
Sus apariciones en Wimbledon y en una visita de Estado a Francia simbolizan un nuevo tipo de estilo.
A principios de este año, cuando Kate Middleton, la princesa de Gales, volvió a la vida pública tras su tratamiento contra el cáncer, The Sunday Times de Londres informó que lo hacía con una aclaración: quería enfocarse en su trabajo, no en su ropa. Su oficina ya no compartiría información sobre su atuendo.
Esto causó conmoción y horror. Aunque era comprensible, tomando en cuenta lo que acababa de pasar, y aunque el propio palacio rebatió después el informe, hizo temblar a la comunidad de observadores de la moda.
Eso fue en parte porque la princesa podía cambiar la suerte de un diseñador o de una marca con solo usar un vestido, y en parte porque llevaba mucho tiempo utilizando su lugar en la economía de la atención para poner los reflectores no solo sobre los productos británicos, sino sobre cuestiones como la sostenibilidad, al rehacer y volver a usar prendas de su armario, e incluso alquilando uno que otro vestido de noche.
Pero, sobre todo, fue porque la ropa es una expresión de su papel como símbolo: del país, y de esa fina línea que separa la continuidad de la modernización. Alejarse de una cosa sugería que se alejaba de la otra. Es raro ser esencialmente un símbolo, pero así es su trabajo.

Sin embargo, como demostró su aparición en las finales masculina y femenina de Wimbledon y en la visita de Estado de Francia, puede que Kate sea más selectiva en sus apariciones (no fue a Ascot), pero no es menos estratégica. Simplemente, está siendo Kate 3.0.
Allí estaba, después de todo, en la visita de Estado, dando la bienvenida a Emmanuel y Brigitte Macron con un traje Dior de color rubor con una chaqueta New Look y una falda cubierta de red que apenas le rozaba las pantorrillas. La marca es clásica francesa, pero también está a punto de ser dirigida por una diseñadora de Irlanda del Norte que se formó en el Reino Unido.
Fue un considerado guiño a la alianza política (el tipo de alianza que practica desde que se casó con el príncipe Guillermo) que repitió en el banquete de Estado francés, con un vestido rojo de Givenchy con una capa incorporada que le caía por los hombros. Fue regio, sin duda, pero también estratégico, dado que el diseño de Givenchy corre ahora a cargo de Sarah Burton, la diseñadora británica que confeccionó el vestido de novia de Kate y que ha colaborado con ella en numerosas ocasiones públicas de alto nivel.
Eso sí que es un entendimiento.

Y allí estaba Kate, en la final femenina de Wimbledon, con una chaqueta color crema y una falda larga plisada, un guiño muy apropiado a la ropa blanca de tenis y a su posición de mecenas del All England Lawn Tennis & Croquet Club.
De igual manera, el vestido azul real de Roksanda hasta los tobillos que lució en la final masculina estaba perfectamente coordinado con el saco azul del príncipe Guillermo, el traje azul del príncipe Jorge y el vestido blanco ribeteado en azul de la princesa Carlota, todo ello creando una imagen literal de unidad familiar. Todo ello demuestra que Catalina está tan en sintonía como siempre con el papel que desempeña la creación de imágenes en su trabajo.
Esto no es nuevo. Lo que es nuevo, sin embargo, es el estilo con el que lo hace, y su coherencia. Sus faldas se han hecho más largas, sus chaquetas más entalladas, su silueta más estilizada. El efecto de bajar los dobladillos, aunque sea unos centímetros, es a la vez extrañamente nostálgico y sofisticado, suavemente protector. Un recordatorio de que se viste para el largo plazo.

Al igual que los larguiruchos trajes con pantalón que había adoptado para sus apariciones cotidianas, su estilo se perfila como una nueva fórmula de vestir. Tan reconocible, a su manera, como la fórmula monocromática que tan bien sirvió a la reina Isabel II: zapatos, abrigo, vestido y sombrero en un solo tono.
Y aporta una nueva dimensión al simbolismo inherente al papel de Kate. No solo representa a la siguiente generación de la familia real, que a su vez representa la tradición. También representa la idea de la elegancia que surge de la adversidad, una idea que tiene asociaciones tanto a nivel personal como global. ¿A quién no le vendría bien algo de eso en este momento?
*Vanessa Friedman ha sido la directora de moda y la crítica jefe de moda del Times desde 2014. ©The New York Times
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