
A medida que pasaban las horas, el presidente Trump jugaba a ser presentador de telerrealidad mientras los miembros de su gabinete lo elogiaban. Fue una muestra de cómo dirige su presidencia.
¿Qué le das a un presidente que atrae la atención de todo el mundo, todo el tiempo?
Para los miembros del gabinete del presidente Donald Trump, la respuesta fue aparentemente esta: una reunión televisada en la Casa Blanca que duró casi la mitad de la jornada laboral.
Ante un muro de cámaras, el antiguo presentador de El aprendiz ofreció una clara ventana a la forma en que dirigía su gobierno, empezando por un ego que parecía necesitar alimentarse con frecuencia, y una resistencia impetuosa: "Esto no se ha hecho nunca", dijo el presidente en un momento dado, entre llamar a los secretarios a hablar y maravillarse por la capacidad de los periodistas que esperaban para sostener los micrófonos y las cámaras en alto durante varias horas.
Allí, en la Sala del Gabinete --que empieza a tener el aspecto de jaula dorada del Despacho Oval de Trump--, todos los hombres y mujeres del presidente hicieron uso de su turno, y cada uno se esforzó un poco más que el anterior para elogiar a Trump y asegurarle que trabajaban para resolver su larga lista de quejas.
Esa lista es cada vez mayor y específica de las manías y ambiciones políticas de Trump. Incluye la prevención de "transgénero para todos" en los deportes estadounidenses; el uso de mano dura --quizá la pena de muerte, dijo el presidente-- para acabar con la delincuencia violenta; la amenaza constante de las turbinas de viento; los horribles camellones viales; la velocidad a la que fluye el agua; y los intentos de conseguir acuerdos de paz para hasta siete guerras internacionales, un número que parece crecer día a día.
Trump, experto en cultura pop, tuvo relativamente poco que decir sobre la que posiblemente fuera la noticia más importante del día: el compromiso de Taylor Swift, a quien ha insultado y amenazado públicamente por no apoyarlo, con Travis Kelce, el ala cerrada de los Kansas City Chiefs. El evento se prolongó tanto que se pidió al presidente que comentara las noticias que habían surgido durante la reunión.
"Le deseo mucha suerte", dijo Trump. "Creo que es un gran tipo, y creo que ella es una persona estupenda. Así que les deseo mucha suerte".
El acto del gabinete se anunció como una celebración de los trabajadores estadounidenses antes del Día del Trabajo. Sin embargo, con una duración de tres horas y 15 minutos, se consideraría una reunión tremendamente ineficaz en cualquier otro lugar de trabajo. El menú de políticas reales fue apenas cartílago en comparación con la política de carne roja, pero durante una tarde, la Casa Blanca de Trump fue tan radicalmente transparente como a Trump le gusta decir que es.
"Hay algo realmente agradable en, ya sabes, la transparencia de lo que hacemos", reflexionó Trump al clausurar la reunión. "Es el gobierno".
También parecía interesado en dejar entrever la idea de que, en cualquier momento, los miembros de su gabinete podrían ser humillados en televisión nacional: "Cada una de estas personas ha hablado", dijo Trump, aparentemente satisfecho (¡uf!) con sus actuaciones. "Si pensara que uno de ellos lo hizo mal, llamaría la atención a esa persona".
Incluso les lanzó un cumplido por desechar sus agendas diarias: "¡Esta gente está muy ocupada!".
A medida que pasaban las horas, los miembros del gabinete de Trump ponían de relieve el costo --en horas, en dinero, quizá en karma-- de mantener un puesto en su mesa. Y muchos lo hicieron mientras ponían a prueba los límites aparentemente imaginarios de la Ley Hatch, que prohíbe a los empleados federales participar en actividades políticas en el trabajo.
Las actualizaciones oscilaron entre el entusiasmo --Lori Chavez-DeRemer, secretaria de Trabajo, imploró al presidente que acudiera a su agencia para ver su propio rostro "grande y hermoso" en una pancarta-- y el servilismo, y se prolongaron durante horas.
