
Algunos argentinos habían tomado buses desde ciudades cercanas y acampado a la intemperie toda la noche. Muchos otros habían llegado a un estacionamiento en Buenos Aires al amanecer y se habían puesto en fila, un tramo de seis manzanas de ojos cansados y determinación.
La gente en la línea no esperaba para ver al papa, a un rey o a Taylor Swift, sino para ser de los primeros en entrar a una tienda de artículos deportivos económicos.
Decathlon, un gigante francés de artículos para hacer ejercicio de gama media, acababa de abrir su primera tienda en Argentina después de que las políticas de liberalización comercial del presidente Javier Milei facilitaran la importación de productos extranjeros.
Muchos argentinos, cuyas aspiraciones materiales se habían visto imposibilitadas por décadas de aranceles prohibitivos, vieron la llegada del equivalente de IKEA en ropa deportiva como una señal de su tardío acceso a la máquina de consumo global.
"Es un nuevo comienzo", dijo una clienta, Fernanda Pedre, mientras echaba camisetas de licra en una cesta de la compra. "Nos estamos acercando al mundo", dijo otro, Marcelo Monje.
Durante la mayor parte de este siglo, Argentina adoptó limitantes comerciales a las importaciones para proteger sus industrias nacionales. Los argentinos de clase media que viajaban al extranjero regresaban con maletas repletas de leggins, cartuchos de impresora, tarros de pesto y otros productos que son fáciles de conseguir en gran parte del mundo industrializado.
Desde que asumió el cargo hace dos años, Milei, un entusiasta partidario del capitalismo de libre comercio, ha empezado a eliminar algunas barreras al comercio al abrirle las puertas a cargamentos de camisetas de Shein o Temu, los minoristas chinos de moda rápida por internet, y más productos de Amazon y lencería de Victoria's Secret, que abrió su primera tienda insignia en Buenos Aires en noviembre.
En medio de la embestida internacional, los productores argentinos han experimentado caídas en sus ventas y muchas empresas locales han cerrado, lo que ha desencadenado un debate nacional sobre las ventajas de abrirse en un momento en que el más poderoso apoyo de Milei, el presidente Donald Trump, está haciendo justo lo contrario: imponer aranceles abrumadores a los socios comerciales de Estados Unidos, incluidas algunas exportaciones argentinas.
"La principal potencia del mundo está planteando una política protectoria y Argentina, un país de menor entidad, tiene un esquema de apertura irrestricta", dijo Miguel Ángel Pichetto, un legislador argentino que se opone a la liberalización comercial. "No va".
Milei ha defendido sus políticas y ha calificado el proteccionismo de "curro" --o estafa-- insostenible y argumentado que una economía abierta acabará redistribuyendo los puestos de trabajo de las industrias no competitivas a otras más eficientes.
El punto de partida de Argentina era de especial aislamiento, y las importaciones caras eran un lujo reservado en gran medida a la clase alta.
Las sucursales de Zara en Argentina siguen teniendo algunos de los precios más altos de la marca en el mundo. Los "Premium Outlets" de Buenos Aires venden ropa de H&M, Primark y Pull & Bear a precios mucho más altos que en Estados Unidos o Europa, y los argentinos pagaban a "personal shoppers" para comprar teléfonos o computadoras en el extranjero.
Federica Bianchi, de 24 años, maestra de escuela, dijo que durante dos viajes a Estados Unidos hace años, se aprovisionó de ropa que le duró unos cuantos años. Pero desde que Milei flexibilizó la burocracia aduanera, redujo los gravámenes y aumentó el peso y el costo permitidos de los envíos a granel, Bianchi, como muchos argentinos, empezó a comprar por internet en Shein.
"Antes no teníamos la posibilidad", dijo, mientras mostraba unos vestidos ligeros de flores, tops y cuatro fundas para iPhone que encargó en la plataforma china por solo unos pocos dólares.
Bianchi dijo que antes se resignaba a comprar cosas, como jeans, aunque fueran caras porque las necesitaba. Ahora, dijo, su razonamiento es: "Bueno, ya fue, en algún momento lo voy a usar".
El consumismo, dicen los expertos, siempre ha existido en la clase media argentina, que suele tener una buena educación y una cercanía cultural e histórica con Europa. Pero la nueva disponibilidad de importaciones más baratas lo ha desatado.
Guillermo Oliveto, experto en consumo argentino, dijo que era como abrir un Disneylandia; ahora, agregó, los argentinos podrían tener a su disposición todas las golosinas que quieran.
En octubre, las importaciones de bienes de consumo habían aumentado un 62 por ciento desde el año pasado. En el mismo periodo de 10 meses, las importaciones de productos, incluidas las entregas desde sitios web de comercio electrónico, habían aumentado desde el año pasado en más de un 200 por ciento.
