
“Para mí el Diablo es un símbolo de alegría y también de paz por la historia de los dos pueblos. Porque si uno se pone a analizar, si no hubiera existido el Diablo, básicamente no hubiera paz y no tendríamos el Carnaval de Riosucio”, así comienza este pasaje con la voz de Mariana, una de las jóvenes participantes del Carnaval de 2025.
Tras concluir las fiestas del 5 al 8 de enero de 2025, que reúne a las familias riosuceñas de los cuatro cabildos del territorio, a los mestizos, el campesinado de la región y los visitantes de otras zonas del país; se invita a repensar cómo el carnaval es visto desde el exterior; así como una junta de saberes populares, ancestrales y cotidianos que permiten generar reconocimiento y transcendencia cultural, donde los jóvenes y los niños tienen su espacio como participantes y sujetos de acción.
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Este reportaje realizado por Infobae Colombia, que no solo documentó desde afuera, sino al que también se le permitió compartir con quienes hacen parte del carnaval y de sus prácticas culturales; permitió llegar a un punto elemental que permite explorar el senti-pensar de los niños y sus gentes con la figura del Diablo, un personaje que para ellos es muy distinto al contexto del catolicismo, que para dicha institución es un representante del mal.

Los niños que siguen los paso del Diablo del Carnaval: una figura que no se trata del mal
El Carnaval de Riosucio, una de las festividades más emblemáticas de Colombia, tiene sus raíces en un complejo entramado de rivalidades históricas, dinámicas de mestizaje y expresiones culturales que se remontan a los siglos XVII y XVIII.
Según la información recogida tanto en el compartir de la palabra con los residentes del pueblo, así como lo dicho por el Ministerio de Cultura, la festividad está construida a partir de un tratado de paz y reconciliación de sus gentes. La enemistad entre los pueblos de San Sebastián de Quiebralomo y La Montaña, que se intensificó con la llegada de los españoles en el siglo XVI, fue un factor determinante en la configuración de esta celebración.
La figura del Diablo, símbolo central del carnaval, emergió como una representación mestiza que combina elementos de la tradición católica, las creencias indígenas y las influencias africanas. La rivalidad entre San Sebastián de Quiebralomo y La Montaña marcó profundamente la historia de la región.

De acuerdo con la entidad nacional, durante más de dos décadas, una cerca dividió físicamente a ambos pueblos, separando sus iglesias y plazas. Esta barrera no solo simbolizaba la discordia, sino que también alimentaba enfrentamientos que iban desde insultos hasta agresiones físicas, especialmente en los días de mercado. Con el tiempo, las tensiones dieron paso a un tono más burlesco y picaresco, que se convirtió en un elemento distintivo de la literatura matachinesca, un género literario asociado al carnaval que recoge textos orales y escritos creados para sus actos estructurales.
Tal como lo diría Alba Sepúlveda, que participó por más de 20 años en las cuadrillas del carnaval, una de las actividades populares que concentra toda su atención en el tercer día de la festividad; “Dos curas iniciaron la discordia, y fueron dos curas quienes la terminaron”. Sepúlveda manifestó que fueron los mismos padres quienes impusieron la imagen del Diablo para concluir la enemistad entre los pueblos, que más adelante se implementaría como figura majestuosa de la celebración cultural.

