A los 83 años, el elogiado cantante y compositor brasileño, cuya carrera musical y política abarca seis décadas, se encuentra en una gira de despedida.
Gilberto Gil llevaba un mes viviendo en el exilio cuando vio por primera vez a Bob Dylan subir al escenario.
Fue en agosto de 1969, cuando Gil, que ahora es una figura internacional venerada con 60 años de carrera a sus espaldas, acababa de cumplir 27 años. La dictadura militar de Brasil le había "invitado" a abandonar el país tras una detención por "incitar a la juventud a la rebelión" durante un espectáculo en Río de Janeiro, entre otras acusaciones. Obligado a huir, Gil eligió Londres --punto de encuentro de músicos y artistas expatriados, con su dinámica escena cultural y su libertad artística-- como nuevo hogar.
Llegó justo a tiempo para el Festival de la Isla de Wight y supo que no podía perderse la oportunidad de ver a Dylan tocar en su primer concierto desde que un accidente de moto casi acabara con su vida.
"Es esa pasividad, casi", dijo Gil en una entrevista reciente. "Esa calma que tiene en el escenario, sin muchos gestos exuberantes. De eso quería empaparme y aplicarlo a mi propia actuación".
Y a lo largo de los años, tanto si su imagen era la de un incitador de la juventud como la de un filósofo perspicaz, lo consiguió. Incluso cuando Gil subió al escenario en São Paulo este mes de abril en su gira de despedida, fue la elocuencia de sus palabras y los recuerdos que evocaba su música lo que cautivó a 40.000 admiradores.
Un coro de voces acompañó a Gil mientras guiaba a los asistentes al concierto a través de los muchos géneros de su carrera: samba, baião, jazz, reggae, rock y pop internacional, entre ellos. Gil, un innovador con un don para preservar los estilos clásicos de su país al tiempo que los amplía, ha utilizado tanto su música como su voz para ayudar a sus compatriotas brasileños a sentirse orgullosos de sus orígenes y esperanzados por su futuro. Además de publicar decenas de álbumes, ha trabajado en política desde 1987 y fue Ministro de Cultura de Brasil de 2003 a 2008.
Gil, que ahora tiene 83 años, admite que ha llegado el momento de bajar el ritmo. No rehúye hablar del envejecimiento: es solo un cambio más en una vida de metamorfosis. Y el nombre que dio a su última gira de estadios --Tempo Rei, tomado de su canción de 1984 sobre el paso del tiempo, la brevedad de la vida y la necesidad de transformación-- alude precisamente a eso.
"Las clasificaciones de 'última gira', 'último capítulo', 'fin de la carrera' son todas válidas", dijo. "Esencialmente, estoy en una excursión que pondrá fin a un ciclo que ha durado más de 60 años".
Pero la decisión de alejarse de las actuaciones en directo no es un paso atrás en la música, insistió Gil. Es una forma de volver a conectar con ella.
"Siempre tendré mi guitarra, mi compañera inseparable", dijo en una reciente entrevista en video desde Río, donde se tomaba un descanso entre los conciertos para pasar tiempo con la familia. "Pero mi relación con ella será más abierta, más libre. Es más sencillo cuando no tienes tantos compromisos. Tendré mucho más tiempo para, con el tiempo, volver a componer y quizá grabar álbumes. Mi música continuará".
La vida musical de Gil comenzó en la ciudad de Salvador, en el noreste de Brasil, donde de niño escuchó por primera vez a la cantautora sudafricana y activista por los derechos civiles Miriam Makeba mientras escuchaba discos en casa de un amigo. Esto despertó su interés por cómo la música africana daba vida a algunos de sus sonidos brasileños favoritos, y le proporcionó un vínculo temprano entre música y política.
Inspirado por el músico afrobrasileño Luiz Gonzaga, conocido como el Rey del Baião, Gil empezó a aprender su primer instrumento --el acordeón-- y, a los 17 años, se unió a una banda llamada Os Desafinados, y dirigió su atención hacia la bossa nova, un nuevo estilo sutil proveniente de Río de Janeiro con melodías sincopadas y armonías con influencias del jazz.
"Creo que, debido a la naturaleza de la propia música brasileña, pertenezco a un grupo de artistas muy influenciados", dijo Gil. "Nací en este crisol de musicalidad".
Su alianza con Caetano Veloso, de quien se hizo amigo rápidamente cuando el productor Roberto Santana los presentó en 1963, resultaría ser una de las más importantes de su carrera. Junto con la hermana de Veloso, Maria Bethânia, Gal Costa, Tom Zé y los miembros del grupo Os Mutantes, encabezaron un movimiento cultural llamado Tropicália, el cual desafiaba las normas políticas y sociales de su país, y mezclaba los estilos brasileños de su juventud con influencias extranjeras, como el pop y el rock psicodélico. La música abrazaba ideas de libertad personal desenfrenada, e inspiró a artistas como David Byrne.
"Lo que me atrajo fue la sofisticación: la sofisticación musical, pero también la sofisticación que tenían sobre su situación global", dijo el líder de los Talking Heads en 1999. "Qué era 'centro', qué era 'periferia'".