De vez en cuando, la política se asomaba, pero solo de forma que permitiera a Trump hilvanar sus propios pensamientos o dar un giro brusco a la derecha. Robert F. Kennedy Jr., otrora aspirante a la presidencia y actual secretario de Salud y Servicios Humanos, hizo una actualización sobre los camarones contaminados con material radiactivo, y acusó a las naciones del sur de Asia de "tirar camarones" que luego se envasaban y vendían en Walmart.
"Vas a salvar a las ballenas", dijo Kennedy, quien en una ocasión cortó la cabeza de una ballena y la llevó a casa, mientras despotricaba contra los peligros de los parques eólicos y la energía eólica, algo que desde hace tiempo molesta al presidente.
Kennedy se enzarzó entonces con Trump en un tira y afloja sobre las tasas de autismo en niños pequeños, lo que permitió que el presidente se preguntara en voz alta si había "algo que lo causara artificialmente, es decir, un fármaco o algo así", repitiendo una teoría ampliamente desacreditada de que las vacunas causan autismo y abriéndola a una interpretación aún más vaga.
En otros momentos, parte de la verdad detrás de toda esa transparencia radical se reveló, como cuando el Secretario de Estado, Marco Rubio, admitió que el Día del Trabajo de este año ocupaba un lugar especial en su corazón.
"Personalmente, este es el Día del Trabajo más significativo de mi vida, como alguien que tiene cuatro trabajos", dijo Rubio, quien en su tiempo libre es asesor de seguridad nacional de Trump, jefe en funciones de la Administración Nacional de Archivos y Registros y administrador en funciones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.
"Es cierto", respondió el presidente.
Y luego estaba Steve Witkoff, un multimillonario cuyos elogios fueron tan serviles que incluso el presidente pareció darse cuenta de la exageración. Durante su turno, Witkoff, enviado de paz del presidente, elogió el liderazgo de Trump en el conflicto entre Israel y Gaza, una guerra que continuó esta semana con ataques israelíes que mataron a 20 personas, entre ellas periodistas, en un hospital gazatí. Volvió a sugerir que Trump debería recibir el Premio Nobel de la Paz que anhela desde hace tiempo.
"Solo hay una cosa que deseo: que el comité del Nobel se ponga por fin las pilas y se dé cuenta de que eres el mejor candidato desde que se habla del Premio Nobel de la Paz", dijo Witkoff.
Cuando terminó, el multimillonario recibió una salva de aplausos de sus colegas. Durante una sesión posterior de preguntas y respuestas con periodistas y personalidades de la prensa de extrema derecha, Trump volvió sobre su enviado y frecuente compañero de golf. Witkoff, dijo Trump, le había asegurado que él era el único que podía resolver la guerra entre Rusia y Ucrania.
"No sé", dijo Trump, "me lo has dicho varias veces".
El viejo profesional de la telerrealidad rompió entonces la cuarta pared. "A menos que lo dijera solo para subirme el ego. Pero en realidad no es así. No tengo ego cuando se trata de estas cosas", dijo Trump.
En otro momento, el presidente, muy consciente del poder y los peligros asociados al nombre de una marca, dijo que estaba interesado en cambiar el nombre de una ley de gran alcance que había llamado "la gran y hermosa ley". Sugirió que la letra pequeña de la legislación se había perdido para el trabajador estadounidense promedio que el gabinete se había reunido para celebrar.
"No voy a utilizar el término 'grande, grandiosa, hermosa'", dijo Trump. "Eso fue bueno para conseguir que se aprobara, pero no es bueno para explicar a la gente de qué se trata".
Y añadió: "Es una enorme rebaja fiscal para la clase media".
Como gran parte de lo que se dijo el martes, esto fue transparente mas no veraz: la legislación beneficia abrumadoramente a los que más ganan, y tiene efectos adversos para los hogares de bajos ingresos.
Pero no importa. La revolución se estaba retransmitiendo en directo por televisión, en la Sala del Gabinete, durante horas y horas. El presidente tenía el control.
Para Trump, tres horas de atención ininterrumpida eran suficientes. Al menos por ese día.
Katie Rogers es corresponsal del Times para la Casa Blanca y reporta sobre el presidente Trump.
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