
NO QUERÍA ACABAR COMO MIS PADRES TRADICIONALES. DE REPENTE, MI PADRE REVELÓ UN SECRETO OCULTO DESDE HACÍA MUCHO TIEMPO.
Mi padre es la única persona que conozco que apoyaba al casero de "Rent". Cuando escuchábamos la banda sonora del musical en nuestra sala en los suburbios, solía decir: "Esos chicos tienen que pagar la renta. No pueden hacer lo que quieran todo el tiempo".
"¡Pero son artistas!", decía yo. "¡Viven con SIDA!".
Como estudiante de secundaria en Wilmette, Illinois, no sabía nada de ser artista ni de vivir con SIDA. Pero me encantaban los personajes cuir y activistas, tan exóticos en comparación con mis padres tradicionales del Medio Oeste.
Mi padre negaba con la cabeza. Dirigía una empresa de gestión inmobiliaria y también era casero. Valoraba el deber, trabajaba hasta tarde todas las noches, era presidente de nuestra sinagoga, regaba sin falta el jardín de mi madre y nos hacía panqueques los fines de semana por la mañana para que ella pudiera dormir hasta tarde. Vestía colores prácticos como el beige y no tenía paciencia para los bohemios autocomplacientes.
Pero nunca renuncié a mi sueño de la secundaria de llegar a ser como los artistas de "Rent". Cuando cumplí 18 años, me mudé de Illinois para asistir a una escuela de arte de la Costa Este. No tardé en darme cuenta de que era bisexual, me corté casi todo el pelo y me hice cuatro perforaciones, a pesar de que mi padre me había amenazado con no pagarme una boda si alteraba el cuerpo que Dios me había dado.
No me molesté en contárselo porque sabía que no lo entendería. Además, su ultimátum no me importó. Mi nuevo grupo de amigos feministas y cuir se reía de la idea de las nupcias tradicionales. Nos quedábamos hasta tarde planeando nuestro futuro alternativo, que no incluía casas con cercas blancas, ni toallas de baño "para él y para ella", ni llevar a nuestros hijos a todos lados en camionetas todoterreno. Haríamos arte, asistiríamos a protestas y crearíamos nuestros propios estilos de relación y roles de género.
En la universidad también conocí a Caleb. Un día, se sentó a mi lado en la sala de descanso de la residencia universitaria mientras yo hacía mi tarea de arte, y me preguntó si podía dibujar con mis pasteles. Era heterosexual, pero me gustó porque era artista y sabía escuchar muy bien. Nos enamoramos rápidamente, salimos juntos durante toda la universidad y luego nos fuimos a vivir juntos.
Cuatro años después, mientras doblábamos la ropa limpia en nuestro departamento de Boston, Caleb me preguntó si debíamos empezar a hablar de matrimonio. ¿Qué estábamos esperando?
Me quedé paralizada. Yo sí sabía qué estaba esperando. Salir con un hombre heterosexual era una cosa, pero casarse era como subir a una escalera eléctrica: una vía estrecha y de un solo sentido hacia la boda, la casa en los suburbios, los hijos, la muerte. Esa era, sin dudas, la vida que tuvieron mis padres.
Me había vuelto a crecer el pelo. Hacía tiempo que no hacía arte. No era Maureen, la artista performativa bisexual radical de "Rent". Le pregunté a Caleb si por el momento podíamos poner en pausa la conversación sobre el matrimonio.
Meses después de esquivar la propuesta de Caleb, mientras le quitaba el candado a la bici afuera de nuestro departamento, mi madre me llamó. Sin previo aviso, me dijo: "Tu padre es bisexual. Se va a separar de mí para estar con otros hombres".
Me hundí en la acera. Con las manos temblorosas, llamé a mi padre. Habló despacio y explicó que había salido del clóset antes de casarse con mi madre y que había estado tanto con hombres como con mujeres, pero que volvió al clóset después de su boda. Ahora, a los 65 años, ya no podía más. Dijo que se sentía "muerto por dentro".
Mi padre era cuir y mis padres se iban a separar, justo cuando Caleb hablaba de casarse.
Antes de que mi padre y yo nos despidiéramos, le dije que yo también era bisexual. Después de colgar, me di cuenta de que necesitaba con desesperación más respuestas de él. ¿Quién era él? ¿Una señal de advertencia de lo que les ocurre a las personas cuir en los matrimonios heterosexuales? ¿Estaba destinada a ser como él?
Días después, volé de vuelta a Illinois.
A la mañana siguiente de llegar a la casa de mi infancia, interrumpí a mi padre mientras leía el periódico. Se había tomado un descanso para hacer la maleta mientras se preparaba para mudarse. Le pregunté si podíamos tener una "charla gay" en el columpio del porche.
