
Un poco más allá de donde se unen los ríos San Marcos y Blanco, en el centro de Texas, se encuentra el campamento de Tom Goynes. Ahí, por las mañanas, Goynes les muestra a quienes lo visitan lo que él llama la "sinfonía de pájaros": los pájaros carpinteros, los cardenales. Con frecuencia ve ciervos, gatos monteses y coyotes.
"Estás rodeado de Dios y de todo lo que ha creado", dijo Goynes, de 74 años, quien gestiona campamentos en el río San Marcos desde 1972. "Es mucho mejor que estar en cualquier catedral".
En la región de Texas conocida como Hill Country, los ríos que marcan un terreno por lo demás semiárido son un rasgo definitorio: llevan mucho tiempo ofreciendo un fresco respiro del implacable calor, acceso a la fauna y un esplendor que puede resonar de un modo que parece espiritual.
Cuando algunos de esos ríos crecieron rápidamente la madrugada del 4 de julio, generando inundaciones que causaron la muerte de más de 100 personas, con decenas más aún desaparecidas, el desastre sirvió como un abrupto recordatorio del peligro que siempre ha acechado en un lugar que se conoce como el "callejón de las inundaciones repentinas".
Pero la considerable pérdida de vidas también reflejó el magnético atractivo de estas vías fluviales. Las aguas arrasaron con campamentos entrañables, propiedades vacacionales y casas construidas junto a las orillas. Algunas de esas casas pertenecían a familias que se habían establecido generaciones atrás, y muchas otras a recién llegados que habían buscado esta parte de Texas con la ilusión de llevar una vida más rústica.
"La gente se siente atraída por el agua", dijo Colie Reno, de 54 años, quien creció pescando, cazando y acampando junto a los ríos de Hill Country. Hablaba desde su propiedad, en una zona apartada del río San Saba, donde pensaba pasar la tarde escuchando el agua y observando a los pájaros. "Es tan relajante y mágico. Pero también puede ser devastador".
Hill Country se enfrenta desde hace tiempo a un dilema derivado de su atractivo. La región, un tramo de unas dos decenas de condados en el corazón del estado, ha experimentado una afluencia transformadora de nuevos residentes y desarrollo en las últimas décadas, y algunas zonas se han convertido en las de mayor crecimiento de Texas e incluso de Estados Unidos.
En un tramo de la interestatal 35 entre Austin y San Antonio, lugares que alguna vez fueron comunidades separadas se han visto absorbidos por una única metrópolis en expansión. Algunos días de verano, los ríos se llenan de miles de personas que montan en llantas inflables; esa gente frecuenta las tiendas y restaurantes, pero también satura las calles.
Ese crecimiento ha traído tensiones nuevas y ha avivado otras antiguas, sobre todo al agotar las reservas de agua subterránea e impedir que las lluvias intensas puedan filtrarse en el suelo o escurrirse de forma segura.
"A menudo pensamos en el riesgo de amar a Hill Country hasta la muerte", dijo Katherine Romans, directora ejecutiva de la Hill Country Alliance, una organización que se enfoca en los retos del crecimiento sostenible de la región y la protección de sus recursos y encantos naturales. "Las cosas que nos atrajeron aquí podrían desaparecer muy fácilmente".
Hill Country es un remolino de culturas e historias, con comida, música, arquitectura e incluso una forma de hablar influenciadas por las raíces mexicanas, alemanas e indígenas de sus habitantes.
Quienes se sienten atraídos por ella lo hacen, en parte, por una cierta idea de Texas que creen que el lugar encarna: rural y agreste, con grandes cielos y amplios espacios abiertos donde florecen las flores silvestres en primavera. Los turistas vienen por su abundancia de festivales (Oktoberfest, Wurstfest, Bluebonnet y Lavender, entre otros) y las salas de baile donde se toca una versión local de la música country.
También vienen por los ríos que lo atraviesan: el Comal, el Pedernales, el Medina, el Frío, el Nueces, por nombrar algunos. El río Guadalupe causó lo peor de la destrucción y la angustia recientes, pues su crecida causó la muerte de menos 87 personas, muchas de ellas niños, en el condado de Kerr.
Estos ríos tienen una larga y dolorosa historia de transformación rápida y feroz durante las tormentas.
Muchos se refieren a las inundaciones por años: 2002, 1998, 1987, 1978. En 2015, un muro de agua se precipitó sobre la ciudad de Wimberley, al noroeste de San Marcos, matando a 13 personas.
"Este es el valle fluvial más peligroso de Estados Unidos", declaró a la prensa el juez del condado de Kerr, Rob Kelly, horas después de que comenzaran las inundaciones.
