En Seúl, un cine se ha convertido en el refugio favorito de los adultos mayores

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En la pantalla, la matiné se acercaba a un final sangriento, pero en las butacas las conversaciones informales se mezclaban con una cacofonía de tonos de teléfono, varios de los cuales derivaron en extensas llamadas telefónicas. Decenas de espectadores entraban y salían de la sala. Un hombre se detuvo en el pasillo para estirarse; con cada movimiento que hacía, su chaqueta acolchada emitía ruidosos sonidos de roces de poliéster.

Así son los ritmos del Hollywood Classic, un cine independiente en Seúl que cuenta con una clientela fiel.

"Es un santuario para personas de más de 60 años: un lugar en el que puedes simplemente sentarte y pasar el rato", dijo Kim Woo-bon, de 81 años, quien estaba sentado en la sección central. "Todo el mundo sabe de este lugar".

Para los cinéfilos, es un lugar donde se pueden ver películas del pasado remoto en la pantalla grande. Para los nostálgicos, el vestíbulo es un museo muy completo de la vida en la Corea del Sur de posguerra, lleno de todo tipo de cosas, desde ollas arroceras antiguas hasta viejos libros de texto infantiles. Sin embargo, la mayoría de las personas solo viene a pasar el rato.

"Mucha gente solo viene y duerme en sus asientos, porque no tienen otro lugar mejor donde estar", dijo Kim, un capataz jubilado. "Luego se despiertan, ven la película un rato y se vuelven a dormir".

El público objetivo del cine está creciendo rápidamente. Años de descenso de las tasas de fertilidad han convertido a Corea del Sur en una de las sociedades de más rápido envejecimiento del mundo. El año pasado, por primera vez en la historia del país, los ciudadanos de entre 70 y 80 años superaron en número a los de entre 20 y 30.

No obstante, las opciones de ocio son escasas para los residentes de más edad, dijo Hyeri Shin, profesora de gerontología de la Universidad Kyung Hee de Seúl.

"Existe una demanda cada vez mayor de formas de ocio entre los surcoreanos de más edad, pero sus opciones siguen limitadas a actividades sencillas como 'descansar' o 'dar un paseo'", comentó.

Ir al cine, en particular, es cosa de jóvenes: solo el 0,8 por ciento de los surcoreanos de 65 años o más sale a ver películas, según una encuesta reciente del gobierno.

El Hollywood Classic abrió sus puertas en 1969, y en su apogeo fue un lugar muy frecuentado por los jóvenes modernos de la época. En ese entonces su mayor atractivo era su ascensor, que en aquella época era una rareza en el país.

La aparición de las franquicias de multicines en la década de 1990 convirtió el cine en una atracción peculiar durante unos años. En 2009, Kim Eun-ju, una cinéfila enérgica y resuelta que ha pasado la mayor parte de su carrera restaurando y administrando salas históricas de Seúl, asumió la operación cotidiana del lugar.

"En cierto modo fue una inversión en mi propio futuro", dijo Kim, de 50 años, quien terminó por comprar el cine. "Para que mis años de vejez no fueran vacíos y desolados".

Muchos de los clientes actuales del cine alcanzaron la mayoría de edad antes de que Corea del Sur se convirtiera en un titán económico, y recuerdan el cine como un lujo. El local, que tiene dos salas con alrededor de 300 butacas cada una, proyecta en su mayoría una mezcla de clásicos de la era de los estudios, como ¡Qué bello es vivir! y Río Bravo, además de películas coreanas modernas y antiguas.

Aunque el cine vende cientos de entradas cada día, Kim afirmó que pierde dinero todos los años. Comentó que vendió su casa para mantenerlo a flote.

Una de las razones es que el precio de la entrada se ha congelado en 2000 wones (alrededor de 1,40 dólares) desde la reapertura del cine en 2009. Esas entradas funcionan como un pase para todo el día: los clientes pueden ver las dos películas del día tantas veces como quieran.

