
El director, en la cúspide de sus habilidades, nos ofrece una sorprendente epopeya estadounidense actual, con Leonardo DiCaprio como un radical acabado y padre cariñoso.
Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, es un emocionante, ridículo y mortalmente serio no en pantalla grande: un no a la complacencia, a la opresión y a la tiranía. Es una epopeya carnavalesca sobre el bien y el mal, la violencia y el poder, los derechos inalienables y la lucha contra la injusticia; también es una historia de amor. La película habla de los fracasos del pasado y del presente, pero insiste en la promesa del futuro. Está brillantemente dirigida, pero lo que la hace estimulante es que se compromete con su momento como pocas películas de ficción estadounidenses lo hacen. Se siente sorprendentemente urgente. También es divertidísima, incluso cuando sus risas tiemblan de rabia.
Una batalla tras otra narra las desventuras de un tonto glorioso, Bob Ferguson --Leonardo DiCaprio totalmente a la altura de las circunstancias-- un soldado revolucionario de infantería convertido en terrorista perseguido, fugitivo clandestino y padre soltero cariñoso. Ambientada en gran parte en el presente, la historia inicia unos 16 años antes, durante el explosivo paso de Bob por los Franceses 75, un grupo radical (¡presumiblemente falso!) que comparte nombre con una pistola de campaña y un cóctel que sirve el club nocturno de Humphrey Bogart en Casablanca. Las creencias del grupo son bastante sencillas (igualdad, libertad), aunque difusas en cuanto a los detalles, y Anderson no detalla su ideología revolucionaria. Al igual que sus personajes, en general prefiere pasar de la teoría a la acción.
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El punto de apoyo de la historia es el amor entre Bob y Perfidia Beverly Hills (una electrizante Teyana Taylor), una carismática integrante de los Franceses 75. Valiente e intransigente, Perfidia atraviesa el mundo como un cuchillo. Al principio, Bob la sigue con entusiasmo durante el ataque del grupo a un centro de detención de inmigrantes donde, al amparo de la noche, ellos y los demás insurgentes desarman a los guardias militares y liberan a una multitud de hombres, mujeres y niños. También es allí donde Perfidia se encuentra por primera vez con su némesis, el coronel Steven J. Lockjaw (un gran Sean Penn), al que vence fácilmente con una pistola desenfundada y una orden inusual: ordena a Lockjaw, quien está sentado, que se levante, por completo, una directiva que él obedece con una erección que cómicamente le monta una tienda de campaña en los pantalones.
Es un momento crucial y una visión absurda, que Anderson explota al máximo de su ridiculez filmando la erección desde abajo, de modo que asoma en el plano, acentuando la impotencia de Lockjaw ante Perfidia. Ya no controla a los detenidos ni su propio cuerpo, y por supuesto que no la controla a ella. Perfidia ha desarmado efectivamente a Lockjaw, lo que instiga un deseo loco y perverso hacia ella. Al obligar a Lockjaw a obedecer, ha desafiado un régimen de poder, que se remonta a la violenta explotación sexual de las mujeres negras esclavizadas por los hombres blancos, y que los villanos de la película quieren mantener. Lockjaw pasará el resto de la película intentando reafirmar su supremacía.
Una batalla tras otra se inspira en Vineland , la novela de Thomas Pynchon de 1990, de la que Anderson ha tomado prestadas abundantes referencias para sus singulares fines. La novela comienza en 1984, el año en que Ronald Reagan ganó su segundo mandato como presidente y después de "la represión nixoniana". El tiempo ha avanzado para los sobrevivientes de la década posterior a 1960, humorísticamente denominados así (Anderson inventa sus propios apodos caricaturescos), pero mientras "el personal cambiaba, la Represión continuaba, haciéndose más amplia, más profunda y menos visible", observa un personaje. (En una entrevista de 2015 con el novelista Steve Erickson que tuvo lugar en la Torre Trump, Anderson habló de Vineland --"cerca de la cima para mí", dijo-- y que la adaptaría "o arrancaría mucho de ella").
Anderson no da nombres en Una batalla tras otra, y no recuerdo haber oído a nadie hacer referencia a ningún político actual. Aun así, es alrededor de 2009, el año en que comenzó el primer mandato de Barack Obama, cuando los Franceses 75 toman el centro de detención durante una secuencia potente e intrincadamente escenificada y rodada que establece un tono embriagador y un ritmo acelerado. Los miembros del grupo están eufóricos por el asalto, tan excitados por su éxito como Lockjaw lo está por Perfidia. "¡Viva la revolución!", grita Bob mientras se dan a la fuga, un grito de guerra que resuena mientras él y Perfidia se acuestan, atracan bancos, tienen una hija, se separan, se dan a la fuga. Todo se desmorona, y Bob acaba a la deriva en una niebla de cannabis.
