'Fue como el día del juicio final': así se vivió el terremoto en Afganistán

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El domingo por la noche, Mirza Gul Sayar salió de la cama sobresaltado por una explosión, despertó a su esposa y salieron corriendo con sus dos hijos. Encontraron a sus padres, a su hermano menor y a su esposa que ya estaban en la oscuridad.

Pero como el hermano mayor de Sayar y su familia no aparecían por ninguna parte, sus padres y su hermano volvieron corriendo al interior.

Unos segundos después, otro temblor sacudió el suelo del este de Afganistán, y la casa familiar se derrumbó. A su alrededor, los gritos y llantos de los vecinos resonaron en el pueblo.

"Fue como el día del juicio final para nosotros", dijo Sayar mientras descansaba sobre una alfombra en su maizal, donde pasaba la noche del lunes con los miembros supervivientes de su familia.

El terremoto que sacudió el este de Afganistán el domingo mató al menos a 1400 personas e hirió a más de 3100, según las autoridades del país. Destruyó miles de casas frágiles y arrasó pueblos enteros encaramados en las escarpadas colinas de la región montañosa o enclavados en estrechos valles.

Los equipos de rescate sobre el terreno afirman que tardarán días en remover los escombros de los pueblos que, dos días después del terremoto, seguían fuera de su alcance. El ejército afgano ha evacuado a cientos de personas, heridos y muertos, mientras que las agencias de la ONU han estado trabajando para volver a poner en servicio un helicóptero que había quedado inmovilizado como consecuencia de los recortes de ayuda de Estados Unidos y otros donantes extranjeros.

Hasta ahora, los informes ofrecen una imagen incompleta de la devastación que ha arrasado el este de Afganistán.

"Todas las cifras que se han anunciado hasta ahora proceden de las aldeas a las que han podido acceder los equipos de rescate gubernamentales y militares", dijo Zahidullah Safi, director de una clínica de distrito en la provincia de Kunar, una de las zonas más afectadas y donde vive la familia de Sayar. "Hay algunos pueblos que siguen bajo los escombros y, hasta ahora, ningún organismo gubernamental o de ayuda ha llegado a esa zona".

El terremoto del domingo, el segundo sismo devastador en menos de dos años en Afganistán, ha añadido otra capa de calamidad a las crisis económicas, humanitarias y medioambientales superpuestas que se han agravado en la nación del sur de Asia en los últimos meses.

La ayuda de emergencia ya se había vuelto escasa este año, después de que Estados Unidos y otros donantes importantes recortaran, suspendieran o redujeran sus contribuciones humanitarias a Afganistán. El año pasado, Estados Unidos aportó más del 45 por ciento de la ayuda suministrada al país. Eso prácticamente desapareció después de que el gobierno de Trump diezmara la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y otros programas de ayuda exterior.

Incluso antes del terremoto, las agencias de la ONU calculaban que Afganistán necesitaba 2400 millones de dólares en fondos humanitarios este año, pero afirman que se ha recibido menos del 30 por ciento de esa suma.

El martes, el Reino Unido dijo que destinaría unos 1,3 millones de dólares en ayuda de emergencia para los afectados por la catástrofe. David Lammy, ministro británico de Asuntos Exteriores, dijo en un comunicado que el dinero se distribuiría a través de la Federación Internacional de la Cruz Roja y el Fondo de Población de la ONU para garantizar que "la ayuda llega a los necesitados y no va a parar a los talibanes".

La Unión Europea colaborará con UNICEF, según Sherine Ibrahim, directora para Afganistán del Comité Internacional de Rescate, organización sin fines de lucro. La Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU dijo que había desbloqueado 5 millones de dólares en fondos de emergencia.

Al igual que el Reino Unido, muchos países recelan de comprometer fondos que puedan acabar en manos del gobierno talibán.

Un informe del Inspector General Especial de Estados Unidos para la Reconstrucción de Afganistán, publicado el mes pasado, concluía que "los talibanes utilizan todos los medios a su alcance, incluida la fuerza, para asegurarse de que la ayuda va adonde ellos quieren que vaya, y no adonde pretenden los donantes".

Los trabajadores humanitarios han instado, hasta ahora con poco éxito, a que se deje de lado la política.

"Todavía se necesita mucha ayuda y asistencia", dijo Homa Nader, jefe en funciones de la Federación Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja en Afganistán.

Esto era demasiado evidente en el valle de Mazardara, en Kunar. Allí fue donde Sayar perdió a siete familiares en el terremoto.

El lunes y el martes, los aldeanos y los trabajadores de emergencias buscaron por todas partes a vecinos, familiares y amigos, vivos o muertos. Los llevaron en camillas improvisadas como somieres por pendientes y callejones estrechos, hasta los campos de maíz pisoteados donde aterrizaban y despegaban los helicópteros. Volaban de un lado a otro entre las zonas devastadas y los hospitales de Jalalabad, la gran ciudad más cercana, y Kabul, la capital, a unos 160 km de distancia.

Khalil Ur Rahman Babakhil, de 30 años, había viajado de Kabul a Mazardara, donde vivían sus suegros. Cuando llegó el lunes, encontró su casa derrumbada, y frente a ella los cadáveres de los padres y tres hermanos de su esposa.

"No sé cómo decírselo a mi esposa", dijo Babakhil.

Los cadáveres yacían envueltos en mantas de colores porque los aldeanos se habían quedado sin las tradicionales mortajas blancas utilizadas para enterrar a los muertos.

Antes del terremoto, más de la mitad de los 42 millones de habitantes de Afganistán ya necesitaban ayuda humanitaria. En el remoto distrito de Nurgal, en la provincia de Kunar, donde vive Sayar, la mayoría de las comunidades viven en la pobreza extrema, sin otra fuente estable de ingresos que su cosecha bianual de maíz, que les reporta unos 220 dólares al año.

Unos 3,5 millones de niños menores de 5 años están desnutridos en Afganistán, según UNICEF.

El martes, en la provincia de Kunar, los niños se sentaban en silencio en las ambulancias o caminaban desconcertados entre las casas derrumbadas.

Nezarullah, de 17 años, estaba frente a su casa destruida. Él y su hermano de 13 años, Rezwanullah, perdieron a 12 familiares, dijo.

"Anoche, antes del terremoto, estuvimos juntos, cenamos juntos y luego dormimos juntos", dijo Nezarullah, quien responde a un solo nombre. "¿Cómo puedo ayudar a mi hermano menor y cómo puedo reconstruir la casa destruida, cuando no tengo nada?".

En su maizal, Sayar relató el terror de dos días antes.

Después de escapar de la casa, dijo, oyó a su cuñada, que seguía dentro, gritar en mitad de la noche tras el segundo temblor. Pero en la oscuridad, y sin herramientas, la gente de fuera no podía hacer nada para ayudar.

El lunes, cuando salió el sol, Sayar la encontró muerta, con su hijo. También encontró a sus padres y a su hermano menor, que habían huido de la casa pero luego regresaron corriendo al interior de la vivienda, donde murieron por el colapso de la estructura.

Elian Peltier es un corresponsal internacional del Times, cubre Afganistán y Pakistán.