Betto viste de negro, usa boina y el marco de las gafas también es negro. En sus caricaturas, de un tiempo para acá, este mismo color domina la imagen. En su estudio el negro y el blanco predominan. Los colores los ponen las puertas del armario, los lomos de los libros de su biblioteca, un retrato al óleo, que tiene en una pared junto con otros, estos sí en blanco y negro.
Desde los 15 años sabía qué quería hacer: dibujar y dibujar como Quino o como Fontanarrosa, dos de sus primeros ídolos. Por dibujar perdió tres años en el colegio y se graduó a los 20 años. Por dibujar se ha ganado trece premios de periodismo; entre estos, varios (premios) Simón Bolívar y un par de Álvaro Gómez Hurtado. También ha publicado seis libros y es armonicista, amante del blues y del Jack Daniel’s —del que se despidió hace un año—. Pero sobre todo es dibujante y caricaturista.

Su carrera en los medios de comunicación comenzó, podría decirse, por casualidad, por acompañar a su amiga y colega, Nani, una tarde a la sede de El Espectador, a cobrar por sus dibujos. Ese día, un hermano de Jaime Garzón, Alfredo, que colaboraba con el periódico, no pudo enviar la caricatura con la que se había comprometido: el fax —ese artilugio extraño, híbrido y hoy obliterado con el que se enviaban cartas por teléfono— le había ganado la batalla y el dibujo no llegó.
“Betto sabe dibujar”, dicen que dijo Nani a Carlos Junca, el jefe de redacción, que le dio la oportunidad a Alberto Martínez —nombre de pila de nuestro protagonista— de hacer una caricatura de Horacio Serpa y su icónico bigote—político liberal santandereano que se lanzó tres veces a la presidencia, perdiendo las tres—.
El 9 de enero de 1998, El Espectador publicó la primera caricatura de Betto. 25 años después, el caricaturista celebra cinco lustros de dibujos, de humor y de hacer lo que le gusta y vivir de eso. Esa primera caricatura, ese bigote serpiano no la tiene. Ni siquiera el recorte, pero la tiene en la cabeza.
José Salgar, que cuenta Betto fue el que le aprobó el dibujo, le dijo “está bueno, ¿puede venir mañana?”, y al día siguiente el caricaturista estaba en la redacción. “Al otro día iba, yo dibujaba y dibujaba, y dije «a esto máximo le doy, por ahí, seis meses»”. No había ni siquiera hablado de cuánto cobraría por cada dibujo, ni cómo, ni cuándo. Lo importante era que sus dibujos salían publicados. Esa era su felicidad.

Para cerrar el cuento de la primera caricatura, ese día, cuando salió publicada y antes de cualquier cosa, compró el periódico y se lo llevó a sus papás: había logrado lo impensable. “Un gran logro para mí fue el día que ellos descubrieron que yo podía vivir de dibujar”, después llegarían los premios, los libros. El primero fue en 1999. La estatuilla y el diploma también se los llevó a la casa de sus padres, hasta que un día su mamá le dijo que le estaba llenando la casa de bronces, por lo que los recogió y hoy están en su estudio.
Ahora, la carrera de Betto no comenzó así, de la nada por un golpe de suerte y una de esas alegres casualidades —que no existen—. Tomó clases con el maestro Arlés Herrera Calarcá en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Con él aprendió de fisionomía y distintas técnicas, desde el dibujo con plumilla, la acuarela, hasta modelar y hacer esculturas.
Uno de los primeros ruedos en los que se probó como caricaturista fue en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, en el pabellón de diseño, en donde con otros dibujantes, hacía caricaturas de los visitantes. Sobre estos tiempos dice: “Era el sueño de poder dibujar en vivo, esa cosa es maravillosa”. Esto cambiaría, aunque no dejaría de lado el dibujar del natural, como se le dice ‘técnicamente’, al entrar al periódico.
El Chaplin de los caricaturistas

El trabajo de Betto es reconocido por la ausencia de diálogos, un recurso, que podría pensarse obligatorio para el humor gráfico. Lo suyo es la síntesis. Decir todo con poco. Pero no siempre fue así. Al inicio usaba diálogos y globos en sus viñetas. Esto se acabaría pronto y confiesa que por inspiración de dos de sus dibujantes más admirados: Saul Steinberg y Jean-Jacques Sempé.
Hoy, sus caricaturas son mudas, pero gritan. Su objetivo, y lo que le devana los sesos: “Decir lo máximo que pueda decir con el menor número de rayas”. En eso puede pasar toda la mañana o varios días, pues sus caricaturas no están pegadas a la inmediatez, las hace con días de anticipación. Por ejemplo, la que hizo el miércoles, cuando lo entrevisté, salió el viernes.

