
La suite, con sus sábanas blancas y sus jabones diminutos, casi podría pasar por cualquier habitación de hotel sin lujos. Si no fuera por los techos con espejos y la barra de pole dance junto a la cama.
La decoración del Motel Secreto, situado en los límites de la ciudad brasileña de Belém, suele servir de telón de fondo para encuentros a la hora de comer, aventuras clandestinas y amantes apasionados que buscan unas horas de intimidad lejos de las estrechas casas familiares.
Pero el motel del amor, como otros de Belém, está preparando ahora habitaciones que van de lo sensual a lo lascivo para un tipo diferente de huéspedes: diplomáticos y científicos del clima, funcionarios y activistas medioambientales, que acudirán a la ciudad en noviembre con motivo de la 30.ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP30.
“Estamos eliminando de las habitaciones todo lo que sea demasiado erótico”, dijo Yorann Costa, de 30 años, propietario del Motel Secreto. “Y la ubicación es perfecta”.
La cumbre de 12 días, la primera reunión mundial sobre el clima que se celebra en la región amazónica, ha desencadenado una carrera para preparar Belém, ciudad portuaria de 1,3 millones de habitantes, para decenas de miles de visitantes. Para satisfacer la demanda de habitaciones de hotel, las autoridades se comprometieron a casi triplicar las reservas de la ciudad, pasando de 18.000 camas en 2023 a 50.000 para el evento.
Sin embargo, a medida que se acerca la cumbre, la incertidumbre sobre si habrá alojamiento suficiente ha hecho que los precios de los hoteles superen los 1.000 dólares por noche y ha amenazado con provocar una crisis diplomática, ya que algunas delegaciones se quejan de que los precios exorbitantes podrían impedir la asistencia de los países más pobres, que a menudo sufren las peores consecuencias del cambio climático.
Para calmar los nervios, Brasil dijo este mes que había llegado a un acuerdo con dos cruceros para proporcionar unas 6.000 camas adicionales, que se ofrecerán primero a los países en desarrollo e insulares a precios reducidos de hasta 220 dólares por noche.
También se están construyendo nuevos hoteles y reformando los antiguos. Se están instalando camas en las escuelas. Los clubes deportivos se están transformando en dormitorios y los residentes se apresuran a reformar sus casas para alquilarlas. Sin embargo, ahora que faltan menos de cuatro meses, gran parte del nuevo alojamiento aún no está terminado y a la ciudad le faltan miles de camas para alcanzar su objetivo.
Con este telón de fondo, los numerosos moteles del amor de Belém --alojamientos de corta duración que cobran por horas y a menudo carecen de zona de recepción o de servicios como gimnasios y piscinas-- se están preparando para llenar el vacío, y ya están retocando y acondicionando muchas de sus 2500 habitaciones para los visitantes que asistan a la cumbre del clima.
“Es el momento de unir fuerzas”, dijo André Godinho, quien representa a Belém en la planificación de la COP30. “La posibilidad de un motel del amor como alojamiento, no es feo, no está mal. Es parte de la solución”.
Los moteles del amor surgieron durante la represiva dictadura brasileña de los años 60, cuando a menudo se vigilaban los hogares. Desde entonces son omnipresentes en todo el país, la nación más grande de América Latina, donde los jóvenes suelen vivir en casa hasta bien entrada la edad adulta.
Inspirados en los alojamientos de carretera estadounidenses que cobran por horas, los moteles del amor brasileños ganaron popularidad rápidamente al ofrecer estancias de corta duración a precio de ganga y adoptar una estética romántica similar a la de los hoteles del amor japoneses.
No es la primera vez que una emergencia obliga a los moteles del amor brasileños a adaptarse a una clientela diferente. Ante la escasez de hoteles en vísperas del Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de Río de 2016, miles de moteles se renovaron de forma similar para acoger a los visitantes.
Esta vez, sin embargo, los moteles del amor del país se preparan para recibir a un tipo diferente de huésped, que llega por negocios más que por placer.

Una tarde reciente, en Belém, los esfuerzos por renovar los moteles de la ciudad y hacerlos un poco menos sexis estaban a la vista. En el Fit Motel, las camas circulares, una característica clásica de muchas habitaciones, se apoyaban en las paredes, echadas a un lado para dejar espacio a colchones rectangulares más convencionales.
