Brandi Carlile alcanzó la cima de la música. Luego, tuvo que volver a empezar

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Cuando Brandi Carlile se despertó en un granero desconocido una mañana del otoño pasado, estaba un poco perdida, tenía más que un poco de resaca y se sentía, de manera inesperada, profundamente sola.

Había llegado el día después de su última Joni Jam, la épica serie de conciertos que Carlile había ayudado a organizar en el Hollywood Bowl con la añorada Joni Mitchell, una de sus heroínas de siempre, junto a una constelación de luminarias del rock y el pop. Las presentaciones coronaron un periodo de ascenso incandescente para Carlile, la cantautora de la voz de oro, 11 Grammys y una ocupación complementaria como encantadora de iconos.

Sus ídolos musicales --¡sir Elton John!-- son ahora sus mejores amigos con los que habla por teléfono. Tiene una esposa y dos hijas devotas, un complejo familiar repleto de seres queridos y un supergrupo aclamado. En casi todos los aspectos, estaba en la cima del éxito: "Lo había hecho todo", decía. "Veinticinco años de trabajo de desarrollo profesional, en cinco o seis años".

Y, sin embargo, también estaba en "un punto de quiebre, en el que me di cuenta de que había olvidado por completo cómo valerme por mí misma".

En aquel refugio rural del norte del estado de Nueva York, escribió un poema que captaba su estado de ánimo: "¿Por qué es heroico desengancharse? / ¿Cómo es la soledad un santo grial?".

Era una canción. Y una crisis de la mediana edad.

Los versos se convirtieron en "Returning to Myself", la canción que da título a su nuevo álbum, que saldrá a la venta el 24 de octubre. Lo empezó con Aaron Dessner, de The National --el hombre del granero-estudio--, la primera vez que trabajaban juntos, y más tarde recurrió a su amigo Justin Vernon, de Bon Iver. El resultado es un sonido que pincha sus habituales guitarras lastimeras y cuerdas orquestales con distorsión y ecos ocasionales. Excepto en una canción, ella es la única vocalista: las armonías de fondo son solo su proteica voz, apilada sobre sí misma.

El proyecto y los nuevos colaboradores "me situaron en un espacio muy permisivo desde el punto de vista sonoro", afirmó. "Pero no me pareció nuevo. Parecía muy antiguo. Como si volviera a mis comienzos, cuando empecé a escribir canciones, y a la forma en que me sentí por primera vez al vivir fuera de Seattle".

A sus 44 años, Carlile, que creció y sigue viviendo en la zona rural de Washington, lleva más de un cuarto de siglo al frente de una banda; la simbiosis de componer con sus compañeros de banda, en particular los guitarristas gemelos Phil y Tim Hanseroth, estaba arraigada. Este disco lo empezó sola, para hacer ella misma un túnel en su historia. Es, en sus palabras, un álbum de inflexión, modelado a partir de "Car Wheels on a Gravel Road" de Lucinda Williams, o "Wrecking Ball" de Emmylou Harris. Tiene el lustre y la confianza de una artista que atraviesa su mejor momento y encuentra su memoria y madurez en las letras.

"No me asusta en absoluto lo que la gente piense del álbum", afirmó. "Eso ya lo superé, y nunca me había sentido así antes de sacar música".

Una tarde reciente estábamos en la sala verde de Electric Lady, el famoso estudio de grabación de Greenwich Village, donde Carlile acababa de presentar su disco a unos invitados. Bebiendo un espresso martini y repleta de anécdotas, pronunciaba la letra y seguía los ritmos ("Conozco cada ritmo de la batería, cada golpe del tom"). Con las piernas cruzadas desde su silla de club, sedujo a todo el público con despreocupación.

Más tarde, cuando su mujer, Catherine Shepherd, la obligó a dejar de saludar a todos los presentes, Carlile se dejó caer en un sofá y levantó los pies, calzados con unas Chucks blancas. Llevaba pantalones de mezclilla y un saco de tweed Valentino, decorada con broches suministrados por el estilista y uno propio: una pequeña guitarra de plata con cuerdas que funcionaban, regalo de John. Cuando se quitó el saco, pasó de estrella del rock a Brandi Carlile en la vida real, con un agujero en la playera.

"Cuando era más joven", dijo Carlile, "'tenía visión de túnel'. Ni siquiera podía mantener una conversación contigo si no hablábamos de música y de mi ambición. Pero ahora está muy diversificada. Me siento una mujer más equilibrada y centrada, a esta edad".