La propensión a altos niveles de precipitaciones, combinada con un suelo poco profundo, un lecho de roca expuesto y un terreno escarpado, hace que la región sea especialmente vulnerable.
Los investigadores han descubierto que la adición de edificios y pavimento ha empeorado las consecuencias de las inundaciones, al interrumpir el flujo natural del agua de lluvia. Y la afluencia de personas ha expuesto otro peligro: los recién llegados y los turistas no suelen tener los conocimientos de experiencias pasadas ni las lecciones transmitidas por generaciones anteriores.
No tienen "la ventaja de haber visto ese cambio en el lecho seco de un arroyo o en el caudal bajo de un río para conocer el riesgo", dijo Romans. Tampoco saben lo peligroso que puede ser conducir incluso con medio metro de agua, ni tienen contactos río arriba que puedan alertarles de lo que se avecina.
En Wimberley, Jim Chiles, el alcalde, dijo que otro funcionario local le había hablado de un antiguo sistema de vigilancia: un homólogo situado a decenas de kilómetros río arriba observaba un árbol concreto; si el agua llegaba a cierto punto del árbol, era una señal segura de que Wimberley se inundaría poco después. (Con el tiempo, el árbol desapareció).
Reno tiene grabada en la memoria la vez que vio el agua subir tanto como para inundar un puente de más de 9 metros de altura, y otra cuando cayeron más de 60 centímetros de lluvia en menos de 18 horas. "Ese ha sido mi mayor maestro", dijo Reno, quien es propietario de Texas Tubing, una empresa de alquiler de llantas inflables de New Braunfels.
La magnitud de la destrucción de la semana pasada y la pérdida de vidas humanas han avivado la preocupación por la falta de sirenas a lo largo del río Guadalupe y otras medidas de precaución que podrían haber limitado el número de víctimas. "Creo que los acontecimientos de los últimos días han abierto los ojos a la gente", dijo Chiles.
Pero muchos también han planteado la importancia de dar a los ríos el debido respeto, reconociendo sus tendencias caprichosas. "Tenemos que aprender y profundizar en nuestro aprecio por los ríos como algo más que nuestro patio de recreo", dijo Romans.
Rafael Delgado visita casi a diario un parque situado a ambos lados del río Guadalupe. Se trasladó al condado de Kerr hace unos 25 años, dijo, y sus raíces no podrían estar más firmemente plantadas, como descendiente de la banda Penateka del pueblo comanche.
"Era una fuente de vida", dijo Delgado sobre el río, donde sus antepasados pescaban y recogían pecanas en las orillas. Él hace lo mismo.
A lo largo del río San Marcos, Goynes se harta de ver las hordas de personas en llantas inflables que empiezan a aparecer hacia el mediodía en los días más calurosos, flotando río abajo en distintos niveles de embriaguez y a menudo con música a todo volumen.
San Marcos, la ciudad que comparte el nombre del río, ha triplicado su población desde que él se trasladó allí. Cada vez oye más sirenas y otros estruendos de un mundo que no quiere que invada su paraíso. La luz opaca cada vez más la visión del cielo nocturno. Los campistas de Houston siguen maravillándose ante lo que parecen un millón de estrellas. Él se lamenta de que ya no puede ver la Vía Láctea.
Y ha pasado muchas noches largas y sin dormir, observando las previsiones y temiendo otra inundación en la que el terreno elevado podría no ser suficientemente alto.
Pero no puede imaginarse haciendo otra cosa que dirigir su modesto campamento con su mujer, aunque la distrofia muscular le ha reducido gravemente la movilidad. Dijo que recibe sobre todo a grupos de scouts y a otros jóvenes de las ciudades.
Las últimas personas en llantas inflables suelen pasar flotando poco después de las 7 p. m. El sol empieza a ocultarse poco después. Goynes contempla el crepitar del fuego, el croar de las ranas y el ulular de los búhos. A veces, los scouts que acampan allí hacen representaciones y se ríen a carcajadas.
Incluso cuando la noche se vuelve completamente negra, puede oír el fluir del agua que lo ha moldeado tanto como el lugar que ha convertido en su hogar.
"Cuando te metes en él, cobra sentido", dijo acerca del río. "Es a lo que vienes".
Samuel Rocha IV colaboró con reportería desde Kerrville, Texas.
Rick Rojas es el jefe de la oficina de Atlanta del Times, donde dirige la cobertura del sur de Estados Unidos.
Samuel Rocha IV colaboró con reportería desde Kerrville, Texas.
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