Jair Bolsonaro es declarado culpable y sentenciado a 27 años de cárcel por intento de golpe de Estado en Brasil

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El Supremo Tribunal Federal de Brasil declaró culpable al expresidente por intentar aferrarse al poder tras perder las elecciones de 2022, en un complot que incluía el asesinato de su oponente.

El Supremo Tribunal Federal de Brasil declaró culpable el jueves al expresidente Jair Bolsonaro por encabezar una conspiración fallida para anular las elecciones brasileñas de 2022, en un plan golpista que incluía disolver tribunales, dar poder a los militares y asesinar al presidente electo.

Cuatro de los cinco jueces que estudian el caso votaron a favor de condenar a Bolsonaro y a siete cómplices, entre ellos su compañero de fórmula, su ministro de Defensa y su comandante de la Marina, en una contundente reprimenda por parte de una de las mismas instituciones que dichos hombres intentaron derrocar.

Bolsonaro, de 70 años, fue condenado a 27 años y tres meses de prisión, aunque es probable que sus abogados soliciten el arresto domiciliario debido a sus problemas de salud.

El fallo es una sentencia histórica para la nación más grande de Latinoamérica. En al menos 15 golpes e intentos de golpes con vínculos con el ejército desde que Brasil derrocó su monarquía en 1889, el jueves fue la primera vez que se condenó a los líderes de uno de esos complots.

También podría asestar un golpe definitivo a una de las figuras políticas más importantes e influyentes de América Latina. Bolsonaro galvanizó un movimiento de derecha que transformó Brasil en una nación más polarizada y, en cierto modo, conservadora, pero su condena deja ahora a la derecha sin un líder claro.

Al mismo tiempo, es muy probable que la sentencia agrave el conflicto entre Brasil y Estados Unidos. El presidente Donald Trump había exigido que Brasil retirara los cargos contra Bolsonaro, afirmando que, al igual que él, el expresidente brasileño estaba siendo perseguido políticamente por intentar revertir unas elecciones amañadas.

La Casa Blanca había intentado obligar a Brasil a abandonar el caso a través de la imposición de fuertes aranceles, una investigación comercial y severas sanciones contra el juez del Supremo Tribunal que lo dirigía. En cambio, varios jueces brasileños criticaron los intentos estadounidenses de intervenir mientras votaban a favor de la condena.

Cuando se le preguntó por la condena de Bolsonaro, Trump dijo a los periodistas en Washington el jueves que estaba "muy descontento al respecto. Conozco al presidente Bolsonaro" y me cae bien, dijo. "Creo que es algo terrible, muy terrible. De hecho, creo que es muy malo para Brasil".

La condena de Bolsonaro se apoyó en montones de pruebas que demostraban que él y su círculo cercano habían pasado meses minando la confianza de los votantes en los sistemas electorales de Brasil y luego, tras perder por poco la votación de 2022, intentaron encontrar formas de mantenerlo en el poder.

Los planes preveían declarar un estado de excepción que habría disuelto el Supremo Tribunal, anulado el resultado de las elecciones y otorgado a los militares amplios poderes. También incluía un complot para asesinar al oponente de Bolsonaro, ahora presidente, Luiz Inácio Lula da Silva; al compañero de fórmula de Lula; y a Alexandre de Moraes, el juez del Supremo Tribunal que había supervisado las elecciones e iniciado varias investigaciones sobre Bolsonaro.

Bolsonaro negó las acusaciones y dijo que no tenía conocimiento sobre algún plan de asesinato. En cambio, declaró que buscó formas dentro de la Constitución de Brasil para corregir lo que, según él, fue una elección robada. (Una investigación realizada por el ejército brasileño no encontró pruebas de fraude electoral).

Durante meses, Bolsonaro y sus aliados han calificado el caso de abuso de poder por parte del Supremo Tribunal para oprimirlo políticamente y sofocar su movimiento.

"Nunca tuvo la intención de dar un golpe de Estado. Se está juzgando efectivamente a un movimiento político, no solo a sus dirigentes", dijo el abogado de Bolsonaro, Paulo Cunha Bueno, en una entrevista antes del veredicto. Una condena, añadió, "dejará una cicatriz en la historia del tribunal".

En las últimas dos semanas, a medida que el juicio avanzaba hacia un veredicto, Bolsonaro se vio abandonado por algunos aliados acusados de planear el golpe junto a él. Eso incluyó a su exministro de Justicia, cuyo abogado afirmó que había intentado persuadir al expresidente para que abandonara los planes.

También se enfrentó a testimonios perjudiciales de su secretario personal y a registros que demostraban que el plan de asesinato se imprimió y se llevó al palacio presidencial, entre otras pruebas.

Gran parte de la confusión también se desarrolló públicamente. Bolsonaro difundió abiertamente información errónea sobre fraude electoral; la policía de carreteras de Brasil detuvo a votantes en distritos de tendencia de izquierda el día de las elecciones; y, una semana después de la toma de posesión de Lula, miles de partidarios de Bolsonaro asaltaron las sedes del poder en Brasil en un intento fallido de inducir una toma del poder militar.

