
Javier Recio sostenía una silla de jardín como una sombrilla sobre la cabeza de su madre. Los dos habían desistido de sentarse afuera y caminaban a casa por uno de los barrios menos verdes y más sofocantes de Sevilla. Un cartel de una farmacia anunciaba una temperatura superior a los 38 grados Celsius, y una fuente de agua potable chorreaba agua abrasadora.
Recio, de 48 años, dijo que algo tenían que hacer.
En agosto, mortíferos incendios forestales obligaron a evacuar a miles de personas en el norte y el sur de España y dañaron un yacimiento minero de la época romana incluido en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO. Las temperaturas alcanzaron los 44 grados Celsius, y el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, advirtió al país: "Estamos en riesgo extremo".
Durante este largo y miserable verano, Sevilla, en el sur del país, se ha convertido en un horno del sur de Europa. Sus habitantes esperan algún alivio de las olas de calor, cada vez más frecuentes e intensas, que amenazan a los más vulnerables. Pero la ciudad, como cualquier otro lugar, no tiene una solución rápida para las desastrosas consecuencias de un planeta que se calienta y no está a punto de alcanzar un avance futurista. Los planes para una única parada de autobús con refrigeración aún están en desarrollo.
Lo que sí tiene la ciudad es una profunda historia de soportar el calor con mecanismos de adaptación basados en el sentido común.
La tradicional siesta no es casual. A medida que lugares como Noruega y Finlandia alcanzan temperaturas más altas, un continente cada vez más incómodo podría recurrir a Sevilla y otras ciudades que llevan siglos conviviendo con el calor para sobrellevar lo que se siente como el infierno perpetuo del verano.
De la primavera al otoño, los toldos de tela blanca se extienden como sábanas por las estrechas calles sevillanas, y proporcionan una sombra que refresca decenas de grados. Las paredes de los edificios antiguos, que datan de hace al menos un siglo, son gruesas para mantener el calor fuera, y los apartamentos oscuros permanecen frescos tras persianas selladas.
Los científicos experimentan con métodos populares durante los califatos musulmanes en España, que datan de hace más de 1000 años. Entre ellos se incluyen formas de capturar el aire caliente y enfriarlo mediante el contacto con el agua fría subterránea, y luego liberar el aire enfriado que asciende de forma natural a través de respiraderos del suelo para bajar las temperaturas en un espacio contenido.
María de la Paz Montero Gutiérrez, científica de la Universidad de Sevilla, quien dirigió un programa piloto basado en esta antigua tecnología, llamada qanat y utilizada por primera vez en Persia hace miles de años, dijo que el exterior alcanzaba unos 38 grados, mientras que el interior donde ella estaba, con varios ductos de verano, se encontraba a 27 grados.
El hospital de Sevilla utiliza un principio sostenible similar, consistente en hacer correr agua fría por las tuberías, aunque con tecnología actualizada, para mantener fríos a los pacientes, los quirófanos, el costoso equipamiento e incluso la lavandería del hospital. El director técnico del sistema, José García Méndez, dijo que el hospital se había preparado, mientras permanecía de pie entre pasillos de sistemas de refrigeración, protegidos a su vez por cortinas de malla rociadas con agua.
Sevilla también está concentrada en la prevención de los efectos del calor abrasador, con enfermeras que hacen visitas a domicilio a los ancianos para enseñarles a estar atentos a los síntomas de un golpe de calor. Reducir la velocidad al ritmo del sur de España puede convertirse en una necesidad, tanto a nivel local como en el resto de Europa.
Mari Carmen Rodríguez, enfermera de 68 años, quien llegó a casa después de su turno para descansar en un apartamento oscuro y fresco, donde los puntos de luz exterior perforaban las persianas cerradas como en un cielo nocturno, dijo que se da una ducha fría, se cambia de ropa y se acuesta un rato. Añadió que es a lo que están acostumbrados en la región y seguir el comportamiento es muy importante.
El calor es mortal para los ancianos. El Instituto de Salud Carlos III ha calculado que unas 1300 personas mueren cada año en España a causa de las altas temperaturas. Estimaciones anteriores han sido mucho mayores. Los trabajadores de las ambulancias están cada vez más atentos a los golpes de calor.
Francisco Ávila, trabajador de ambulancias, dijo que un síntoma usual es que la piel esté seca y caliente. Lleva consigo una provisión de soluciones para bajar la temperatura corporal, y añadió que los trabajadores de urgencias médicas habían recibido formación para tratar los golpes de calor. Si no se atiende adecuadamente a las personas acaloradas, dijo, las cosas pueden ir mal rápidamente.
Los restaurantes que atienden a los turistas --sirven spritz y usan agua pulverizada para refrescar los asientos exteriores-- están cambiando o acortando los horarios de trabajo, una política respaldada por la ministra de Trabajo española, Yolanda Díaz. El gobierno ha adoptado normas para acortar o suspender el trabajo al aire libre en función de las alertas por calor del servicio meteorológico nacional.
