
El 27 de marzo del año 2014 Natalia Ponce de León fue víctima de un brutal ataque, en Bogotá, por parte de un ciudadano identificado como Jonathan Vega. La joven, que se encontraba a las afueras del edificio en el que vivía su mamá esperando a una visita, fue impactada con una sustancia que le generó graves quemaduras en gran parde de su cuerpo. Poco más de nueve años después de los hechos, y de una larga lucha para proteger a otras personas de ser víctimas de algo similar, Natalia recordó lo ocurrido aquel día.
“Nada. El físico, esto. Esto se quema, se envejece, esto es prestado. Lo que realmente evoluciona y trasciende es el alma del ser humano. Tú te puedes hacer mil cirugías, ser la mujer más divina del mundo, o el hombre más churro del mundo, pero tienes un alma vacía, y eso es lo mismo que nada. Me quitó la identidad pero tengo otra, y creo que esta es mucho más linda”, dijo la también escritora en su conversación con el actor al hablar de lo que le había quitado su agresor, Jonathan Vega, con la acción violenta en su contra.
Fue en el podcast del actor colombiano Santiago Alarcón que Ponce de León relató la forma en la que su vida dejó de ser la misma para siempre en la tarde de ese jueves, rememoró el día en el que vio por última vez la cara que tenía en el espejo. Para ese entonces, recordó, había llegado de Londres, país en el que vivió durante cuatro años. Empezó a trabajar con su mamá, quien tenía una fábrica de creación de material de dotación para empresas.
Ese día, llegó a la vivienda de su mamá con una caja llena de corbatas que había mandado a hacer un banco. En la residencia de su mamá, recibió una llamada del portero, quien la conocía a ella de toda la vida. Era Bernando, supuestamente, un exnovio y amigo de Natalia quien la estaba buscando y esperando en la portería. Ponce de León bajó para encontrarse con él, y de paso, bajó la caja en la que llevaba las corbatas para botarla.

Al llegar a la portería del edificio, le contó a Alarcón, se encontró con la silueta de un hombre de espaldas. Vestía un saco con capota y una cachucha que, en un primer momento, no dejó que ella lo identificara. En cuestión de segundos, dice ella, y luego de que aquel misterioso sujeto le dijera que ‘Bernando ya venía’, el hombre vació sobre ella un líquido que, inmediatamente, la quemó. Su ropa se derritió, cuenta, y su visión se empezó a tornar gris.
Corrió directo a la casa de su mamá, sin ropa, y temiendo, por encima de cualquier cosa, que podría perder su sentido de la vista para siempre. Tal y como le contó a Santiago Alarcón, su preocupación más grande era quedar ciega. Fueron sus vecinos los que ayudaron a Natalia y a su mamá, a llegar a la clínica Reina Sofía, lugar al que, según Natalia, llegó gritando y pidiendo ayuda. Su caso, destaca, fue el más grave en su especie en la historia de aquel centro médico asistencial, por lo que, de hecho, los médicos no supieron que hacer con ella.
Aunque hicieron un lavado en sus ojos, en aquel hospital la cubrieron completa de vaselina y vendajes, lo que, según ella, hizo que sus quemaduras fueran más graves de lo que ya eran. A esto se sumó las cuatro horas que tuvo que esperar a una ambulancia para que la llevaran al hospital Simón Bolívar.
Fueron varias cirugías y cuatro meses sin poder ver. Había perdido sus párpados, por lo que tenía que estar privada de cualquier amenaza que atacara sus globos oculares.

Han pasado nueve años, y un poco más, y a nombre de Natalia hay una fundación, premios y reconocimientos internacionales, un libro, un cómic, y hasta una ley. No devolvería el tiempo, dice, pues, en el fondo, siente que la vida la usó como una herramienta para crear un movimiento para ayudar a otras víctimas de este tipo de actos violentos.
Al ser cuestionada por Alarcón respecto a sus intenciones de hablar con Jonathan Vega acerca del ataque, intenciones que ella misma expuso en su libro, ella destacó que, hoy, no le interesa. “Quise ir a la cárcel a preguntarle a él por qué lo había hecho, pero es una pregunta que no tendrá respuesta. No logró su cometido, simplemente, me hice mucho más grande, mucho más fuerte. En este momento no me dan ganas de ver a Jonathan Vega. ¿Para qué? ¿A preguntarle qué? No tengo nada que preguntarle a Jonathan Vega”, dijo.
Dijo que escogió su misión en la vida antes de nacer y que lo que le pasó fue ‘por algo’. “Fui la elegida para cambiar toda una ley, un sistema de salud. Han sido nueve años más buenos que malos”, sentenció.
La ley 1773 de 2016 o ley Natalia Ponce reza: “El que cause a otro daño en el cuerpo o en la salud, usando para ello cualquier tipo de agente químico, álcalis, sustancias similares o corrosivas que generen destrucción al entrar en contacto con el tejido humano, incurrirá en pena de prisión de ciento cincuenta (150) meses a doscientos cuarenta (240) meses y multa de ciento veinte (120) a doscientos cincuenta (250) salarios mínimos legales mensuales vigentes”.
“Cuando la conducta cause deformidad o daño permanente, pérdida parcial o total, funcional o anatómica, la pena será de doscientos cincuenta y un (251) meses a trescientos sesenta (360) meses de prisión y multa de mil (1.000) a tres mil (3.000) salarios mínimos legales mensuales vigentes. Si la deformidad afectare el rostro, la pena se aumentará hasta en una tercera parte”, añade.
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