En una conversación de casi dos horas, vi a las dos: a la artista de largo alcance, con un libro de memorias superventas, que ha construido una marca --y múltiples festivales de música-- impulsándose creativamente, y a la madre local del noroeste del Pacífico (sus hijas tienen 7 y 11 años) que vive cerca de la escuela primaria a la que asistió, disfruta hacer las compras y cocinar, y pasa todo el tiempo que puede en el agua, pescando cangrejos, gambas y peces roca y fletanes. (Puede que esté hasta los nudillos de tripas de pescado, pero su barco se llama Captain Fantastic, al estilo del álbum de John de 1975).

En ninguno de los dos casos es una solitaria; ella y sus compañeros de banda, que se han casado con familiares de ella y de su mujer, viven en una utopía bohemia de crianza de los hijos y creación musical en común, a pocos metros de distancia en las boscosas estribaciones de las montañas Cascade. Carlile se ha negado a pavimentar el camino que lleva a su casa, "porque", dice, "el sonido de las llantas de un coche en un camino de grava significa que alguien se acerca. Y pase lo que pase en el día, está a punto de cambiar".

Eso hizo que su incursión en solitario fuera aún más rara y, al menos al principio, inquietante para ella. Pero desde el punto de vista lírico, funcionó. "Era como si estuviera entrando en un antiguo hilo de conciencia", dice Dessner, experto en composiciones cinemáticas y emotivas, y productor habitual de Taylor Swift desde "Folklore". "Musicalmente, para mí, siempre es muy interesante cuando la gente está en una etapa transición", añadió.

Carlile llevaba tiempo en su lista de deseos. "Es increíblemente simpática y magnética, pero también tiene dones artísticos legítimos", comentó. "Es una de esas voces singulares de la música". Tanto en el estudio como fuera de él, la encontró inusualmente abierta. "Muchos artistas son más reservados", afirmó. "Brandi tiene mucho que ver con la comunidad y la creación de vínculos".

Uno de los momentos clave en su vida fue asistir a Lilith Fair, el festival de música de Sarah McLachlan, cuando era adolescente. Aquello inspiró Girls Just Wanna, una muestra anual de un fin de semana de artistas femeninas y no binarias --muchas de ellas cuir-- que Carlile programa en México desde 2019. (Entre su banda y sus amigas, "viajo allí cada año con 28 niños", aseguró Carlile. "Jamás les pondrán más bloqueador solar que cuando vamos allá"). McLachlan, que actuó en 2024, lo calificó como un "festival bien gestionado, inclusivo y alegre".

"Su capacidad para manejar tantas cosas a la vez con tanta gracia es inspiradora", dijo de Carlile.

Aparte de sus propias canciones --como "The Joke", una balada e himno para los perseguidos, y "The Story", una canción de amor--, Carlile es conocida por sus colaboraciones como vocalista y productora. Ha hecho duetos con un sinfín de estrellas del rock, el country, el folk y el pop, incluido John; "Who Believes in Angels?", su álbum juntos, se publicó en abril. En 2019, como productora, ayudó a convencer a la estrella del country Tanya Tucker para que volviera a grabar un disco. Ganó dos premios Grammy, incluido el de mejor álbum country.

Cuando Carlile se involucra con un artista que le encanta, "me obsesiono", dijo. "Veo todo el camino, desde el primer compás hasta el Grammy". (Es esa artista poco común para la que tener una gran noche de Grammy a los seis álbumes de su carrera resultó ser un cambio de trayectoria). Al producir un disco para la cantante de country Brandy Clark, dijo, "me quedaba despierta, dándome una paliza por las noches", preocupada por Clark y "cómo hace las entrevistas y si se da o no suficiente crédito como compositora". (Su canción admonitoria, "Dear Insecurity", también ganó un Grammy el año pasado).

La colaboración más notable de Carlile ha sido con Mitchell, la leyenda del folk de 81 años. Cuando se conocieron, hace unos seis años, Carlile dijo que Mitchell, quien se estaba recuperando de un debilitante aneurisma cerebral en 2015, parecía creer que la cultura la había pasado por alto, que los aficionados a la música "no la apreciaban", dijo Carlile. "No solo eso, sino que ni siquiera les gustaba".