Se corre la voz de las nuevas marcas y aplicaciones de compra disponibles en Instagram, en los chats de WhatsApp y en las clases de gimnasia. En septiembre, un importador local abrió una tienda efímera de Cheesecake Factory --un restaurante estadounidense-- en un centro comercial de moda de Buenos Aires. Los argentinos hicieron fila para comprar rebanadas de torta de 9 dólares.
En la inauguración de Decathlon el mes pasado, los clientes miraban los cortavientos como si fueran alta costura. Los artículos seguían siendo más caros que en las tiendas europeas de la cadena, y las tarjetas de regalo que los trabajadores de Decathlon entregaban a los primeros clientes de la fila pueden haber ayudado, en parte, a explicar la multitud que había fuera.
Sin embargo, los compradores entusiastas formaron una fila en la caja registradora que recorría toda la tienda. Una de las propietarias, Sabine Mulliez, dijo que los sacos de dormir y las botellas de agua representaban algo más significativo que el simple equipo de acampada.
Mulliez, quien forma parte de una de las familias más ricas de Francia, dijo que no solo han llevado productos a Argentina, sino también libertad.
A pesar de la liberación del comercio minorista francés en Decathlon, son los sitios web chinos, Shein y Temu, que no cobran gastos de envío por las entregas al otro lado del mundo, algunos de los mayores beneficiarios del frenesí de consumo. El valor total de los envíos desde China se duplicó el año pasado.
Una noche, en Buenos Aires, los clientes rebuscaban febrilmente en bolsas de plástico en la inauguración de una nueva tienda que revendía ropa de Shein que formaba parte de colecciones anteriores.
Los argentinos piden cada vez más productos chinos, incluso cuando Estados Unidos y Argentina disfrutan de una luna de miel financiera. Los dos países acordaron recientemente un marco para un acuerdo comercial, y Estados Unidos extendió un salvavidas financiero de 20.000 millones de dólares a Argentina, en parte en un esfuerzo por ampliar la influencia estadounidense en la región y contrarrestar la presencia de China.
Camila Di Cesare, de 33 años, propietaria de la tienda de reventa de Shein dijo que la gente pide esa marca. Estas marcas, añadió, "están rompiendo el mercado".
Luciano Galfione, propietario de un fabricante argentino de hilos y tejidos sintéticos a unos kilómetros de distancia, se encontraba entre los que estaban siendo quebrados.
"Shein y Temu son el jaque mate", dijo Galfione, mientras caminaba entre cientos de largos rollos de tela envueltos en plástico y apilados unos encima de otros. "No podés competir contra ellos".
Su fábrica familiar de 75 años, dijo, trabajaba al 20 por ciento de su capacidad, en comparación con el 80 por ciento en 2023. Recientemente, había despedido a una cuarta parte de su plantilla y dijo que la mitad de los que quedaban apenas tenían algo que hacer.
Galfione no está solo. En el último año, la industria textil argentina ha registrado una caída de su producción en casi un 20 por ciento, mientras que las importaciones de ropa aumentaron un 95 por ciento, lo que ha provocado la pérdida de más de 12.000 puestos de trabajo, según Protejer, una organización local sin fines de lucro que representa al sector.
Pichetto, el legislador, está impulsando un proyecto de ley que pretende regular e imponer impuestos a las plataformas de comercio electrónico para tratar de proteger a las industrias nacionales. Con el aumento de las compras a minoristas chinos en toda la región, otros países, como Chile y México, también han aplicado impuestos a los envíos.
Es posible que a los consumidores no les guste pagar más, dijo Pichetto, pero miles de empresas nacionales han cerrado en los últimos dos años y, para él, dejará de haber consumo cuando deje de haber trabajo.
Aunque muchos argentinos dicen que el país necesitaba abrirse para permitir el acceso a bienes importados a precios razonables, algunos expertos señalan que la eliminación de las barreras comerciales llega en un momento difícil para los productores nacionales. Los impuestos y otros costos son elevados para las empresas locales. Un peso más fuerte abarató los productos extranjeros, pero también incrementó los precios de los productos fabricados en Argentina.
Daniel Schteingart, director de Fundar, un centro de investigación de Buenos Aires dijo que el gobierno se está abriendo sin paracaídas.
Milei no parece preocupado. Hace poco compartió una captura de pantalla de Temu en la que aparecía mercancía con su nombre a la venta, incluidas gorras con uno de sus eslóganes: "No hay plata", un grito de guerra contra el gasto público.
Daniel Politi colaboró con reportería.
Emma Bubola es una reportera del Times que cubre Argentina. Reside en Buenos Aires.
Daniel Politi colaboró con reportería.
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