Por qué un hombre lucha por nuestro derecho a controlar los mandos de las puertas de nuestras cocheras

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(Circuits) ; (Tech Fix)

Hace unos años, Paul Wieland, un profesional de las tecnologías de la información de 44 años que vive en las montañas Adirondack de Nueva York, estaba terminando una remodelación en su casa cuando se encontró con un problema. Quería poder controlar la nueva puerta del garaje con su teléfono inteligente. Pero las opciones disponibles, incluido un producto llamado MyQ, requerían conectarse a los servidores de internet de una empresa.

Él creía que una puerta de cochera "inteligente" debía funcionar solo a través de una red wifi local para proteger la privacidad del hogar, así que empezó a construir su propio sistema para conectarlo a la puerta de su cochera. En 2022 ya había desarrollado un prototipo, al que llamó RATGDO (Rage Against the Garage Door Opener o "Furia contra el abridor de la cochera").

Esperaba vender 100 de sus nuevos dispositivos solo para recuperar los gastos, pero acabó vendiendo decenas de miles. El fabricante de MyQ hizo lo que otros fabricantes de dispositivos de consumo han hecho en los últimos años, para frustración de sus clientes: Cambió el dispositivo, haciéndolo menos útil y más caro de utilizar.

Chamberlain Group, una empresa que fabrica mandos de cochera, había creado los controles MyQ para que prácticamente cualquier mando de cochera pudiera controlarse con el software de automatización de Apple, Google, Nest y otros. Chamberlain también ofrecía una aplicación gratuita MyQ para celular.

Hace dos años, Chamberlain empezó a cerrar el acceso de terceros a sus servidores MyQ. La empresa dijo que intentaba mejorar la fiabilidad de sus productos. Pero esto rompió las conexiones que la gente había establecido para trabajar con la aplicación Home de Apple o la aplicación Home de Google, entre otras. Chamberlain también empezó a trabajar con socios que cobran suscripciones por sus servicios, aunque una aplicación básica para controlar las puertas de la cochera seguía siendo gratuita.

Aunque Wieland afirma que las ventas de RATGDO se dispararon después de que Chamberlain introdujera esos cambios, cree que la popularidad de su dispositivo va más allá de abrir y cerrar una cochera. Surge de la frustración generalizada con las empresas que venden hardware conectado a internet que acaban cambiando o que utilizan para exprimirles cada centavo a los clientes con cuotas de suscripción.

"El hardware debe ser tuyo, y ahí hay una línea con la que muchas empresas están experimentando", comentó Wieland en una entrevista reciente. "De verdad temo que en el futuro los consumidores acepten esto y se convierta en la norma".

Con demasiada frecuencia, estamos perdiendo el control de nuestra tecnología personal, y la lista de ejemplos no deja de crecer. BMW saltó a los encabezados en 2022 cuando empezó a cobrar suscripciones para utilizar los asientos con calefacción de algunos autos, una decisión que revirtió tras el rechazo de los clientes. En 2021, Oura, el fabricante de un dispositivo de seguimiento del sueño de 350 dólares, enfureció a los clientes cuando empezó a cobrar una cuota mensual de 6 dólares para que los usuarios obtuvieran un análisis más profundo de su sueño. (Oura sigue cobrando esa cuota).

Durante años, algunas empresas de impresoras han exigido a los consumidores que compraran cartuchos de tinta patentados, pero más recientemente han empezado a emplear tácticas más agresivas, como bloquear de manera remota las impresoras cuando no se paga una suscripción de tinta.

Los activistas y modificadores aficionados que se rebelan contra las suscripciones superfluas de hardware y luchan por la propiedad de los dispositivos forman parte del movimiento más amplio del "derecho a reparar", una campaña de defensa del consumidor que se ha concentrado en aprobar leyes en todo el país que obliguen a los fabricantes de tecnología y electrodomésticos a proporcionar las herramientas, instrucciones y piezas necesarias para que cualquiera pueda reparar productos, desde teléfonos inteligentes hasta refrigeradores.

Hace unos meses compré un RATGDO por otros motivos. El verano pasado, al salir por la puerta principal, me encontré con algo profundamente inquietante: Mi cochera se había quedado abierta toda la noche. Como padre primerizo, pensé que olvidar cerrar la puerta de la cochera podía atribuirse a la típica mente olvidadiza de los padres.

Pero días después, cuando intenté utilizar la aplicación MyQ para celular, el software mostró un mensaje de error y no consiguió cerrar la puerta de la cochera. Días después, volvió a ocurrir. Sospeché que el fallo de la aplicación era el culpable de que mi casa fuera vulnerable.

Mi frustración me llevó a buscar soluciones en internet. En Reddit y otros foros, decenas de usuarios insatisfechos con MyQ alababan RATGDO. Parecía algo improvisado con piezas de RadioShack: una computadora utilitaria alojada en un trozo de plástico azul, junto con algunos cables eléctricos.

