
En uno de los rascacielos más altos de Shenzhen, China, la espera por el elevador a la hora del almuerzo puede tardar hasta media hora. Un grupo de corredores pueden acortar la distancia entre los repartidores y los oficinistas hambrientos.
SEG Plaza, uno de los rascacielos más altos de Shenzhen, China, tiene unos 70 pisos y miles de inquilinos. Durante la hora pico del almuerzo, la espera de un ascensor puede alargarse hasta media hora, una pesadilla para un repartidor de comida que intenta atender el mayor número posible de pedidos.
¿La solución? Personas como Li Linxing, de 16 años.
Cuando se acercaba la hora de comer, un lunes de agosto, se ubicó cerca de la entrada del edificio, con los ojos escrutando las calles circundantes. Cuando apareció un repartidor, Linxing levantó la mano y gritó: "¡Repartidor suplente!".
El conductor, todavía a horcajadas sobre un patinete eléctrico, le entregó a Linxing una bolsa aislante de comida para llevar, le dijo a qué piso iba y escaneó el código QR que Linxing lleva impreso en una tarjeta que cuelga de su cuello, para pagarle 2 yuanes chinos, unos 28 centavos de dólar. Toda la operación dura unos segundos. Luego, el conductor aceleró hacia el siguiente destino.
El último tramo del viaje depende de Linxing. Se cuela en el vestíbulo del ascensor con otras decenas de personas --muchas de ellas compañeros de reparto-- para subir hasta donde le espera su hambriento oficinista. Luego vuelve a bajar y repite la operación durante el resto del día, desde la hora de la comida hasta la cena, pasando por la tarde, hasta alrededor de las 8:00 p. m.
Esta proeza logística, una economía informal dentro de una economía de aplicación, es otro ejemplo del espíritu emprendedor de Shenzhen, una ciudad de unos 18 millones de habitantes del sur de China que fue pionera en la adopción de la economía de mercado en el país. De las decenas de repartidores que pululan a diario frente a la Plaza SEG, ninguno tiene un contrato formal. La mayoría son jubilados, aunque durante el verano también aparecen adolescentes como Linxing. Algunos están allí por necesidad económica, otros por diversión o ejercicio.
Todos están allí porque había una necesidad, y alguien tenía que satisfacerla.
Linxing había empezado unas semanas antes, tras finalizar el curso escolar, por sugerencia de su tío, quien es conductor de reparto. "Al principio, solo vine para ver cómo era. Luego empecé a hacer repartos yo mismo", dijo.
Dijo que era agotador estar al sol desde las 10 u 11 de la mañana hasta las 8 de la tarde. Además, el edificio era un laberinto, con decenas de ascensores, algunos de los cuales llegaban solo a determinadas plantas. Pero había una sencilla razón por la que Linxing volvía: "El dinero".
En realidad, no hay mucho que ganar. Los repartidores dicen que suelen ganar unos 100 yuanes (unos 14 dólares) al día, mucho menos que el salario medio de unos 37 dólares al día de los trabajadores del sector privado en Shenzhen.
Los conductores de reparto suelen ganar entre 4 y 8 yuanes por pedido, por lo que dar 2 yuanes a los corredores de última milla no es una pequeña rebaja. Pero los conductores dicen que vale la pena para acelerar las entregas. Y para los repartidores suplentes, la paga es suficiente para que sea rentable: dinero de bolsillo para los adolescentes, o dinero extra para los jubilados que tendrían problemas para ser contratados en otro sitio.
Para aventajar a sus competidores, muchos corren para alcanzar primero a un conductor. Y algunos han perfeccionado sus técnicas para lograr la máxima eficacia. No suben hasta que tienen suficientes pedidos para que el viaje merezca la pena, a veces hasta seis o siete bolsas en cada mano.
Una repartidora con visera morada, quien solo dio su apellido, Zhou, pulsó el botón de llamada para bajar en cuanto llegó a su planta. Cuando terminó su entrega y corrió de vuelta al banco de ascensores, el ascensor ya la estaba esperando. Dijo que empezó a hacer repartos después de cumplir la edad de jubilación obligatoria de 50 años en su trabajo en una cafetería. "Es ejercicio", dijo. "No puedo quedarme sentada en casa. No hacer nada es agotador y poco saludable".