“Para mí el carnaval une mucho a las personas, a los jóvenes, porque ayuda a convivir entre ellos y aprender a trabajar en equipo. Y también se forman lazos muy cercanos, porque uno hace aquí amigos y lo ayudan a soltarse como persona y ser más sociable en el pueblo”, destacó Sofía Guevara, una de las niñas que participó en las cuadrillas juveniles el viernes 3 de enero.
Así como Sofía, son varios los niños y jóvenes que han ido construyendo un discurso sobre la historia del pueblo, la violencia que en estas se han evidenciado y sobre todo, la imagen de un ser que no llama a la maldad, el individualismo y la destrucción, sino que, en cambio, invita a la unión, la paz, el goce y el disfrute por la vida; que se construye en común y unidad (comunidad).
“Para mí lo que significa el diablo del carnaval es que es un espíritu que puede hacer que nosotros nos unamos más como personas y sepamos más de los dos pueblos que nos unen”, compartió Matías Londoño, otro de los niños participantes.
De acuerdo con Miguel Vargas, académico ilustre del pueblo y rector de la Institución Educativa Los Fundadores de Riosucio Caldas, que también compartió con Infobae Colombia, durante los días de celebración; la forma en cómo estos jóvenes y niños han ido construyendo el lenguaje de paz y el Diablo como instrumento de conciliación y unión, se logra desde la misma educación.

Una educación que no solo se imparte desde las instituciones educativas, ya sean del pueblo como los de las veredas y los corregimientos, sino también, desde las dinámicas sociales y participativas que han tenido sus familiares y allegados en las cuadrillas y/o colonias que participan cada dos años impar en el carnaval. A esto, se le suma igualmente la construcción de colectivos juveniles que expanden las formas de comunicación en torno al carnaval a través de otras expresiones culturales como los son la música, el teatro y la pintura.

El Diablo: símbolo universal y mestizo
Uno de los elementos más destacados del Carnaval de Riosucio es la figura del Diablo, cuya identidad y significado han sido objeto de análisis por parte de investigadores, como el escritor y periodista Álvaro Gärtner. Según el Ministerio de Cultura, Gärtner señala que el Diablo del carnaval es una proyección del Diablo católico, pero mestizado con las creencias indígenas y africanas. Este sincretismo lo convierte en un símbolo único que trasciende los sistemas teológicos, políticos, sociales y económicos.
Sumado a lo anterior, para la Cuadrilla Urus el Diablo del Carnaval no es un diablo religioso, ni tampoco es una fiesta anticristiana; ni el carnaval toca la religiosidad de los hombres. Para el pueblo riosuceño, es un estado anímico heredado de la tradición cultural aborigen y de interculturalidad de las gentes que vivieron en la parte occidental de lo que hoy se conoce como Caldas.
Sobre el Diablo, afirman que es un espíritu inspirador de muchas cosas como: la preparación de los oídos para la música y el cuerpo para la danza. Asimismo, es quien inspira a los escritores y poetas para fabricar los versos y canciones; un espíritu bueno de la tradición y custodio simbólico de la fiesta popular.

“El Carnaval de Riosucio es la demostración de una pueblo que se formó con la integración indígena, la negra africana y la blanca europea, cultura muy especial que ha tenido representaciones en todos los géneros de la creación artísticas y espiritual. El Carnaval de Riosucio tiene lugar cada dos años alrededor del seis de enero y se halla estructurado como un extenso poema dramático escrito de manera colectiva por los matachines o carnavaleros de más honda mística y capacidad literaria”, precisó la cuadrilla.
Una tradición que trasciende el conflicto
El Carnaval de Riosucio, tal como se conoce hoy, es el resultado de siglos de historia, mestizaje y transformación cultural. Lo que comenzó como una rivalidad entre dos pueblos se convirtió en una celebración que une a la comunidad a través de la música, el teatro, la literatura y la crítica social. La figura del Diablo, lejos de ser un símbolo de división, representa la capacidad de los pueblos para integrar sus diferencias y crear una identidad compartida.

Esta festividad, que combina elementos religiosos, históricos y culturales, es un testimonio de la riqueza y la complejidad de la historia colombiana. Al mismo tiempo, es un recordatorio de cómo las tensiones y los conflictos pueden transformarse en oportunidades para la creatividad y la unión. El Carnaval de Riosucio no solo celebra la diversidad, sino que también honra la capacidad de los pueblos para reinventarse y encontrar en sus diferencias una fuente de fortaleza y orgullo colectivo.
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