Unos kilómetros más abajo, en el motel Love Lomas, se estaban secando nuevas capas de pintura y las camas estaban forradas con sábanas nuevas. En la suite premium se mantendría la iluminación intermitente roja, verde y azul, pero los huéspedes podían pedir que se retirara la silla erótica, un artilugio de metal y cuero parecido a una silla de dentista que estaba atornillado al suelo por seguridad.
“La gente piensa que es como un burdel”, dijo Ricardo Teixeira, de 49 años, quien gestiona ambos moteles y está intentando mejorar su reputación. “Pero es un espacio como cualquier otro”. Aún no está seguro de si cambiará los menús de las habitaciones, que ofrecen cervezas y hamburguesas, así como alquiler de juguetes sexuales.
En la Pousada Acrópole (“acrópolis” en portugués), la palabra “motel” se cambió por “posada” y la fachada roja se pintó de un gris apagado, aunque el bajorrelieve de yeso de un romance mitológico --un héroe griego cincelado y una Afrodita desnuda que sostiene una manzana roja-- sigue flanqueando la entrada.
“Es una gran oportunidad para nosotros”, dijo Alberto Antônio Braga da Silva, de 55 años, dueño del motel. Normalmente, los huéspedes recogen las llaves de las habitaciones en un aparcamiento, pero él tiene previsto añadir una recepción improvisada para la cumbre. “Y ahí dentro”, dijo Silva, señalando el segundo piso, “voy a tener uno de esos ¿Cómo se llaman? Co-working”.
De vuelta al Motel Secreto, Costa preparó una suite añadiendo literas y quitando un enorme cuadro enmarcado del trasero de una persona que colgaba de la pared. Pero no llegó a deshacerse de la barra de baile, el papel tapiz con estampado de leopardo y el jacuzzi rojo con forma de corazón.
“Tengo que pensar en lo que viene después de la COP30”, dijo Costa. “No puedo gastarme una tonelada de dinero y arrancarlo todo”.
Cuando salimos de una suite al pasillo oscuro que conecta las habitaciones, Costa susurró disculpándose por encima del sonido de fuertes gemidos. “Esto puede ser un poco incómodo”, dijo, señalando las luces rojas que parpadeaban sobre un puñado de habitaciones, indicando que estaban ocupadas. “Se está haciendo el amor”. Esas luces, dice, también permanecerán en su sitio.
Hasta ahora, la mayoría de los moteles han tenido dificultades para convencer a los asistentes a la cumbre de que les den una oportunidad. Delegaciones de al menos media decena de países han preguntado sobre la posibilidad de hospedarse en moteles durante la cumbre, según propietarios y agentes inmobiliarios, pero pocos han reservado habitaciones todavía.
Incluso con pocas opciones, muchos visitantes que se dirigen a Belém para asistir a la cumbre siguen dudando sobre la decoración sexi, dijo Giselle Robledo, agente inmobiliaria que trabaja con delegaciones que buscan alojamiento. “Las embajadas son muy conservadoras”, dijo. “No quieren ir a un motel del amor”.
Y luego está la cuestión del costo. A pesar de que las autoridades brasileñas han advertido a los propietarios de los establecimientos de que bajen los precios, muchos moteles siguen pidiendo a los huéspedes que paguen cientos de dólares por noche para alojarse en estas habitaciones redecoradas. “Los precios han sido absurdos, tienen que volver a la realidad”, dijo Robledo.
Los amantes que frecuentan los moteles de Belém suelen pagar entre 10 y 35 dólares por la primera hora, mientras que pasar la noche en una suite premium cuesta más de 150 dólares. Pero, durante la cumbre, algunos propietarios de moteles esperan cobrar de 300 a 650 dólares por noche.
“El mercado está fijando estos precios”, dijo Teixeira, quien también es director regional de la asociación brasileña de moteles del amor. “Y sigue siendo una oferta mejor que la de un hotel”.
En un hotel de tres estrellas, menos romántico, situado al otro lado de la carretera del centro de conferencias donde se celebrarán las conversaciones, las habitaciones cuestan 1250 dólares por noche, según los sitios web de reservas. “La demanda es salvaje”, dijo Jeimison Louseiro, director del hotel, cuyo casero le pidió hace poco que desalojara su apartamento cercano para poder alquilarlo a los asistentes a la cumbre.
Costa, por su parte, no duda de que los visitantes cambiarán de opinión y llenarán su motel para cuando empiece la cumbre climática. Al final, dijo, el alojamiento va a ser muy escaso.
“Desafortunadamente, no habrá habitaciones para todos”, dijo. “Y lo que ofrecemos es una opción”.
© The New York Times 2025.
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