el corregimiento de La Silla, una zona rural de la vía que conecta los municipios de Tibú y Cúcuta, en el departamento de Norte de Santander. Este trágico suceso, que también dejó a un niño de 10 años como único sobreviviente, constituye la segunda masacre registrada en la región en lo que va del año.
De acuerdo con los reportes, un grupo armado interceptó el vehículo en el que viajaba la familia y abrió fuego contra ellos. El alcalde de Tibú, Richar Claro, confirmó que el bebé, identificado como Miguel Herney López Durán, falleció en el ataque, mientras que el hijo mayor logró sobrevivir. Las autoridades enfrentaron dificultades para acceder al lugar del crimen debido a la presencia de actores armados ilegales que controlan la zona. En un mensaje publicado en su cuenta de X, el presidente Gustavo Petro lamentó los hechos y aseguró que se están tomando medidas para esclarecer lo ocurrido.
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Un oficio humanitario en medio del conflicto y su última voluntad
La vida de Miguel Ángel López estuvo marcada por su labor como embalsamador en una región profundamente afectada por el conflicto armado. Propietario de la funeraria San Miguel, López se dedicaba a recuperar y preparar los cuerpos de las víctimas de la violencia, una tarea que realizaba incluso en las zonas más peligrosas, conocidas como “zonas rojas”. López había preparado más de 500 cuerpos a lo largo de su carrera, ganándose el respeto tanto de las autoridades como de los grupos armados ilegales que operan en la región.

En septiembre de 2024, el periodista Jhon Jácome documentó la historia de López en el reportaje titulado El Trabajo del Embalsamador de Guerra en Colombia, publicado en el canal de YouTube Realidades. En este material, López relató cómo su labor requería obtener permisos tanto de las autoridades como de los grupos armados para poder ingresar a las zonas de conflicto sin poner en riesgo su vida. “Nosotros salimos a cumplir una labor humanitaria”, expresó López en el documental, destacando el delicado equilibrio que debía mantener para realizar su trabajo.
El oficio de López no solo implicaba riesgos físicos, sino también un profundo respeto por los cuerpos que preparaba. Según se detalla en el documental, el embalsamador solía poner música a bajo volumen mientras trabajaba y, en ocasiones, pedía a los fallecidos que lo ayudaran a cumplir con su labor.
En una reflexión sobre la muerte, López expresó su deseo de ser cremado, ya que sentía temor hacia las bóvedas. “Siempre le he dicho a mi familia: ‘no importa el ente de mi muerte, bien sea natural o violenta, quisiera una cremación’. Me dan fobia las bóvedas”. Este deseo quedó registrado en el documental, dejando un testimonio que ahora resuena con mayor fuerza tras su trágico fallecimiento.

El vehículo fúnebre en el que Miguel Ángel López fue atacado había sido previamente mostrado en el documental de Jhon Jácome, lo que añade un elemento simbólico y trágico a los hechos. Según relató López en el material audiovisual, este vehículo era utilizado para recoger cuerpos en lugares remotos y peligrosos, muchas veces sin la presencia de las autoridades. En el documental, López describió cómo era contactado para realizar su trabajo: “Normalmente, hay unos que me llaman y me dicen: ‘Bueno, Miguel, es que hay un cuerpo en el kilómetro 18 vía La Gabarra, necesitamos que vaya y lo recoja, le tome las coordenadas y nos lo traiga a la estación para hacerle el levantamiento’”.
El testimonio de López refleja las difíciles condiciones en las que desempeñaba su labor, así como la indiferencia de algunos sectores de la sociedad frente a la violencia que afecta a la región. “Es más, hay ocasiones en las que me ha tocado solo recoger el cuerpo porque ni ningún vecino ni ningún mirón llega por lo menos a preguntarme”, explicó en el documental. Estas palabras, que en su momento ilustraron la crudeza de su oficio, ahora adquieren un significado aún más profundo tras su muerte.

La masacre de la familia López Durán generó conmoción en la comunidad de Norte de Santander, una región históricamente afectada por la presencia de grupos armados ilegales como el Clan del Golfo y el ELN. Hasta el momento ningún grupo se ha atribuido la responsabilidad del ataque. Sin embargo, la zona donde ocurrió el crimen es conocida por ser un territorio disputado por estas organizaciones, lo que dificulta las labores de las autoridades y agrava la situación de inseguridad.
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