Escéptico pero desesperado, pagué 62 dólares por RATGDO. Después de pasar 45 minutos configurándolo --un proceso algo complicado que implicaba enchufar la computadora miniatura a mi computadora portátil para instalar su software desde un sitio web y luego conectar sus cables eléctricos al mando de la puerta de mi cochera--, me sentí extrañamente eufórico. El aparato funcionó bien y me permitió controlar la cochera con la aplicación Home de Apple, por lo que se eliminó la necesidad de usar MyQ.

Un portavoz de Chamberlain dijo que los clientes podían seguir utilizando la aplicación MyQ para controlar sus puertas de cochera de forma gratuita y que el servicio trabajaba con otros socios de terceros como Ring, Vivint y Alarm.com para proporcionar una experiencia fluida y segura. Añadió que las colaboraciones con otras compañías atendían a la gran mayoría de los 14 millones de usuarios de MyQ de la empresa.

En cuanto a las fallas con la puerta de mi garaje que no se cerraba, Chamberlain dijo que los sensores de la puerta de la cochera podrían haber estado bloqueados o que mi conexión wifi estaba inactiva, pero yo ya había confirmado que ese no era el caso.

En gran medida, el problema de las empresas que modifican sus dispositivos conectados a internet después de que los consumidores hayan comprado el hardware sigue sin atenderse, en parte, porque las corporaciones se aprovechan de las anticuadas leyes de derechos de autor, según argumentan los grupos de defensa de los consumidores.

En un mundo perfecto, los consumidores podrían cargar el software que quisieran en el hardware que poseyeran. Pero la Ley de Derechos de Autor para el Milenio Digital, introducida en la década de 1990 para combatir la piratería de contenidos, convirtió en delito eludir los bloqueos digitales que las empresas incorporan al software protegido por derechos de autor. Por eso, en general, no vemos que las personas que experimentan y modifican aparatos publiquen herramientas que eliminen los requisitos de suscripción de los asientos con calefacción de los autos, los dispositivos de seguimiento del sueño y las impresoras, explicó Nathan Proctor, director de U.S. PIRG, una organización de defensa del consumidor sin ánimo de lucro.

(El RATGDO, que consiste en conectar físicamente una computadora con software de código abierto al mando de la puerta de la cochera, no implica burlar una cerradura digital).

"Quieren que la gente pague por usar ceros y unos", explicó Proctor. "Hay una lucha sobre si la economía va a funcionar así. ¿Cuáles son los límites? 'Ah, ¿quieres encender tus faros delanteros? Lo siento, no tienes el paquete necesario para hacerlo'".

Esta pelea con una empresa de mandos de puertas de cochera plantea otra cuestión importante: Si las empresas pueden modificar a su antojo sus productos conectados a internet después de que los consumidores los hayan comprado, ¿ahora qué significa poseer algo?

Teniendo esto en cuenta, Kevin O'Reilly, director ejecutivo de la Fundación FULU (acrónimo de Freedom from Unethical Limitations on Users, o "Libertad de limitaciones poco éticas para los usuarios"), una organización sin ánimo de lucro que lucha para que los dispositivos sean propiedad de los consumidores, lleva a cabo un programa de recompensas que consiste en conceder dinero a las personas que puedan restaurar la funcionalidad de los dispositivos que han sido bloqueados por los fabricantes.

Este año, Google, por ejemplo, dejó de dar soporte a su primera y segunda generación de Nest, un termostato que ajusta automáticamente la temperatura en función del horario del usuario. A un ambicioso programador que publicó un programa de código abierto para que los usuarios pudieran hacer funcionar de nuevo los termostatos obsoletos le otorgaron una recompensa FULU de casi 15.000 dólares.

"Poder utilizar las cosas que compramos siempre ha formado parte de un acuerdo entre consumidores y vendedores", comentó O'Reilly. "Esto es algo que se está volviendo importante para cada vez más gente".

Entonces, ¿qué podemos hacer?

No hay una solución fácil, ya que muchos de nuestros dispositivos están conectados a internet y, por lo tanto, los controlan sus fabricantes. No obstante, Kyle Wiens, director general de iFixit, una empresa que vende piezas de reparación, ofreció esta regla general: Opta siempre por los aparatos "que no son inteligentes": los refrigeradores, lavavajillas, bicicletas estáticas y cafeteras que no tienen conexión wifi o pantalla.

"Ese refrigerador inteligente te empeoraría la vida en todos los sentidos", afirmó Wiens.

Para Wieland, la lucha no ha terminado. Ha creado una empresa llamada RATCLOUD, que quiere decir "Rage Against the Cloud" (Furia contra la nube). Dijo que estaba desarrollando productos similares que aún no estaban a la venta.

Paul Wieland, cuyo enfado por no poder controlar una nueva puerta de garaje "inteligente" sin conexión a Internet le llevó a crear el prototipo de un sencillo dispositivo electrónico del que ya ha vendido decenas de miles de unidades, en Northville, Nueva York, el 24 de octubre de 2025. (Cole Wilson/The New York Times)

El RATGDO (Rage Against the Garage Door Opener), en el taller de su inventor en Northville, Nueva York, el 24 de octubre de 2025. (Cole Wilson/The New York Times)