El gobierno militar no aprobó el desafiante espíritu lúdico de Gil y Veloso, y así se encontraron en Londres, donde permanecieron tres años, un periodo que ahora recuerda como agridulce.
"Acababa de rehacer mi vida con Sandra", dijo refiriéndose a su segunda esposa, "y tuvimos a nuestro hijo, el primero de nuestros tres hijos, en Londres", dijo. "Era una vida doméstica austera, muy sencilla, pero al mismo tiempo había esta presencia de artistas brasileños de todas las áreas: música, teatro, cine. Y había este nuevo ambiente con artistas ingleses que también querían colaborar con nosotros. Era todo eso, pero también estaba la añoranza de Brasil. Había tanta distancia. La falta de nuestro idioma, tener que aprender inglés solo para comunicarnos y después también para componer canciones. No fue fácil".
"Pero", añadió, "guardo una enorme gratitud por lo que Londres hizo por mí durante la dictadura".
Gil lanzó allí su aclamado álbum homónimo de 1971. Tocó en el Festival de Glastonbury y en salas de conciertos de toda Europa, y profundizó sus conocimientos de reggae y jazz.
A su regreso a Brasil, su música se hizo omnívora, e incursionó en el rock, el reggae y la música africana, al tiempo que se adentraba en la cornucopia de estilos locales de Brasil.
"Creo que escuché a Gilberto Gil antes de siquiera saber que lo que estaba escuchando era Gilberto Gil", dijo la cantante de pop brasileña Iza, de 34 años, conocida por sus canciones de afrobeats y pop con influencias de R&B. "Él forma parte del imaginario de mi familia, de la creación de mi identidad musical. Me hizo ver que la música brasileña, la música negra, es noble. Nos ayuda a sentir que formamos parte de algo y que podemos amar de dónde venimos".
Pero Gil quería difundir al mundo algo más que música. De niño, había visto a su padre --médico de profesión-- meterse en política local cuando la familia vivía en Ituaçu, una pequeña ciudad rural del estado nororiental de Bahía.
"Pasé una parte de mi infancia viviendo en ese mundo, con ciudadanos, candidatos, votantes", dijo. "Y en cierto modo dejó su huella en mi alma y en mi conciencia".
A finales de la década de 1980, las reformas de la perestroika y la glásnost de Mijaíl Gorbachov se convirtieron en influencias improbables en la decisión de Gil de entrar en el ruedo político. "Fue entonces cuando comprendí que la vida política necesitaba nuevos impulsos, nuevo entusiasmo, nuevos análisis", dijo.
Sus esperanzas de ser candidato a la alcaldía de Salvador en 1988 se desvanecieron tras las críticas de sus compañeros de partido más conservadores, a quienes incomodaba no solo su elección de estilo --prefería las túnicas a los trajes y llevaba pendientes y un peinado afro--, sino también algunas de sus ideas, como la conservación del medioambiente y la cultura afrobrasileña. En lugar de eso, se presentó a concejal y ganó.
Cuando finalmente se convirtió en ministro de Cultura de Brasil, creó programas para impulsar la diversidad cultural, artística y étnica del país. Fue una época gratificante, dijo, pero con sacrificios.
"Hubo al menos 10 años en los que tuve que dividir mi tiempo entre la política y la música", dijo. "Y la música sufrió. Probablemente fue la época más difícil de mi carrera musical".
Ahora está preparado para relajarse un poco. "Ya me siento más viejo, más cansado", dijo, "con necesidad de un ritmo menos intenso".
Su última gira es la primera vez que Gil hace tantos espectáculos enormes seguidos --algunas multitudes han superado los 60.000 espectadores-- y la respuesta, dijo, ha sido "sorprendentemente entusiasta, por encima de mis propias expectativas". Al trabajar junto a sus hijos, Bem y José Gil, que son directores musicales de la gira y tocan en su banda, creó listas de canciones divididas por géneros; seleccionó de tres a cinco canciones en cada una que sabía que el público querría escuchar una última vez, algunas con nueva instrumentación y otras, como "Procissão", de vuelta a sus arreglos originales.
También ha tocado por primera vez en directo "Cálice", una canción llena de metáforas sobre la libertad que escribió durante la dictadura militar en 1973 con Chico Buarque, pero que no pudo lanzar hasta 1978 debido a la censura.
La gira le ha traído alegría, dijo, pero le dejará saudade, una palabra en portugués difícil de traducir, pero que implica una sensación de anhelo, añoranza o nostalgia.
"Es un sentimiento contradictorio", dijo. "Si bien hay novedades y sorpresas en lo que hago, es una experiencia que no seguiré viviendo".
Durante el concierto de abril en São Paulo, por ejemplo, Gil se aseguró de tocar todos los temas que gustan al público --"Aquele Abraço" y "Andar com Fé" fueron imprescindibles-- y añadió composiciones que marcaron momentos que cambiaron su vida, como "Domingo no Parque", un elemento fijo en la cultura brasileña desde que Gil la interpretó en televisión en 1967 con Os Mutantes.
Mientras aparecían imágenes de su vida en las pantallas gigantes situadas detrás de él --fotografías íntimas de su familia, fotos históricas de la cultura afrobrasileña, retratos de sus influencias más importantes--, Gil se colocó detrás del micrófono, guitarra en mano, y sonrió.
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