
Bronceado y despeinado, el actor protagoniza una historia de Fórmula 1 sobre coches rápidos, últimas oportunidades y gente guapa, del director de "Top Gun: Maverick".
Ambientada en el mundo de las carreras de Fórmula 1, la fácil y despreocupada F1 quiere hacerte creer que trata sobre ganar y perder, del talento y el trabajo en equipo y de todo el amor rudo y el trabajo arduo que conlleva la gloria del Gran Premio. Ese es el argumento, aunque hay más y menos en juego. F1, es una agradable colección de todos los atractivos visuales y clichés narrativos que el dinero puede comprar; trata sencillamente de las satisfacciones del cine de género y del placer de ver a personajes atractivos conducir coches rápidos y exóticos que chirrían como mosquitos mejorados. También trata de los placeres de esa máquina de rendimiento ultrasuave que es Brad Pitt.
A la vez calculada y casi conmovedoramente sincera, la historia es tan formulista como el tema de su título. Pitt interpreta a Sonny Hayes, un piloto que podría haber sido, y debería, haber sido un competidor de talla mundial. Reclutado para el servicio por un viejo amigo, Ruben (un sutil Javier Bardem), Sonny tiene una última y proverbial oportunidad de demostrar su valía mientras se enfrenta a los obstáculos habituales, como su pasado, una tripulación recelosa, una herramienta corporativa y un joven rival ambicioso. Hay crisis nerviosas, colapsos, casi accidentes y algunas noches oscuras (bueno, minutos) del alma muy bien iluminadas. Tres mujeres tienen papeles decentes; todas comparten al menos un momento significativo con Sonny.
Todo el elegante conjunto está tan trillado como suena, pero cuando los coches y las cámaras se mueven a toda velocidad por la pista, apenas importa. Mucho depende de tu gusto o quizás de tu tolerancia por espectáculos sencillos, ostentosos y profesionalmente elaborados que no exigen mucho de ti, salvo tiempo y dinero. A cambio, obtienes casi tres horas de drama efervescente, algunos vistazos superficiales a un mundo enrarecido y un Pitt cuidadosamente despreocupado, despeinado y bronceado, en modo clásico de maestro zen de Hollywood. Al igual que la propia película, que es una agradable metáfora de la experiencia de ir al cine, la actuación estelar de Pitt no es sino autorreflexiva.
Con ese fin, el director Joseph Kosinski exhibe a Pitt como si fuera una atracción de un antiguo estudio: lo baña en una luz bonita, le pone trajes significativos --piensa en un Robert Redford de la década de 1970 con una sonrisa tímida y vaqueros-- y, a veces, le quita parte de esa ropa. Kosinski dio a Tom Cruise un brillo similar en Top Gun: Maverick . Como en aquella película, F1 despliega a su estrella para un clásico montaje entre un individuo y una comunidad, en el que un solitario-extraño cabalga para entregar sabiduría y dones casi místicos. (Entre los productores se encuentran Lewis Hamilton, siete veces campeón del mundo de Fórmula 1, y Jerry Bruckheimer, quien, con películas como Top Gun, ayudó a definir el moderno cine estadounidense de superproducciones).
Escrita por Ehren Kruger, la delgadísima historia comienza con Sonny en Daytona, donde se despierta en su furgoneta junto al autódromo, pone a sonar "Whole Lotta Love" de Led Zeppelin y supera con creces a la competencia. Poco después, su antiguo rival en la pista, el Ruben de Bardem, ofrece a Sonny la oportunidad de conducir para un equipo (ficticio) perdedor de Fórmula 1. Sonny la acepta y se desliza en una aerodinámica carrera sobre ruedas entre una historia de fondo, desarrollo de personaje, un antagonismo formal con su compañero de equipo, Joshua (Damson Idris), y un romance con la directora técnica del equipo, Kate (Kerry Condon). Todos estos elementos son utilizados por los cineastas como ladrillos para ayudar a construir lo que es efectivamente una serie de carreras en un todo cohesionado.
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No es de extrañar, dado que la organización de la Fórmula 1 cooperó en la realización de F1, que no haya sobresaltos ni revelaciones sobre ella ni sobre las controversias relacionadas con su actual dirección. Al igual que otras películas de carreras, como Grand Prix (1966), de John Frankenheimer, y Rush: pasión y gloria (2013), de Ron Howard, las personalidades impulsan esta película y venden la marca. Y, también como esas películas --y el retrato biográfico Ferrari (2024) de Michael Mann--, Kosinski potencia F1 al intentar reducir la distancia entre los corredores y tú. Lo hace, en parte, al integrar imágenes de eventos de Fórmula 1, desde las pistas hasta las gradas abarrotadas, con planos de Pitt e Idris conduciendo ellos mismos en coches trucados para que parezcan de verdad.
Al igual que hace la Fórmula 1 durante sus carreras, Kosinski y su equipo han intentado intensificar la experiencia del espectador al montar varias cámaras a bordo de los coches, que juntas ofrecen un mosaico de diferentes puntos de vista, desde dentro y desde fuera de los vehículos. Los resultados son, como era de esperar, más brillantes, lustrosos y significativamente más artísticos que los captados por la Fórmula 1 (que también utiliza cámaras diminutas en los cascos) y se han editado juntos para conseguir la máxima tensión dramática. A medida que los ángulos de la cámara cambian junto con las velocidades y crean una rotación de primeros planos y planos más amplios, por turnos, tú ves a Sonny y Joshua observar la pista, a otros pilotos y entre sí, y compartes su circuito de miradas.
De vez en cuando, mientras Sonny y Joshua dan vueltas, con las viseras bajadas, ves sus ojos en primer plano, alternativamente entrecerrados y desorbitados, quizá como los tuyos. Como se pretende, estas imágenes ayudan a cerrar la brecha entre tú y los personajes, y amplifican el efecto visceral de la película, que puedes sentir hasta en los dedos de los pies. El intento de la Fórmula 1 de poner a sus aficionados en el asiento del piloto, o algo parecido, es un recordatorio de la cinematización de la vida cotidiana. Por su parte, F1 es un recordatorio de que a veces, aunque tal vez especialmente cuando necesitas un descanso de la realidad y sus espectáculos banales, algunas películas aún pueden atraparte y transportarte a otros mundos lejanos, un poder fundacional que permanece, independientemente de quién esté en el asiento del conductor.
F1: la película Clasificada PG-13 por sus locuras por la velocidad. Duración: 2 horas 35 minutos. En cines.
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