Anderson rara vez afloja el acelerador en Una batalla tras otra, aunque afloja un poco cuando la historia cambia al presente. Tras haber pasado a la clandestinidad años antes, Bob vive ahora con su hija, Willa (la novata actriz Chase Infiniti), en una casa del norte de California (como era de esperarse), esa tierra idílica de secuoyas, droga y paranoia. Allí bebe mucho alcohol y fuma mucha hierba, con el humo flotando alrededor de su rostro permanentemente confuso y su pequeña coleta colgando flácida como un emblema de su impotencia. Su ardor ha desaparecido y también Perfidia, quien se marchó hace tiempo. Para pasar el rato, ve la película de Pontecorvo de 1966 La batalla de Argel --repite las palabras del guion-- sobre la lucha argelina por la independencia.
Es fácil reírse de Bob, pero hay un pozo de sufrimiento en sus fracasos personales y generacionales. Sin embargo, Anderson no está interesado en solicitar tu compasión (eso sería demasiado barato), y tanto el personaje como la interpretación físicamente descomunal de DiCaprio --es un tour de force enloquecido-- evitan que te ablandes con Bob. Observas al personaje, pero nunca te metes en su cabeza, en parte porque Bob tampoco lo hace. Es un hombre supremamente inconsciente que, en particular, solo se anima a actuar contra la opresión cuando le afecta personalmente, como ocurre cuando Lockjaw regresa, con el ceño fruncido y la postura intacta. (El andar de Penn sugiere que la vara está firmemente plantada en el trasero del personaje).
Lo que redime a Bob es el amor: el de él por Willa y el de ella por él. Ese amor ilumina el resto de la película como un faro. Ha unido a padre e hija, creando una conspiración de dos. Ha contribuido a que Willa sea quien es, y probablemente ha evitado que Bob desaparezca por completo. El amor es lo que le obliga a salir de su refugio y de su entropía cuando Lockjaw --ahora respaldado por un oscuro grupo de supremacistas blancos cristianos llamado Club de los Aventureros Navideños-- vuelve a entrar violentamente en escena, poniendo en peligro a Willa. La película da otro giro cuando Bob y Willa huyen cada uno de Lockjaw, dividiendo la historia en secciones separadas que finalmente convergen. Las cosas se complican aún más, y dan más miedo.
El don de Anderson para poner en juego un gran número de piezas se muestra plenamente en Una batalla tras otra, incluso con su magnífico reparto. Entre los actores secundarios están Regina Hall como Deandra, una de los Franceses 75 originales, y Benicio Del Toro como el sensei Sergio San Carlos, un instructor de artes marciales que ayuda a dirigir un ferrocarril subterráneo para migrantes. En un astuto elenco, Tony Goldwyn --protagonista de la meliflua serie de televisión Escándalo-- aparece como uno de los líderes del Club de los Aventureros Navideños. En esa serie, que empezó a emitirse en 2012, el presidente blanco (Goldwyn) mantiene un apasionado romance con la experta negra en gestión de crisis que interpreta Kerry Washington, una fantasía romántica que a menudo parecía muy propia de su momento ostensiblemente posracial.
Una batalla tras otra ofrece otro mundo imaginario, aunque uno que, a pesar de todos los nombres sin sentido y los vuelos de fantasía, se parece y se siente más como la vida. No todo encaja a la perfección en la película, lo que solo refuerza su realismo; después de verla dos veces, sigo escudriñando sus ideas y sus imágenes, sigo pensando en el poder y la raza y el sexo, y en si Perfidia recibe realmente lo que se merece, mientras sigo saboreando el subidón que produce la película. Hay pocos cineastas que trabajen hoy en día tan hábiles como Anderson, y menos aún quienes podrían-- la imagen de una revolucionaria negra embarazada disparando una ametralladora-- crear un grito desde el corazón que es también una imagen cristalizadora de la resistencia. Es una imagen para la eternidad, salvaje y emocionante, y tan estadounidense como el rojo, blanco y azul.
Una batalla tras otra Clasificada R por violencia con armas de fuego y lenguaje. Duración: 2 horas 41 minutos. En cines.
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