Sin embargo, Kim dijo que incrementar el precio está descartado. La asequibilidad es una parte importante de la propuesta del cine, que toma en cuenta que aproximadamente cuatro de cada 10 surcoreanos mayores de 65 años viven en la pobreza, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Muchos ni siquiera tienen que gastar para llegar al cine, pues los viajes en metro son gratuitos para ese grupo de edad, lo que ofrece otra forma de pasar el tiempo.

Kim Young-sook es una voluntaria que se sienta entre la entrada y las salas y marca los boletos con un crayón rojo. La mayoría de los clientes del Hollywood Classic, dijo, van solos.

"Tenemos muchos clientes habituales que vienen varias veces a la semana y tienen sus propias rutinas", dijo. "Vienen y ven la misma película una y otra vez".

Los investigadores han descubierto que los surcoreanos mayores experimentan un alto grado de aislamiento social.

Según una encuesta reciente realizada por la ciudad de Seúl, uno de cada cuatro residentes mayores de 64 años dijo temer a una "muerte solitaria", término con el que se designan las muertes ocurridas en soledad que pasan desapercibidas durante largos periodos de tiempo. Los surcoreanos de entre 70 y 90 años son el grupo demográfico con más probabilidades de morir por suicidio.

Kim, el capataz jubilado, se considera uno de los afortunados: vive con su mujer y mantiene contacto regular con sus hijos y nietos. También juega al tenis de mesa.

Aun así, dijo, a su edad es fácil sentirse a la deriva.

Durante décadas, se volcó hacia un propósito: primero como soldado del ejército, cosa que abandonó en la década de 1980 después de alcanzar el rango de mayor, y luego como capataz a sueldo que alternaba entre proyectos de construcción de empresas surcoreanas en Arabia Saudita, Libia y Pakistán. Estas experiencias, dijo, le dejaron hábitos solitarios y un sentido romántico de la vida.

Actualmente encuentra esa resolución en las cosas cotidianas, como contar sus pasos diarios en su aplicación Samsung Health, que abrió para mostrar el máximo de la semana anterior: 12.880. Y unas dos o tres veces a la semana, esos pasos lo llevan al Hollywood Classic.

Cuando las películas, como el melodrama coreano Do as You Want, que termina con un apuñalamiento, son demasiado lentas para su gusto, se sale a la mitad para tomar un café en el vestíbulo. Pero otras son tan fascinantes que acaba queriendo verlas una y otra vez, como El puente sobre el río Kwai, de David Lean.

"Hicieron un gran trabajo con esa", dijo.

El cine, que suele ser tranquilo, cobra estruendosa vida los lunes gracias a un concierto de trot, un género de música pop melancólica popular entre los surcoreanos mayores, caracterizado por los trajes con lentejuelas y las melodías pegajosas de dos tiempos.

Una tarde reciente, después del concierto del día, que había incluido una balada sobre una vida triste hermosamente vivida, una interpretación de saxofón y algunos éxitos de la década de 1940, Cho Min-seon llevó a sus tres amigas a la cafetería del vestíbulo. Las interpretaciones no les habían parecido mal, pero, sentadas en una de las filas de atrás, habían quedado apretujadas entre varios señores con mal olor corporal.

"Fue insoportable", dijo Cho, de 76 años. Sus amigas asintieron con empatía.

Kim, la propietaria, ha hecho lo que ha podido para mitigar este tipo de conflictos; incluso sustituyó los asientos de tela por cuero sintético, que es más fácil de limpiar. Pero en los casos considerados excesivos, o los que implican el más mínimo olor a alcohol, se niega la entrada.

En última instancia, dijo, ella maneja un cine, "no un hotel". Esa es otra de las razones por las que insiste en que se cobre la entrada, por más barata que sea: así se establece un orden, un código de conducta.

Ella misma quiere envejecer con dignidad. Y quedar excluida de esos vínculos sociales, como las normas de una sala de cine, sería en sí una forma de humillación.

"Me gustaría poder mantenerme erguida, pagar lo que me corresponde y vivir como una persona de cultura", dijo. "Tener esa autoestima es más importante que nada".