Hacer la caricatura, dice, le toma un par de horas. Y el proceso no es un secreto alquímico: hace bocetos en la libreta, prueba varias soluciones a la idea que tiene —sobre esto cuenta que en el periódico nunca le han dicho ni sobre qué dibujar ni cómo y mucho menos le han colgado, como se dice cuando no se publica, ninguna de sus caricaturas—, una vez tiene un dibujo cercano a su idea final, lo pasa a digital y en una tableta lo retoca y lo envía al periódico.
Dibujar por el placer de dibujar
Betto se la pasa dibujando. Es una necesidad vital. Algo de lo que no puede escapar, como nadie puede hacerlo de su destino. Anda con una libreta, pluma, lápices y acuarelas en los bolsillos. Este hábito —común en dibujantes y pintores, solo hay que ver los cuadernos de apuntes de Goya, Turner, Picasso, Van Gogh— se lo inculcó su profesora de dibujo del colegio, que fue quien le regaló su primera libreta.
Dibujar es un placer, uno de esos que derivan en vicio, en manía. También es una forma de pensar y de acercarse al conocimiento y de estudiar la realidad. Se dibuja con el cerebro, no con las manos, se creía en el Renacimiento italiano.

El trabajo de Betto no se limita a sus caricaturas, pues el solo placer de dibujar lo lleva a explorar otros territorios, otros motivos, como ahora que está trabajando en una serie inspirada en los arcanos mayores del tarot. De los 22 que hay, ya ha hecho dos: “Hay cosas que, cómo es por placer, empieza uno a dibujar por puro placer y cuando se da cuenta ya lleva hartos dibujos”.
Betto, el blues y la celebración de sus 25 años de carrera

Además de dibujar, Betto es un gran lector, hábito que forjó gracias a su madre, que, al estar suscrita al Círculo de lectores, le dejaba escoger del catálogo que le llegaba cada mes a su casa un libro, el que quisiera. Uno de sus autores favoritos, además de Quino y Fontanarrosa, es Charles Bukowski, de él tiene varios libros en su biblioteca.
También es músico. Toca la armónica y le encanta el blues. La primera que tuvo, y que conserva, se la regaló un tío, al que tuvo que insistirle e insistirle hasta que se la regaló. La música no era algo extraño en su casa, en su familia paterna casi todos tocaban algún instrumento, su padre tocaba el violín, por ejemplo.
Comenzó ensayando, soplando y aspirando en las noches durante los apagones que vivió Colombia a principios de los noventa.
Esas primeras melodías eran tangos, baladas, boleros, pero en el género en que más protagonismo tiene es en el blues, por lo que una cosa llevó a la otra y su curiosidad lo llevó a los ritmos y melodías que nacieron en el delta del Misisipí. Hace unos 20 años, más o menos, cuenta que empezó a ir, por sugerencia de un amigo, a un bar en el que, cada miércoles, había sesiones de improvisación, jam sessions.
Su amigo lo instó a subirse al escenario, pero al ver los músicos que tocaban, se dio cuenta de que le faltaba mucho por aprender, por lo que, por un año, fue religiosamente cada miércoles a estudiar. Después, The Black Cat Bone, una reconocida banda de blues bogotana, lo “pilló” y lo invitaron a tocar. Y empezó a participar en el Festival de Blues y Jazz de la Libélula Dorada, que, en 2023, también cumple 25 años. Por lo que, César Álvarez, director de la Libélula, lo invitó, no solo a presentarse en el festival, sino a diseñar el afiche oficial. El 2 de junio, en un concierto especial, en el que hizo un recorrido por la historia del blues, celebraron, el festival y Betto, su primer cuarto de siglo de carrera.
La caricatura hoy

Para no alargar más esto e ir cerrando, veamos qué piensa Betto de la caricatura hoy, cuando la corrección política ha replanteado el cómo hacer chistes y caricaturas.

25 años de caricaturas
Hoy, 25 años después de esa primera caricatura desaparecida —como otras 3.000 que perdió cuando se inundó el parqueadero del edificio donde vive— Betto entra al inicio de su periodo de madurez artística, ya no tiene el afán ni la calentura de la juventud, sino la serenidad que da el tiempo. Hoy su trabajo lo satisface:

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