En consecuencia, el fallo contra Bolsonaro era ampliamente esperado, una opinión reforzada por la composición del panel de cinco miembros del Supremo Tribunal que juzga el caso. Además del juez De Moraes, a quien Bolsonaro atacó abiertamente, el tribunal incluye a un juez que fue abogado personal de Lula, y a otro que es ex ministro de Justicia y estrecho aliado de Lula.

Eso llevó a Bolsonaro a depositar su fe en un último recurso del extranjero: Trump.

Durante meses, uno de los hijos de Bolsonaro ha presionado a la Casa Blanca para que ayudara a su padre a evitar una condena de prisión. Entonces, en julio, Trump intervino.

Su gobierno impuso a Brasil unos aranceles desorbitados del 50 por ciento, que han empujado al país hacia China, y luego impuso al juez De Moraes algunas de las sanciones más duras de las que dispone Estados Unidos, normalmente reservadas a quienes han cometido abusos contra los derechos humanos.

La Casa Blanca ha citado la agresiva campaña de De Moraes para combatir lo que él considera amenazas contra la democracia de Brasil, que incluye medidas para encarcelar a personas por amenazar al tribunal, censurar voces en internet y bloquear redes sociales enteras en todo Brasil.

Aunque Brasil se ha mantenido firme, ahora se prepara para nuevas medidas punitivas en respuesta a la condena de Bolsonaro. El gobierno de Trump ha dejado claro que está dispuesto a continuar la lucha, presentando tanto a Trump como a Bolsonaro como víctimas de un intento global de amordazar las voces conservadoras.

Bolsonaro, ex capitán del ejército convertido en diputado durante muchos años, fue elegido presidente en 2018, aupado al poder por una ola de frustración de los votantes ante la corrupción y la delincuencia. En aquel momento, su adversario más poderoso, Lula, estaba en prisión por una condena por corrupción que fue posteriormente anulada.

Bolsonaro transformó la política brasileña con su estilo desenfadado, combativo y a veces beligerante, que incluía el desmantelamiento de leyes, el cuestionamiento de la credibilidad de los descubrimientos científicos, el duro ataque a sus oponentes y el elogio de la dictadura militar que gobernó el país de 1964 a 1985.

Aunque él y Trump proceden de entornos muy distintos, ambos comparten enfoques sorprendentemente similares de la política. Al igual que Trump, Bolsonaro llevó al movimiento conservador de su país más a la derecha y sigue siendo su abanderado, como demuestran las grandes multitudes que protestaron contra su procesamiento en todo Brasil antes de su condena.

Las encuestas de opinión muestran que casi dos quintas partes de Brasil consideran injusto su procesamiento y que sería el principal candidato de la derecha en las elecciones presidenciales del próximo año. Una sentencia anterior en un caso distinto ha impedido a Bolsonaro presentarse hasta el final de la década. Su condena en la trama golpista, si se mantiene, lo inhabilita para volver a ocupar un cargo.

En Brasil, un país con un largo historial de dirigentes que han intentado, y a veces conseguido, hacerse con el poder mediante golpes de Estado, la condena de Bolsonaro fue vista por muchos como una victoria de la democracia.

Al emitir su voto, el juez De Moraes insistió en que las pruebas demostraban que Brasil había estado peligrosamente cerca de volver a sumirse en una dictadura similar a la que había soportado durante más de dos décadas, debido a las acciones de "un grupo político que no sabe cómo perder unas elecciones".

"Es imposible trivializar este retorno a momentos oscuros de la historia que ya hemos vivido", dijo De Moraes. "Y las pruebas son abundantes".

En la única disidencia, un juez, Luiz Fux, absolvió a Bolsonaro y a casi todos sus colaboradores en el complot, excepto a dos. En una mordaz presentación de 14 horas de su voto --que por momentos adormeció a algunos, incluido el fiscal general de Brasil--, desmenuzó las pruebas del caso y argumentó que no lograban vincular a Bolsonaro y a otros con los planes golpistas.

"Sentaría un precedente muy grave, sería muy peligroso responsabilizar a agentes políticos basándose en acusaciones genéricas", dijo Fux, al tiempo que hacía referencia, en más de una ocasión, al guante mal ajustado que ayudó a absolver a OJ Simpson.

Y, ofreciendo un rayo de esperanza a Bolsonaro, Fux cuestionó por qué el caso no estaba siendo sopesado por la totalidad de los 11 magistrados del Supremo Tribunal, y afirmó que a la defensa se le había dado muy poco tiempo para revisar las pruebas.

Esto, según los analistas, podría dar a Bolsonaro una ventana para apelar su condena. Sin embargo, dada la composición del tribunal, se espera que incluso una votación del pleno confirme la sentencia.

El Supremo Tribunal decidirá ahora la pena que se le impondrá a Bolsonaro. El conjunto de sus delitos conlleva una pena máxima de 43 años. Considerado en riesgo de fuga, ha estado esperando el veredicto bajo arresto domiciliario, vigilado de cerca por la policía.

Maggie Haberman colaboró con reportería desde Washington.

Ana Ionova es una colaboradora del Times que vive en Río de Janeiro y cubre Brasil y países vecinos.

Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía del Times en Ciudad de México y lidera la cobertura sobre México, Centroamérica y el Caribe.

Maggie Haberman colaboró con reportería desde Washington.