En un campo a las afueras de Brenes, cerca de Sevilla, los agricultores se presentaron antes del amanecer para vencer al sol. Retiraron los sistemas de riego para los tomates, algunos de los cuales se cocinaban a fuego lento como una salsa en el suelo reseco. Otros agricultores de la zona plantan ahora patatas en los inviernos más suaves para evitar que se asen antes de tiempo, dijo Manuel Morales, quien trabaja en un mercado mayorista de Sevilla.
Dijo que el clima experimenta cambios y la gente es la que tiene que adaptarse a él, no al revés.
En las obras de construcción, en la ciudad, los capataces pidieron más descansos para que los trabajadores se hidrataran bajo sombrillas. Algunos trabajadores vieron aspectos positivos en las terribles condiciones. Uno, Juan Antonio, dijo que la reducción del horario de verano significaba más tiempo libre. Otro, Joaquin Hidalgo Pozuelo, se alegró por el negocio extra de vender aparatos de aire acondicionado, que se han hecho más populares. Dijo que llegan a instalar unos 10 aparatos al día, aproximadamente 200 al mes.
Los horarios de juego también están cambiando. Los niños españoles, ya de por sí nocturnos, lo son cada vez más, y retozan por los parques infantiles a medianoche. Los cuidan los abuelos que, tras horas escondidos del sol y de las brisas que parecen de secador de pelo, emergen por la noche para tomar el aire fresco en las plazas oscuras.
Guillermina Gálvez, de 93 años, sentada en una plaza de Ginés, a las afueras del centro de la ciudad, dijo que morirían afuera, en caso de salir antes de las 10 de la noche. Contó que de niña sobrevivía al calor en el campo al ponerse ropa fresca y quedarse dentro por las tardes. Ahora, ella y su hija hablaban de cómo los días calurosos llegaban en oleadas sucesivas e implacables: deben esperar para salir a la calle.
Los turistas, con aparente poca consideración por el mes del año o la hora del día, siguen ansiosos por aprovechar al máximo su tiempo de vacaciones. A menudo desafían las horas más calurosas para ver los lugares de interés. Algunos incluso trotan. Por ello, las autoridades sanitarias han hecho un llamamiento a las empresas turísticas para que no planifiquen ninguna actividad al aire libre durante las horas de más calor.
Ávila, el trabajador de la ambulancia, lamentó la falta de cuidado de los turistas. Mientras lo hacía, recibió una llamada de emergencia. Los trabajadores de la ambulancia se subieron, pero la sirena no arrancaba. Culparon al sobrecalentamiento del vehículo, y otros colegas acudieron a la llamada.
No fue lo único que no salió según lo previsto.
El experimento de qanat se asienta en los terrenos prácticamente abandonados de la Expo 92 de la ciudad, a la sombra del parque temático Isla Mágica, retumbando con las montañas rusas y los gritos de sus pasajeros. En una visita posterior, el qanat no se había puesto en uso. Unos carteles advertían a los patinadores, usuarios frecuentes del espacio, que se mantuvieran alejados. Los planes para construir paradas de autobús con esta tecnología se han estancado. Y una versión a escala reducida de la tecnología de refrigeración por aire, que serpentea como un largo banco sobre una pequeña plaza del centro de la ciudad, parece una ruina, con sus paneles llenos de tapones de botella, telarañas y colillas de cigarro, y su fachada garabateada con grafitis anti-Trump.
Verónica Sánchez, ingeniera, dijo que no creía que aquello fuera a ayudar. Pasó por delante mientras empujaba a su hijo de un año en un cochecito. Añadió que lo que realmente se necesita son túneles, como los que se usan en Canadá para protegerse del frío.
Al atardecer, los turistas se despiden alegremente del sol poniente desde lo alto del Metropol Parasol, un toldo de madera de seis estructuras reticulares interconectadas conocido como las setas. "El sol me mira y me quemo", dijo Caroline McKeown, irlandesa de 47 años. Los vecinos empezaron a salir de sus casas.
A las 9:30 p. m., los restaurantes empezaron a llenarse. A las 10, los bares. A partir de las 10:30, en Santiponce, un barrio de Sevilla, los vecinos encontraron alivio al retroceder en el tiempo. En un antiguo anfiteatro romano, vieron a Errol Flynn, Olivia de Havilland y Claude Rains hablar entre ellos en español en una versión doblada del clásico de 1938 Las aventuras de Robin Hood. Durante un par de horas, pudieron olvidarse del futuro.
Maria Jose Aynat, de 59 años, dijo que ahí se puede soportar el calor.
Jason Horowitz es el jefe del buró en Roma; cubre Italia, el Vaticano, Grecia y otros sitios del sur de Europa.
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