Reseña de 'Happy Gilmore 2': otra vez en el 'green'

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La secuela de Netflix de la exitosa película de Adam Sandler de 1996 recupera brevemente la cálida tontería de la original, antes de convertirse en un perezoso sueño febril de cameos.

Puede que tengas que esforzarte para recordarlo, pero hubo un tiempo en el que Adam Sandler no era una de las principales estrellas de cine de comedia. Antes de ser un cantante de bodas o un aguador, un adulto o un gran papá, fue Happy Gilmore, el golfista que lo lanzó al estrellato cinematográfico rentable.

Es justo que esta creación de Sandler sea la que lo haya lanzado: no solo es posiblemente su personaje más duradero, sino también el que forjó el arquetipo específico que encarnaría una y otra vez en los años siguientes: un hombre corriente, adorable y palpablemente decente, cuyo corazón blando apenas oculta una rabia caricaturesca a punto de desbordarse.

Dirigida por Kyle Newacheck, Happy Gilmore 2 es plenamente consciente no solo del éxito, sino también de la nostalgia que despierta ese primer bufón de Sandler, hasta el punto de que, en lugar de hacer guiños socarrones a la película original, en varias ocasiones opta simplemente por cortar a escenas retrospectivas de la propia película.

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Este enfoque es en parte práctico, ya que nos ofrece puntos de referencia para numerosos momentos de la secuela. Pero también es inevitable pensar que se debe simplemente a que vamos a necesitar que nos recuerden por qué deberíamos estarlo pasarlo bien. Miles de millones de dólares de taquilla después y un estilo cómico que ya hemos visto en decenas de sus películas, Sandler ya no es exactamente esa estrella de rostro fresco. Ni Happy tampoco. En la secuela, Happy Gilmore es un campeón de golf retirado que, tras una tragedia repentina, se ha convertido en un borracho sin remedio. Para asegurarle un futuro mejor a su familia, decide a regañadientes volver al green y recuperar su antigua gloria.

Esta temprana espiral descendente establece la energía cómica desvalida del original, y existe ese conocido y cálido sentido del absurdo y estulticia que se deja entrever. Ben Stiller está de vuelta, y también Shooter McGavin (Christopher McDonald es una rara avis). Pero la diversión inicial, en gran medida fácil, empieza a cuajar en una inanidad que simplemente se alarga (curiosamente, hay demasiado golf de verdad en esta película), antes de convertirse en un sueño febril de cameos de famosos.

La película que resulta ofrece una visión sucinta de quién era Sandler en 1996 y quién es casi tres décadas de superestrellato más tarde. En la original, un cameo de Bob Barker peleándose a puñetazos era uno de los momentos más hilarantes y gloriosamente extravagantes; en esta, Bad Bunny como caddie de Happy es probablemente lo más realista de todo el asunto. Ahora, el caché de Sandler simplemente repercute en que ha traído a todo el mundo de paseo, desde celebridades de todos los niveles imaginables hasta otros personajes no relacionados con Happy extraídos del universo cinematográfico de Sandler.

En un sentido más amplio, Happy Gilmore 2 simplemente cae presa del problema más común de tantas secuelas: subir las apuestas, sobrecargarse y perder la trama por el camino. En esta ocasión, Happy ya no juega para conservar la casa de su abuela, sino para salvar a todo el deporte del golf. Apoyada por un villano maldecido con halitosis, una nueva versión del deporte intenta establecerse, mancillando el juego original con lo que equivale a giros fáciles y lucecitas parpadeantes. ¿Te suena?

Happy Gilmore 2 PG-13 por lenguaje fuerte, material crudo/sexual, desnudos parciales y algo de material temático. Duración: 1 hora y 54 minutos. Ver en Netflix.