Michelle Obama escribió un documento histórico y lo disfrazó de libro decorativo

Reportajes Especiales - Lifestyle

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'The Look' debería ser estudiado por las generaciones venideras, no por lo que dice sobre la moda, sino por lo que revela sobre la política.

El nuevo libro de Michelle Obama, The Look, es muchas cosas.

Es uno de los libros más vendidos en Amazon. Es un álbum de fotos lleno de moda en papel cuché. Es la historia de las expectativas que se depositaron en la primera mujer negra en ejercer el cargo de primera dama. Y es la tercera entrega de una trilogía de libros de Obama enfocados en la realización personal, que incluyensus memorias, sulibro de consejos sobre cómo superar la adversidad y, esta vez, una meditación sobre el poder de la ropa.

Pero, sobre todo, es un documento histórico que capta un momento clave en la evolución del papel de primera dama, cuando la ropa se convirtió en una parte aún mayor de la comunicación. Un momento en el que, en otras palabras, la vestimenta se convirtió en una parte oficial del trabajo. Eso más importante de lo que pueda parecer.

Al fin y al cabo, Obama fue la primera primera dama que tuvo en la nómina una estilista --o "ayuda de cámara", como llamaban a Meredith Koop-- en el Ala Este, empleada para ayudar a definir la estrategia visual de la primera dama en cada ocasión, ya fuera jugar hula-hula en público hasta asistir a los grandes momentos de boato.

Antes de que los Obama llegaran a la Casa Blanca, primeras damas como Jacqueline Kennedy, Nancy Reagan y Hillary Clinton habían trabajado con algún diseñador en sus atuendos para los bailes inaugurales o las cenas de Estado, pero la relación era más de gracia y favor que un asunto estructural. Se trataba más de pompa y decoro que de diplomacia, y las primeras damas solían elegir a un diseñador (Oleg Cassini, James Galanos, Oscar de la Renta) para quedarse con él.

Sin embargo, después de Obama, Melania Trump y Jill Biden contrataron cada una a un estilista --Hervé Pierre para Trump y Bailey Moon para Biden-- una figura que actuaba como enlace entre las marcas de moda y el ala este. Trabajaron con muchos diseñadores para casi todas las ocasiones, a menudo con un conjunto específico de prioridades políticas en mente. Se había creado un nuevo patrón, y se convirtió en la norma.

Por qué ocurrió eso es, en gran parte, el subtexto de The Look, publicado por Crown la semana pasada, y por eso el libro es importante. Pone al descubierto, de una forma sin precedentes (y fácil de leer), cómo un guardarropa se convirtió en vehículo sutil de poder político.

En cierto modo, era inevitable.

Como la primera mujer negra en ser primera dama, Obama sabía que todos sus movimientos iban a ser analizados, incluido su atuendo. Tenía que representar a todos los bandos de un país díscolo, y debía hacerlo como la primera primera dama de la era de las redes sociales. La capacidad del mundo para ver y seguir cada una de sus apariciones era mucho mayor que nunca, y la capacidad del mundo para comentarlas también era mayor. Su imagen --las fotos que circulaban por Instagram, Twitter y Facebook-- importaba como nunca antes y, por tanto, importaban las decisiones que tomaba al crearla. En lo tocante a la ropa, lo que estaba en juego había cambiado.

Como admite Obama en el libro, se ha especulado sobre el propósito detrás de muchas de sus elecciones sartoriales como primera dama en varios libros, como Everyday Icon, de Kate Betts, y Michelle Obama: First Lady of Fashion and Style de Susan Swimmer (por no mencionar los numerosos artículos de críticos como yo). Pero esta es la primera vez que aborda abiertamente el tema de su estilo y da crédito al equipo --Koop, la estilista; los peluqueros Yene Damtew, Njeri Radway y Johnny Wright; el maquillador Carl Ray-- que la ayudó a hacerlo realidad.

Así, escribe, la decisión de elegir a Jason Wu, entonces un joven diseñador neoyorquino de origen taiwanés relativamente desconocido, para que diseñara su vestido del baile de inauguración tenía que ver con demostrar "que iba a defender a personas y voces y talentos que con demasiada frecuencia se pasaban por alto".

Personas y voces, continuó, que "representaban el talento diverso del diseño de moda estadounidense que yo quería mostrar al mundo".

De ahí los aproximadamente 100 atuendos diferentes de la época de Obama como primera dama que se conmemoran en The Look, eso sin contar lo que llevó durante las campañas o después de que los Obama abandonaran la Casa Blanca. Es mucha ropa para que la lleve o compre una sola mujer en solo ocho años.

Sobre todo cuando entre los criterios para elegir cada look también se incluía la proyección diplomática, como cuando Obama recurría a un diseñador cuya trayectoria tendía un puente entre Estados Unidos y uno de sus aliados para una cena o visita de Estado, tanto mejor para, como ella escribe, "mostrar respeto". (Véase, por ejemplo, el vestido de Tom Ford, diseñador estadounidense que trabaja en Londres, que se puso en la visita de Estado al Reino Unido; o el vestido de Versace que lució en la cena de Estado de Italia).

Sobre todo cuando también había que tener en cuenta cuestiones prácticas: no solo las costumbres de los distintos países, sino el hecho de que la ropa no debía restringir sus movimientos, tenía que permitirle abrazar a alguien si lo deseaba y tenía que ser invulnerable al maquillaje que pudiera manchar durante el contacto.

Aunque Obama escribe sobre todo ello en The Look, así como sobre las críticas a menudo racistas que recibió por llevar vestidos sin mangas, un tema que evita es el del dinero. Señala que intentó introducir "marcas asequibles pero a la moda en mi armario", como J. Crew, pero es innegable que adquirir tantos trajes supone un gasto enorme, una carga que recae en la primera familia, no el Estado. Una de las formas de gestionar este costo es que un diseñador "regale" al país un traje para un acto público importante, lo que significa que, aunque la primera dama pueda ponerse un vestido una o dos veces, este pasa al archivo nacional o a una biblioteca presidencial y no a su armario.

Aun así, eso no cambia lo que se desprende de The Look. Lo mucho que Obama adaptó su propio estilo al que creía que el país necesitaba se hizo evidente una vez que abandonó la Casa Blanca, con sus subsiguientes giras de libros y experimentos de moda relacionados. ¡Un esmoquin canadiense! ¡Botas Balenciaga hasta el muslo! ¡Un Chanel recién salido de la pasarela!

Y eso subraya aún más el objetivo de este libro: para cualquier primera dama, elegir las (muchas) prendas que definirán su titularidad no es algo que ocurra por casualidad. Ni debería serlo: es trabajo.

Vanessa Friedman ha sido la directora de moda y la crítica jefe de moda del Times desde 2014.