Zhou recogió un flujo constante de pedidos a lo largo del día, pero el mayor volumen, por mucho, fue para Shao Ziyou y su esposa, quienes estaban situados en una esquina privilegiada frente a la Plaza SEG. Tenían tantos paquetes que subcontrataron la ejecución real a una decena de personas que trabajaban bajo sus órdenes. La pareja se llevaba 1 yuan por cada bolsa, el repartidor suplente se quedaba con el yuan restante.
Este arreglo es posible porque Shao es conocido, en los medios de comunicación locales y según otros repartidores y conductores, como el primero en instalarse afuera de la Plaza SEG, y muchos conductores dijeron que lo conocían y confiaban en él.
Shao, de 47 años, dijo que llegó a Shenzhen procedente de la provincia de Anhui, en el este de China, y que durante un tiempo vendió placas de circuitos en el extenso mercado de electrónica del edificio. Hace siete u ocho años, dijo, estaba fumando en el exterior cuando un repartidor que pasaba por allí se quejó de que el edificio era difícil de recorrer.
Shao dijo que podía ayudarlo a hacer la entrega. El conductor se ofreció a comprarle agua a cambio, pero Shao dijo que podía pagarle 3 yuanes, el precio de una botella.
Al principio, Shao dijo que la tarea era algo para hacer durante las pausas para comer. Algunos conductores se ponían nerviosos al entregar los paquetes, dijo: "Les preocupaba que los sacara y me los comiera".
Pero se corrió la voz, y en 2020, cuando la pandemia de coronavirus detuvo la afluencia al mercado de electrónica, Shao se dedicó a las entregas a tiempo completo, acompañado de su mujer.
Pronto, otros se enteraron de la oportunidad: jubilados del barrio y gente del personal de limpieza del edificio, después de sus turnos. Inevitablemente, la competencia se endureció. Algunos corredores ofrecían completar la entrega por 2,5 yuanes, luego por 2. Pero el negocio aumentó de todos modos, porque la pandemia había hecho que la gente dependiera mucho de las entregas por internet. Los repartidores se extendieron también a algunos edificios cercanos.
"Todo el mundo está acostumbrado, y la gente es perezosa. A veces, se lo envías a su puerta, y están sentados adentro y dicen: 'Tráemelo aquí", dijo Shao. "¿También quieres que te dé de comer?".
En un día normal, dijo Shao, él y su mujer despachan 600 o 700 pedidos a sus asistentes. Si un cliente se queja de que le falta una entrega, el conductor exige a Shao que la localice o le pague una indemnización. (Las plataformas de reparto pueden multar a los conductores con 50 yuanes por pedidos perdidos).
Varias veces al día se producen escenas acaloradas por entregas extraviadas.
"¡El 5911B no pide comida hasta mediodía!", dijo Shao a quien había hecho la entrega a esa suite por error. "Llevo tanto tiempo aquí que crees que no sé quién pide pronto y quién tarde".
"Ok, de acuerdo, lo pagaré", acabó admitiendo el repartidor.
Sin embargo, en general el ambiente es civilizado, aunque caótico. Hay suficientes pedidos para todos, y la mayoría de los conductores dijeron que no eran quisquillosos con quien se los pasaba.
Hubo una excepción. Este verano surgió un nuevo grupo de competidores: niños, algunos de primaria. Sus padres los habían traído para que probaran el trabajo duro durante sus vacaciones de verano. Videos virales en las redes sociales mostraban hordas de niños, algunos con coletas o uniformes escolares, que se arremolinaban alrededor de los repartidores y clamaban por sus pedidos.
Shao Yang, conductor, dijo que no confiaría sus pedidos a los niños. "Tenía miedo de que se perdieran", dijo. "Eran todos muy pequeños".
Poco después de que salieran a la luz los videos, el gobierno local prohibió que los niños realizaran entregas argumentando motivos de seguridad.
La edad legal para el empleo regular en China es de 16 años, por lo que Linxing podía seguir repartiendo pedidos. De cualquier modo, no pensaba quedarse mucho tiempo. En vez de eso, quería encontrar un trabajo en una fábrica.
"Me gusta más ese tipo de trabajo", dijo. "Estar sentado en una habitación con aire acondicionado".
Siyi Zhao colaboró con la investigación.
Vivian Wang es corresponsal de China y reside en Pekín, donde escribe sobre cómo el auge y las ambiciones mundiales del país influyen en la vida cotidiana de sus habitantes.
Siyi Zhao colaboró con la investigación.
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