Mientras nos columpiábamos un poco, le dije: "¿Cuándo te casaste te diste cuenta de que habías cometido un gran error? ¿Hasta qué punto te sentías reprimido con un estilo de vida heterosexual en los suburbios? ¿Crees que Caleb y yo podremos lograrlo?".
Suspiró. En voz baja, contó cómo se había enfrentado a las reticencias de sus amigos gays cuando decidió casarse con una mujer. Pero, para él, siempre se había tratado de la persona, no del género. Insistió en que había amado a mi madre, se había sentido atraído por ella y había pensado que estarían juntos para siempre. Ahora, muchos factores distintos motivaban su divorcio.
"Podría acabar saliendo con otro hombre o con una mujer", dijo. "No lo sé. Solo sé que necesito estar solo durante un tiempo".
Esto parecía demasiado complicado. "¿Entonces no se trata de que seas gay? ¿Se trata de un divorcio normal?"
Dijo que no podía responder.
Volé de vuelta a casa con mucha insatisfacción. Si mis padres se estaban separando como suelen hacer las parejas, eso no presagiaba nada para Caleb y para mí. Pero si se divorciaban porque mi padre era bisexual, entonces tal vez sí estuviéramos condenados.
Durante el año siguiente, mientras mi familia se fragmentaba y se transformaba, volé con frecuencia a Illinois. En cada viaje me daba cuenta de lo que faltaba: nuestras cenas semanales de shabat, nuestras celebraciones navideñas, el hogar de mi infancia. Pero también me di cuenta de lo que volvía a estar presente: aspectos de mi padre que nunca había visto.
Primero fueron los calcetines color neón: un cajón entero lleno de ellos en su nuevo departamento de Chicago. En mi siguiente viaje, llevaba una camiseta naranja brillante. Conservaba sus polos y camisas de vestir color beige en un rincón de su clóset, pero estaban aplastados detrás de camisas de manga corta más tropicales.
Los cambios fueron más que estéticos. Se reía más. Formó un círculo de amigos que eran suyos, no solo los maridos de las amigas de mi madre. Le llevó un tiempo, pero acabó por vender su empresa de gestión inmobiliaria.
De regreso a casa, nuestras llamadas telefónicas, que solían durar cinco minutos, se convirtieron en conversaciones de 45 minutos mientras hablábamos de sus nuevos amigos y de las noches de fiesta en Boystown, Chicago, el barrio gay oficialmente reconocido como el más antiguo de Estados Unidos. Me contó cómo había vivido la crisis del SIDA y los funerales de amigos a los que había asistido.
El padre que se iba temprano a trabajar y llegaba tarde a casa, el que me decía "¡Trabaja duro!" y "¡Vete a dormir!", el que no recordaba los nombres de mis amigos, fue sustituido poco a poco por un padre que confiaba en mí y me permitía confiar en él.
La presión de ocultar su sexualidad lo había llevado a ocultar también otras necesidades. Se había sometido por completo a las expectativas y exigencias de su comunidad, su mujer y sus hijos. Trabajar muchas horas, me explicó, se convirtió en una forma de evitar enfrentarse a sus propios anhelos.
"Tenía que aguantarme y decir: 'Estoy bien. Pon cara de felicidad'", dijo. "La mayoría de la gente no quiere saber cómo estás en realidad".
En mi viaje más reciente a casa de mi padre, en Chicago, me sorprendió que aún tuviera en la repisa de la chimenea una foto de su sesión de fotos de compromiso con mi madre. Eran un poco mayores que yo ahora. Él le besaba la mejilla mientras ella reía. Hoy en día, mis padres rara vez están en la misma habitación, y su tensión y dolor eran palpables en las pocas ocasiones en que lo estaban. Sin embargo, al mirar esta foto, vi a dos seres humanos que estaban evidentemente enamorados.
Poco después de ese viaje, le propuse matrimonio a Caleb en la puerta de nuestra antigua residencia universitaria. No podía estar segura de que él y yo tuviéramos un destino distinto al de mis padres, pero decidí declararme de todos modos porque creía que así sería. No era Maureen de "Rent", pero tampoco era mi padre.
Salí del clóset con Caleb, mi familia y amigos. Me afeité parte del pelo. En el trabajo, dirigí la Alianza Gay-Hetero. Me uní a la comunidad judía más cuir que encontré. Para nuestra boda, Caleb y yo diseñamos nuestros propios estampados y tejidos, hicimos un espectáculo drag y montamos un desfile de moda. En algunos aspectos, él y yo éramos convencionales, y en otros no.
A veces me pregunto qué pensaba realmente mi padre cuando escuchaba la banda sonora de "Rent" con él de niña. ¿Se lamentaba por la vida que podría haber llevado? Si hubiera pertenecido a mi generación, ¿habría tomado las mismas decisiones que yo? ¿Cómo habría sido nuestra relación en ese entonces si él hubiera podido ser él mismo de manera plena?
Lo amaba vestido de beige, pero lo amo aún más vestido de colores.
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