
Patio Cemento. San Vicente de Chucurí. Santander. 15 de febrero. 1966. Camilo Torres, con el fusil terciado, participaba en su primer combate. Ráfagas de metralla ensordecían las montañas, y 14 tiros tumbaron al subteniente Jorge González Angulo, que antes de perder el conocimiento vio al cura. Arma en mano, Camilo le apuntó, primero con los ojos y después con la pistola. No le disparó. Eso le costó la vida. Un soldado aprovechó la duda del cura y lo mató.
Camilo Torres nació en una de las familias más prestantes de la burguesía colombiana. No eran muy creyentes, su padre, don Calixto Torres Umaña, era un reconocido médico y activista del Partido Liberal; su madre, Isabel Restrepo Gaviria, una distinguida dama de la sociedad bogotana. Entre abolengos y privilegios, el destino de Camilo Torres parecía expedito y sus padres ya se veían cegados por la brillante carrera como abogado que le auguraban.
Pero el destino de Camilo Torres era otro, más cerca de la gente, primero como sacerdote, después como profesor universitario y finalmente como guerrillero. Para cuando Camilo Torres entró al Ejército de Liberación Nacional, en América Latina el triunfo de la Revolución Cubana se expandía, y nuevas guerrillas con influencia comunista surgieron del descontento de los sectores menos favorecidos de un continente, que desde su independencia de España no se había terminado de encontrar entre su pasado colonial y el mito republicano de las democracias liberales.
Antes de entrar al ELN, Camilo Torres comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional. Solo duró un semestre. Algo hervía en él y en 1947 ingresó al Seminario Conciliar de Bogotá para ordenarse sacerdote. Siete años después, en 1954, fue ordenado. Un año después, viajó a Bélgica para continuar sus estudios en sociología sin dejar a un lado su servicio sacerdotal. En 1959 volvió a la sede Bogotá de la Nacional no como estudiante, sino para integrar el cuerpo docente de la facultad de ciencias económicas.
Antes de meterse al seminario, Camilo Torres se encontró con Luis Villar Borda y Plinio Apuleyo Mendoza, que lo fueron a buscar por petición de doña Isabel Restrepo, y les pidió que le guardaran el secreto, pues sabía que su madre, doña Isabel, de enterarse se opondría a sus intenciones sacerdotales.
En Bélgica y Francia, Camilo Torres vio de cerca la el trabajo de los sacerdotes obreros, visitó obreros en las minas y comenzó su empresa por reconciliar el análisis y postulados marxistas con los ideales del cristianismo y la labor social de la Iglesia. Al regresar a Colombia, se vio enfrentado a la curia bogotana, especialmente con el cardenal Luis Concha Córdoba, que a la postre, con sus presiones conseguiría que Camilo Torres solicitara su reducción al Estado Laical y celebrara su última misa el 24 de junio de 1965 en la Iglesia de San Diego.
Los choques entre Camilo Torres y la curia colombiana nacieron porque este invitaba al pueblo a unirse a la lucha revolucionaria. En alguno de sus sermones dijo: “la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos”. También decía que “el deber de todo cristiano es ser revolucionario. El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”.
Al regresar de Bélgica, Camilo Torres se vinculó a la Universidad Nacional, como capellán y docente. Junto con Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna, María Cristina Salazar, Virginia Gutiérrez de Pineda, Carlos Escalante, Darío Botero Uribe y Tomás Ducay, entre otros, fundaron la primera cátedra de Sociología del continente. Allí se dieron grandes debates sobre la revolución y las causas de la violencia en Colombia con una perspectiva científica.
Ese mismo año, antes de ingresar al ELN, Camilo Torres fundó el Frente Unido del Pueblo. Un “movimiento pluralista para la toma del poder”, para crear un país que “trabajara por la dignidad de los pueblos hoy dominados y explotados y contra el intervencionismo norteamericano, que desarrollara una ciencia propia, nacionalizara las empresas del Estado, con educación pública gratuita, autonomía universitaria, una reformas agraria y urbana, planeación con acción participativa y comunal, formas de organización cooperativas, y la participación de obreros en las empresas” a través de “un sistema orientado por el amor al prójimo”.
El siete de enero de 1966, Camilo Torres ingresó al ELN. Tres semanas después, falleció en su primer combate. Sus restos fueron ocultados por el Ejército Nacional de Colombia, con la excusa de que su tumba no se convirtiera en un sitio de peregrinaje.
El general (r) del Ejército Álvaro Valencia Tovar —que comandaba la unidad que se enfrentó al grupo de Camilo Torres— aseguró, en el documental El rastro de Camilo, que los restos fueron escondidos en un lugar “impensable”, pues “no quería que su cadáver fuera convertido en una bandera política”.
Ahora, en 2023, previo al inicio del segundo ciclo de diálogos entre el Estado colombiano y el ELN, la delegación de paz de la guerrilla pidió que sean entregados los restos del sacerdote. Para la comitiva liderada por Pablo BeltránPablo Beltrán, el Estado es el principal responsable de la desaparición del cuerpo del sacerdote.
Esta es una petición que se ha realizado por años, pero que nunca tuvo respuesta del Estado. Hoy, la delegación de paz del ELN esperan que con el Gobierno de Gustavo Petro este reclamo sí sea atendido. Incluso, sugirieron que él debe “liderar personalmente” esas tareas de búsqueda.

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