
El director mexicano nació para hacer esta interpretación cinematográfica de la novela clásica de Mary Shelley.
Cuando Mary Shelley publicó por primera vez su novela Frankenstein o el moderno Prometeo en 1818, su portada tenía impresa un revelador epígrafe de El Paraíso perdido, en el que un desesperado Adán increpa a Dios: "¿Te exigí yo, Creador Omnipotente, que me convirtieses de tierra en Hombre? ¿Te solicité para que me sacases de las tinieblas ?". ¿Te pedí que me hicieras?, le reclama la creación a su creador. Nunca pedí estar aquí, y ahora me condenas a esta vida de dolor.
El libro de Shelley está lleno de alusiones, literarias, filosóficas y míticas (véase el título). Pero El Paraíso perdido puede ser la más fundamental; durante el mes en que empezó la novela, Shelley anotó en sus diarios que su esposo, el poeta Percy Bysshe Shelley, a menudo le leía en voz alta fragmentos de la epopeya de John Milton. Con frecuencia, los personajes principales de su libro son paralelos a los de Milton: un Dios creador todopoderoso; un Satanás antihéroe, el ángel caído que pretendía usurpar a Dios, y Adán, una creación abandonada por su creador en un mundo que no comprende. Su criatura incluso experimenta la realización personal leyendo El Paraíso perdido.
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Para su versión de Frankenstein --que el director, claramente, nació para hacer-- Guillermo del Toro se apoya mucho en El Paraíso perdido, con su propio giro. La obsesión de toda la vida de Del Toro por la historia comenzó en su infancia, y le encantaba ver a Boris Karloff interpretando a la criatura en la película clásica de 1931, en la que la mayoría de nosotros seguimos pensando cuando pensamos en Frankenstein. Al igual que generaciones de lectores y espectadores --Frankenstein se representó por primera vez en 1823, solo cinco años después de la primera publicación de la novela--, Del Toro se sintió atraído por el patetismo, la tragedia y la extraña belleza del relato.
Sin embargo, este Frankenstein es inconfundiblemente de Del Toro, y tiene todas y cada una de sus huellas dactilares. Exuberante, melodramática, arrolladoramente romántica y dolorosamente emocional, es una historia de padres e hijos, de amantes y marginados, de hombres como los verdaderos monstruos. Las criaturas abandonadas luchan por comprender un mundo insoportable, y sus creadores, sus padres, tampoco lo comprendieron nunca del todo. El esqueleto de Shelley está ahí, pero la carne que lo rodea es de Del Toro.
Probablemente conozcas las líneas generales, así que solo dejo unas notas: la novela está ambientada en la Alemania y la Suiza de fines del siglo XVIII, pero Del Toro se desplaza hacia adelante unos 60 años, a la Inglaterra victoriana y luego al continente europeo. (Algunas de las referencias históricas están lo suficientemente mezcladas como para suponer que al final deriva hacia la fantasía). Otros puntos de la trama se han racionalizado; los puristas se darán cuenta de los cambios.
A pesar de todos estos cambios, el corazón de la historia permanece. El barco del capitán Anderson, con destino al Polo Norte, está atrapado en el hielo. Anderson (Lars Mikkelsen) y sus hombres ven una explosión a lo lejos, y luego a un hombre herido tendido en la superficie. Lo suben a bordo. Es Victor Frankenstein (Oscar Isaac), aparentemente a punto de morir. Les cuenta su historia: una infancia feliz se torció cuando su madre murió al dar a luz a su hermano William. Esto le hizo decidirse a vencer a la muerte, en esencia, a vencer a Dios. Cuando se hizo médico, este mismo empeño escandalizó al Real Colegio de Medicina y lo convirtió en un paria.
Pero conoció a Herr Harlander (Christoph Waltz), un traficante de armas cuya bella y enigmática sobrina, Elizabeth (Mia Goth), estaba prometida en matrimonio con William (Felix Kammerer), ya mayor. Harlander se ofreció a financiar la investigación de Victor, y así comenzó su búsqueda. Una noche ocurrió lo impensable. Un cuerpo armado con pedazos de cadáveres recogidos en un campo de batalla cobró vida en una aterradora tormenta eléctrica, y su criatura (Jacob Elordi) nació, por así decirlo.