Esa interpretación errónea bastó, según Carlile, para motivarla a organizar lo que se convirtió en una asombrosa serie de presentaciones protagonizadas por Mitchell, que cantaba, robusta y encantada, desde su silla de trono. Según Carlile, "me senté en primera fila para presenciar un milagro".

Terminó porque tenía que terminar; la música de Mitchell es una atracción tan grande, dijo Carlile, que si los conciertos no pararan, "simplemente seguiría asistiendo". Pero la propia Mitchell estaba en otras cosas, como sus pinturas y una película biográfica planeada. "Cuanto menos quiere hacerlo", dijo Carlile sobre los Joni Jams, "más contenta estoy por ella".

Aún la visita, cuando tiene fuerzas. "Joni puede beber más que cualquiera", promete Carlile. "Es bastante fuerte; la gente no lo sabe". En "Returning to Myself", hay una dulce y divertida oda a ella, con saxo, llamada "Joni", que la celebra como "una mujer salvaje". (Uno de los lugares favoritos de Mitchell para divertirse, según Carlile, es alrededor de una lápida que posee en Hollywood: se presenta allí con un pícnic de bocadillos y champán para bailar, con amigos, sobre su propia tumba). Cuando Carlile le puso la canción, dijo, Mitchell solo se rio en momentos inesperados. "Y cuando terminó, solo dijo: 'Eres una [grosería]'. Pero estaba radiante".

Los gemelos Hanseroth, que tienen 50 años y llevan trabajando inseparablemente con Carlile desde que ella tenía 18, no esperaban que fueran a grabar otro álbum tan poco tiempo después de que se terminaran los proyectos de Elton y Joni. Con todos esos otros proyectos, además de su propia carrera, Carlile "parecía realmente agotada", comentó Tim Hanseroth, en una entrevista telefónica conjunta con su hermano. Por otra parte, añadió, "ella funciona a un alto nivel de rendimiento, no como el resto de nosotros. Es una especie de máquina en ese sentido".

En el escenario, sin embargo, todavía puede dejarse llevar por las emociones. "Cuando salí por primera vez al escenario del Madison Square Garden, lloré", relató. En la sesión de escucha, la tierna "You Without Me", sobre el momento en que una madre se da cuenta de la reciente independencia de su hijo, me hizo llorar.

"Casi la mitad de las veces que la canto, tengo que ir a otro sitio", dice. "Y si miro y veo a otra mujer que llora mientras la canto, no puedo más". (El tema había aparecido originalmente en su álbum con John, y él lo sugirió para este. "¡Quita ese maldito banjo!", exigió, de la canción a la que remplazó).

Cuando Carlile salió de Long Pond, el estudio de Dessner, con un puñado de canciones casi terminadas, ella y su banda se fueron a Los Ángeles, donde trabajaron con el productor Andrew Watt, que también había producido el LP de Carlile y John. Él y el introspectivo Dessner tienen vibraciones casi cómicamente opuestas. "Nunca tienes que preocuparte por lo que pasa por su cabeza", dice Tim Hanseroth de Watt. "Sale de su boca medio segundo después, lo cual es increíble".

Las entradas a cuentagotas de Vernon aportaron la magia final. El primer día, "llevaba una camiseta del álbum 'Wrecking Ball' de Emmylou Harris", dijo Carlile. "Era una señal". Describió sus aportaciones como "de otro mundo".

Está tan pegada al material que, inusualmente, no ha sido capaz de soltarlo. La inspiradora canción de rock político "Church & State" contenía una sección hablada de la carta de Thomas Jefferson a los bautistas de Danbury. Al interpretarla en el anfiteatro Red Rocks de Colorado el mes pasado, gritó esa parte. "Decidí que me gustaba más. Así que ahora voy a grabar la parte en la que se habla y la voy a hacer gritando". (Al público le encantó).

En "Returning to Myself", Carlile se pregunta en voz alta qué significa ser solitaria: "¿Es evolucionar hacia el interior?".

Hizo su exploración. ¿A qué conclusión llegó?

"No lo creo", dijo. "Sí creo que es esencial aprender a ser firme con uno mismo". Pero "la soledad no es necesaria para encontrarse a uno mismo". Es solo un punto de partida.

Brandi Carlile, la cantautora ganadora de 11 premios Grammy y una faceta como encantadora de algunos de sus ídolos musicales que se convirtieron en amigos, en Los Ángeles, el 24 de septiembre de 2025. (Chantal Anderson/The New York Times)