
Benedict Cumberbatch y Olivia Colman protagonizan una nueva versión, extrañamente mala, de "La guerra de los Roses".
Tanto la película de 1989 La guerra de los Roses como la novela de 1981 en la que se basa tratan, aparentemente, de un matrimonio que empieza muy bien y se tuerce terriblemente, catastrófica y ruinosamente. La mayoría de las historias de este tipo sugerirían que las semillas de la destrucción estaban ahí desde el principio, pero esta no, y eso es lo que la hace tan sombría: si les pudo ocurrir a esos jóvenes tan agradables, entonces nadie está a salvo.
Pero como digo, ese es el tema aparente. El verdadero tema de La guerra de los Roses es que el apego rastrero de los Rose a su dinero es el verdadero asesino, el tercero silencioso en su matrimonio. Tal vez se habrían separado de todos modos --al fin y al cabo, muchas parejas lo hacen--, pero lo que realmente arruina sus vidas son las cosas que ambos sienten que les pertenecen y a las que ninguno puede renunciar, aunque uno u otro tenga más derecho a reclamarlas. Es porque son ricos que las cosas se vuelven Bueno, está ahí mismo en el título, ¿no?
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La película original, dirigida por Danny DeVito, tiene un toque atrevidamente desagradable, porque su perspectiva es la del narrador, un abogado de divorcios que aconseja a un cliente que sea extremadamente generoso o, en su defecto, que reconsidere su divorcio para no acabar como los Rose. Es un consejo pecuniario, al fin y al cabo, no romántico. Con esta premisa, sabes que la película se atreverá con todo, y así lo hace, sin inmutarse. Eso es precisamente lo que la hace buena: tiene un final casi antihollywoodiense, la antítesis perfecta de vivir felices para siempre, que resulta satisfactorio de un modo totalmente retorcido.
Por eso es igualmente insatisfactorio decir que Los Roses, una nueva versión dirigida por Jay Roach con guion de Tony McNamara, parece haberse perdido por completo ese memorándum. Al carecer de esa perspectiva elegante, flaquea y se vuelve convencional, y mala.
Esto no es culpa de sus protagonistas. Es un placer ver a Benedict Cumberbatch en un papel que no implica ni una capa ni un disfraz. Aquí interpreta a Theo Rose, un apuesto arquitecto británico con grandes ideas sobre edificios vivos y un lado irascible que consigue ocultar bastante bien durante la primera década de su matrimonio. Su esposa es Ivy, interpretada por la siempre maravillosa Olivia Colman. Ivy es una chef telentosa y subempleada, y las chispas que saltan tras su encuentro en Londres amenazan con hacer chisporrotear el carpaccio de atún con el que está jugueteando a espaldas de su poco imaginativo jefe.
Diez años después, se han mudado a la elegante Mendocino y tienen dos hijos, y aquí es donde empieza realmente nuestra historia: una historia de ambición y desdicha. El problema básico es el siguiente: Theo, sintiéndose benévolo a medida que su carrera va en ascenso, le sugiere a Ivy que monte una pequeña marisquería; no es un éxito, pero ella está contenta de cocinar para alguien que no sea Theo y sus gemelos, algo lúgubres. Pero una fatídica noche, la fortuna de Theo cae mientras la de Ivy se dispara, y el desconcierto resultante encamina todo a la locura.
Los amigos más cercanos de los Rose son Barry (Andy Samberg) y Amy (Kate McKinnon), cuya función es servir de contrapeso a la pareja; no son felices, precisamente --Amy no para de hacerle proposiciones tanto a Theo como a Ivy, en términos tan torpemente hilarantes que es casi seguro que McKinnon los está improvisando--, pero se mantienen juntos porque no pueden imaginar no estarlo. Pero también parecen sacados de una película totalmente distinta, lo cual, aunque puede que sea el objetivo, resulta chocante en medio de esta película.
A lo largo de Los Roses hay indicios de lo que podría haber sido, si bueno, sinceramente, no sé muy bien qué. El sentido del humor de McNamara puede ser tan extraño y perverso que me inclino a pensar que se suavizó en algún momento: es el artífice de guiones como los de La favorita y Pobres criaturas, e incluso Cruella tiene un toque adecuadamente maníaco. Hay momentos en los que asoma la picardía, como cuando Theo e Ivy les anuncian sus planes de separarse a sus gemelos adolescentes, quienes al instante manifiestan su absoluta alegría y luego cierran la videollamada, para consternación de sus padres. O en los insultos muy británicos que la pareja se lanza en el despacho de la horrorizada consejera matrimonial, solo para salir riéndose entre dientes, claramente unidos por la experiencia.
Pero otros tramos parecen suavizados, apaciguados, desfigurados. Y aunque al final aparecen algunos de los mismos motivos que en la novela y en la película anterior, estos tardan una eternidad en llegar. Todo está aplanado, sin el mismo aumento de tensión y maldad, un aplanamiento que, al final, los propios personajes parecen reconocer. Quizá sea cierto que las diferentes dinámicas de género de 1989 y 2025 simplemente han cambiado la forma en que se produce una ruptura como esta. Pero entonces, ¿por qué contar la historia de forma tan aburrida?
He llegado a la conclusión de que tu opinión sobre los Rose --ambas iteraciones cinematográficas de ellos, en realidad-- es probablemente un poco como una prueba de Rorschach, aunque me da un poco de miedo decidir sobre qué exactamente. ¿De quién es la culpa en todo esto? Personalmente, me inclino a pensar que la mayor parte de la culpa es de Theo; no puede soportar que su esposa tenga más éxito que él y, para preservar su propia imagen tan alta de sí mismo, urde unos elaborados planes de santurronería para hacerla sentir mal por ser buena en lo que hace. Otros han sugerido que ambos tienen la culpa, que este frente es cosa de dos, y quizá tengan razón.
Pero en realidad no estoy aquí para litigar sobre los Rose; estoy aquí para litigar sobre Los Roses, y en ese frente estoy bastante segura de que es un fracaso extrañamente aburrido, sea quien sea el culpable. Tomando prestada una frase de otra sabia historia de desdicha conyugal, los hogares felices son todos iguales, pero todos los hogares infelices deberían serlo al menos a su propia manera extraña y profundamente sombría.
Los Roses
Clasificada R por el mal comportamiento de todos y por algunas bocas malhabladas. Duración: 1 hora y 45 minutos. En cines.
Director: Jay Roach
Guionistas: Warren Adler, Tony McNamara
Protagonistas: Olivia Colman, Benedict Cumberbatch, Kate McKinnon, Andy Samberg, Ncuti Gatwa
Clasificación: R
Duración: 1 h 45 m.
Géneros: Comedia
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