
Ángela Jiménez vive en Barichara (Santander) hace 32 años. En Barichara, los terracotas, naranjas, rojos y ocres invaden el ojo, lo saturan. Con ver al cielo, azul, siempre azul, estallan. Naranjas y azules vibran. El azul es el color con el que vibra Ángela Jiménez y se le convirtió en una necesidad; el naranja y los terracotas pueden llegar a agobiar.
En Barichara, sin cultivarse, se da el arbusto de añil, la indigofera tinctoria. Es una planta silvestre de la que se obtiene el azul índigo, el mismo de los bluyines, que desde tiempos prehispánicos y durante el periodo de la colonia, según cuenta Jiménez, se explotó de forma artesanal, hasta que se sintetizó la molécula durante la revolución industrial, y se perdió, o se creía perdida, la técnica y el saber para extraer el pigmento.
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Ángela Jiménez es arquitecta y artista, es pintora. Trabaja con técnicas de construcción artesanal como el bareque, la tapia pisada y el adobe. También ha trabajado en la producción de papel artesanal a partir de la fibra de las hojas de piña, fique, algodón y morera, todo en Barichara. Allá, trabajando con la comunidad, escuchó sobre el arbusto del añil y decidió investigar luego de que Juan Carlos Prada, un paisano del pueblo, le contó que su abuelo se dedicaba a extraer el pigmento.

Esto se conjugó con otra necesidad que crecía en Jiménez: un color que contrastara con esa explosión de naranjas de la tierra de Barichara:
En esa investigación, que empezó hace dos años y que continúa hoy, pues está buscando otros pigmentos, pero también perfeccionando la extracción del índigo y el cómo emplearlo, no solo para sus pinturas, sino para la industria textil en Barichara, que también, dice, es muy artesanal.
Además de esto, según cuenta, está trabajando de la mano del Servicio Nacional de Educación (Sena), “para encontrar una receta química muy precisa y poderla difundir ampliamente” y con la Universidad Industrial de Santander (UIS) “para buscar estos pigmentos híbridos, porque no solamente de azules, sino también hay rojos. Estamos en esa investigación”.

Regresando a la pintura de Jiménez, del 16 de agosto al 30 de septiembre, en la sala de exposiciones del Centro Colombo Americano de Bogotá, se podrá ver el resultado de esta investigación en Azul Barichara, que reúne algunas pinturas, en pequeño formato y otras en mediano, que configuran una instalación en la que el naranja de la tierra de Barichara contrasta con ese Azul Barichara.
La obra de Jiménez en Azul Barichara son trabajos en los que la experimentación y el jugar con el material, que es nuevo para la artista, es una constante. Primero comenzó abordando, con el pigmento, que aglutina, a veces, como goma arábiga —el mismo aglutinante de la acuarela y que se usa para otras cosas— algunos de los motivos que han sido una constante en su trabajo, una simbología propia.
Después, trabajando con el material, empezó a ver la planta y a trabajar con esta como referencia, haciendo monotipos, aguadas y dejando que el material tome sus propias decisiones, pues los pigmentos y los medios siempre están vivos y la pintora lucha y se rinde ante su voluntad. En ese proceso, la planta pasó de ser un referente a ser parte de las obras, las ramas, las semillas, encontraron su espacio en el papel de hoja de piña y el plano adquirió relieve y las hojas se entrelazan y crean nuevas formas y volúmenes.
Diego Correa, curador de la exposición, destaca que Jiménez, además de recuperar la técnica para obtener el pigmento, también muestra en su trabajo “cómo una artista de ciudad regresa a las montañas de Santander y decide observar su entorno, analizar su entorno, pero con una visión técnica de la tradición, de la preservación y de la recuperación para lograr una expresión personal”.
Por su parte, Marta Herrera, autora, investigadora y profesora titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, pondera cómo “en este proceso de reconstrucción de memoria llama la atención que rescoldos muy pequeños de una actividad, como los recuerdos que guarda un nieto de las historias de un abuelo, pueden permitir resurgimientos como el que se ha dado con el añil”.
También destaca, la profesora Herrera, que “igualmente se observa que herramientas de comunicación, como el internet, jugaron un papel fundamental dentro de la investigación que permitió obtenerlo. El deseo de contar con un bello azul, la investigación, la experimentación, la persistencia y los recursos fueron indispensables para recuperar la producción del añil”.
Para ver las obras de Ángela Jiménez, en Azul Barichara, hay que visitar el Centro Colombo Americano, en el centro de Bogotá. La inauguración es el 16 de agosto a las 6:30 p. m. y es entrada libre.

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