La criatura de Del Toro evita la torpeza grosera y semiverbal de muchas interpretaciones de Frankenstein y puede pensar y hablar de forma compleja, aunque tarda un poco en lograrlo. Elordi, que sobresale entre los demás actores al medir 1,95 metros, lo interpreta como un bebé larguirucho que acaba de descubrir el mundo, e Isaac nos presenta a Victor como un padre brevemente alegre que se hunde rápidamente en algo parecido al malestar postparto, y luego en la petulancia cuando su creación/hijo se niega a satisfacer sus caprichos.
El reparto es estupendo, pero Elordi es el más destacado. Está muy maquillado, por supuesto: al igual que las primeras producciones escénicas de Frankenstein, Del Toro elige dar a la piel de la criatura un tono azulado, la palidez de la piel muerta, en lugar del verde que hemos visto más a menudo en el cine. Es casi hermoso, pero de otro mundo: empieza siendo inocente, pero poco a poco se va volviendo más desdichado a medida que lo destroza su padre creador, primero, y después todos los demás. Elordi tiene que moverse como un bebé, luego como un animal, luego como un hombre y luego como una amenaza; es una interpretación digna y exitosa que merece atención.
Este Frankenstein es (sabiamente) más reducido que el de Shelley, pero está cargado de sutiles capas temáticas y narrativas, demasiadas para nombrarlas aquí. La manía de Victor Frankenstein, por ejemplo, está siempre en el trasfondo de la historia, tiñe sus actividades y da mayor profundidad a algunas de sus declaraciones. La inclusión en la historia de cierta tecnología inventada en la época victoriana explica el desplazamiento temporal respecto a la novela y hace posible un momento desgarrador en el autodescubrimiento de la criatura.
Del Toro siempre ha tenido ojo para las formas en que la belleza y la brutalidad se entretejen en la vida humana, y Frankenstein es un texto ideal para ese interés. Pero la película también pone de relieve algo que comprende intuitivamente: la diferencia entre la destrucción de la vida --desagradable, brutal y rápida, como cuando un acto desquiciado de violencia provoca que miembros se tuerzan o que huesos crujan o que una bala termine en un ojo-- y la forma desgarrada y encantadora que puede adoptar la vida cuando está por terminar. Hay algunas imágenes tan impresionantes que apenas podía mirarlas en Frankenstein, y en otras parpadeé para no verlas exactamente por la razón opuesta. Del Toro siempre ha hecho películas así; en esta historia, el tema encaja perfectamente con la forma.
Pero es a Milton a quien no pude dejar de ver a lo largo de esta versión de Frankenstein. En el libro de Shelley hay una compleja mezcla teológica: la criatura es un "nuevo Adán" (término bíblicamente aplicado a Jesús) e ideas sobre el aliento de Dios y el alma. Del Toro traslada todo esto y hace que Víctor declare: "¡Está terminado!", cuando da el último toque al cuerpo de la criatura, y luego lo hace alzarse sobre tablones de madera hasta darle una evidente forma de cruz vertical. Vuelve repetidamente al imaginario angélico; también hace que su criatura lea El Paraíso perdido y se pregunte por qué fue creada.
Sin embargo, siente compasión tanto por la criatura como por Victor, y les da finales acordes con el epígrafe que Shelley incluyó en la primera edición de su novela. Al fin y al cabo, esta es una historia sobre sentirse perdido en un mundo cruel, y buscar una explicación, y elegir vivir. Pero Del Toro le da un giro romántico y bondadoso; se nota que para él es una historia personal. Está logrando entender algo ahí, porque el relato de Shelley ha llegado a sentirse como suyo.
Al hacerlo, también reescribe un poco a Milton, al intentar cambiar el final de ambos. Que eso resulte satisfactorio o no depende de quien lo vea. Pero tengo la sensación de que, para el creador de esta creación, representa su propio acto de amor imperfecto, ávido y anhelante.
Frankenstein Clasificada R por algunos momentos de horror corporal que ponen los pelos de punta. Duración: 2 horas 29 minutos. En cines; disponible en Netflix el 7 de noviembre.
Alissa Wilkinson es crítica de cine del Times. Ha estado escribiendo sobre películas desde 2005.
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